Más de 100 misiles y 11.100 millones: Taiwán, rumbo a 2027

China acelera su salto nuclear cerca de Mongolia y Washington responde con la mayor venta de armas a la isla, mientras Trump extiende su pulso militar hasta Nigeria.

Thumbnail del vídeo con gráficos sobre misiles y mapas de Taiwán y China, evocando la tensión militar y estratégica en el Pacífico.<br>                        <br>                        <br>                        <br>
Del Sahel a Sokoto: Trump muestra que puede abrir otro frente
Más de 100 misiles balísticos intercontinentales ya estarían cargados en nuevos campos de silos chinos próximos a Mongolia. Y, casi al mismo tiempo, la Casa Blanca ha activado un paquete de armas de 11.100 millones de dólares para Taiwán, el mayor de la historia de la relación. Dos cifras que, juntas, describen un cambio de época: el retorno del poder duro como idioma principal.
En ese nuevo tablero, el horizonte que inquieta a los estrategas no es abstracto. Tiene fecha: 2027. El año en que el Pentágono sitúa la ventana de máxima presión sobre la isla y el que Pekín no deja de convertir en reloj político.
Mientras tanto, Donald Trump vuelve a exhibir músculo global con ataques aéreos contra el Estado Islámico en el noroeste de Nigeria, recordando que Washington puede jugar en varios frentes a la vez.
La pregunta ya no es si el Pacífico será el centro del siglo XXI. Es si Taiwán será su Ucrania.

Más de 100 misiles en silos: la señal nuclear que cambia la partida

El salto cualitativo de China ya no se mide solo en portaaviones o en presión sobre el Mar de China Meridional. Se mide en silos. La inteligencia estadounidense sostiene que Pekín ha cargado más de 100 misiles balísticos intercontinentales en tres grandes campos de lanzamiento recientemente construidos cerca de su frontera con Mongolia. No es un gesto para la galería: es una transformación del equilibrio estratégico.

Lo más grave es la dirección del movimiento. La proyección de Washington es que China podría superar las 1.000 ojivas nucleares en 2030, un umbral que la sacaría del “arsenal mínimo” y la acercaría a una lógica de disuasión más compleja, más escalable y, por tanto, más peligrosa. Más número implica más opciones, y más opciones elevan la incertidumbre para cualquier crisis regional.

Pekín insiste en su doctrina de uso defensivo y “no primer uso”. Pero el hecho relevante es otro: un arsenal que crece, se diversifica y se entrena comunica intención. Y la intención, en geopolítica, se descifra por capacidades, no por comunicados.

Taiwán y el paquete récord: 11.100 millones para blindar la isla

La respuesta de Estados Unidos ha sido tan política como industrial: un paquete de armas de 11.100 millones de dólares que incluye sistemas de cohetes tipo HIMARS, artillería, misiles anticarro y drones, diseñado para reforzar la defensa asimétrica taiwanesa. Es el manual del “puercoespín”: no se trata de igualar a China, sino de hacer que el coste de atacar sea inasumible.

Hay un dato que explica el giro: bajo Trump, la cifra acumulada de ventas de armas a Taiwán se acerca ya a 33.900 millones en menos de cinco años, por encima del registro de administraciones anteriores. La estrategia es clara: convertir la disuasión en rutina y el rearme en mensaje permanente.

Pekín lo lee como provocación. Y Taiwán, como seguro de vida. El problema es que el seguro también se convierte en detonante: cada entrega, cada notificación al Congreso, cada entrenamiento conjunto añade fricción. Y cuando la fricción se convierte en costumbre, cualquier incidente —un bloqueo parcial, una colisión naval, un dron derribado— puede escalar más rápido de lo que la diplomacia puede absorber.

2027 como fecha maldita: la ventana que obsesiona al Pentágono

El año 2027 se ha convertido en la cifra que organiza titulares, presupuestos y ejercicios militares. No es casual: en la comunidad estratégica estadounidense se asume desde hace tiempo que esa es la ventana en la que China podría intentar forzar una resolución sobre Taiwán, por coerción o por acción directa. No significa inevitabilidad. Significa planificación.

La lógica china combina paciencia y presión: integración económica selectiva, guerra psicológica, ciberoperaciones, intimidación aérea y naval. El objetivo no es solo conquistar; es convencer de que resistir es inútil. Y ahí entra la modernización nuclear: no como herramienta táctica, sino como respaldo último a una escalada convencional.

Desde el ámbito académico, José Luis Orella subraya que la modernización militar forma parte de un plan de largo alcance para “absorber” Taiwán, entendido en Pekín como territorio rebelde. La identidad taiwanesa, sin embargo, se ha consolidado, y la isla ve su futuro ligado a garantías de seguridad externas. Esa brecha cultural y política vuelve la ecuación más rígida: cuanto más identidad propia, más difícil la reintegración pacífica.

La consecuencia es clara: el tiempo ya no enfría el conflicto, lo calienta. Cada año que pasa, ambos lados se preparan más… y se entienden menos.

Del Sahel a Sokoto: Trump muestra que puede abrir otro frente

Mientras el Pacífico se recalienta, Washington ha recordado que no ha abandonado el resto del mapa. Estados Unidos lanzó ataques aéreos contra militantes del Estado Islámico en el estado de Sokoto, en el noroeste de Nigeria, en una operación coordinada con Abuja. Trump lo presentó como respuesta a la matanza de cristianos; Nigeria, como parte de una cooperación antiterrorista planificada y basada en inteligencia compartida.

La operación tiene una lectura estratégica: Estados Unidos no está concentrando su poder solo en Asia; está demostrando capacidad para actuar en paralelo. Y ese mensaje importa tanto a aliados como a rivales. También revela una tendencia: la securitización de conflictos complejos. En Nigeria, la violencia mezcla terrorismo, bandolerismo, tensiones locales y ausencia de Estado. Convertirlo en un relato binario —terroristas contra cristianos— es políticamente eficaz, pero analíticamente incompleto.

“No vamos a mirar hacia otro lado cuando se asesina a civiles; actuaremos rápido, con determinación y con más operaciones si hace falta”, vino a resumir el círculo cercano de Defensa. El golpe es táctico. La pregunta es estratégica: si la fuerza aérea puede degradar células, ¿quién construye estabilidad después?

La guerra que no se declara: bloqueo, chips y disuasión sin tratado

El riesgo central en Taiwán no es una invasión clásica mañana. Es una guerra que no se declara. Bloqueos “administrativos”, presión sobre rutas, ataques cibernéticos, sabotaje informativo y asfixia económica. Ese es el terreno donde una potencia puede ganar sin cruzar formalmente la línea roja.

Carlos Mamani lo expresa con una advertencia que ya circula en los debates estratégicos: “Taiwán puede ser la próxima Ucrania, pero con otra forma de desgaste: primero bloqueo, luego colapso económico y, al final, la negociación bajo coerción”. Es un guion plausible porque reduce el riesgo de una intervención directa estadounidense y coloca la carga de la escalada sobre el adversario.

Aquí entra el elemento más delicado: el sistema internacional ha perdido amortiguadores. Hay menos diálogo, menos control de armamentos y menos confianza. Si China crece hacia 1.000 ojivas y Estados Unidos responde reforzando disuasión regional, se acerca un escenario de carrera a tres bandas con Rusia de fondo. En ese entorno, el error de cálculo es el enemigo número uno.

El coste invisible: primas de riesgo, energía y una economía rehén del Pacífico

Una crisis en Taiwán no sería solo militar. Sería económica. La isla es nodo crítico de semiconductores avanzados, y el simple ruido ya altera expectativas de inversión, seguros marítimos y planificación industrial. Europa lo sabe: habla de “autonomía tecnológica” mientras sigue importando vulnerabilidad.

Además, el rearme tiene factura. Estados Unidos puede aprobar 11.100 millones hoy, pero la disuasión exige continuidad: mantenimiento, munición, formación, interoperabilidad. Y China, al ampliar su músculo nuclear y convencional, obliga a los países vecinos a gastar más. Japón, Corea del Sur, Australia… todo el anillo del Indo-Pacífico ajusta planes. En cadena, el mundo invierte más en defensa y menos en productividad civil, o asume más deuda.

El ciudadano lo percibe tarde, pero lo paga pronto: inflación en bienes estratégicos, impuestos para financiar seguridad, precios energéticos sensibles a cualquier incidente marítimo. El Pacífico, en otras palabras, no es un mapa lejano. Es un componente del recibo mensual.

Tres escenarios hacia 2027: bloqueo, choque limitado o negociación forzada

El primer escenario es el bloqueo gradual. China aumenta presión sin disparar: inspecciones, zonas de exclusión, control de rutas, ciberataques. Taiwán resiste con apoyo material de EE. UU., pero el desgaste se mide en economía, no en bajas. Es el escenario más probable porque permite escalar sin cruzar el umbral de guerra total.

El segundo es el choque limitado. Un incidente naval o aéreo desencadena una cadena de represalias controladas. Nadie quiere una guerra abierta, pero todos necesitan “responder”. Aquí la disuasión puede fallar por orgullo y por política interna.

El tercero es la negociación bajo presión. Un acuerdo que no resuelve la soberanía, pero congela el conflicto a cambio de concesiones. Es el más difícil porque requiere confianza, y hoy la confianza está en mínimos.

En los tres, la clave es la misma: Taiwán se ha convertido en el punto donde se mide la hegemonía en el Pacífico. Y cuando la hegemonía está en juego, las concesiones cuestan más que los misiles.

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