Una intensa tormenta geomagnética azota la Tierra por más de 30 horas
La Tierra lleva más de 24 horas sumergida en una de las tormentas geomagnéticas más potentes del año. Con índices Kp cercanos al nivel extremo, el evento está generando auroras atípicas, tensiones en infraestructuras tecnológicas y una batería de interrogantes sobre la imprevisibilidad del clima espacial.
La atmósfera terrestre se encuentra envuelta en un fenómeno espacial tan hermoso como inquietante. Desde el miércoles, una poderosa tormenta geomagnética golpea directamente el campo magnético de la Tierra, alcanzando niveles sin precedentes en lo que va de 2025. El investigador Serguéi Bogachev, del Instituto de Investigación Espacial de Rusia, confirmó que se trata de la tormenta más fuerte registrada este año, un evento que ha sorprendido incluso a quienes esperaban una fase solar más estable.
Los índices Kp, que miden la perturbación geomagnética, oscilaron entre G4.3 y G4.7, quedándose a un paso del temido nivel G5, considerado extremo. Aunque no se cruzó ese umbral, el impacto ha sido notable: alteraciones en la magnetosfera terrestre, auroras desplazadas hacia latitudes poco habituales y un aumento del riesgo de interferencias tecnológicas.
El contraste más llamativo es que este estallido geomagnético llega justo después de una aparente disminución en la actividad física del Sol. Sin embargo, los científicos insisten en que la huella de una eyección de masa coronal puede prolongarse más de lo esperado. Es decir, aunque la superficie solar se calme, los restos de partículas energéticas pueden seguir bombardeando nuestro entorno espacial durante días.
Las consecuencias no tardaron en manifestarse. Las auroras boreales, típicamente confinadas a regiones polares, se han desplazado hacia el hemisferio oriental, ofreciendo un espectáculo visual impresionante para quienes han podido observarlas. Pero este fenómeno, tan apreciado por fotógrafos y curiosos, es solo la cara amable del evento.
Del lado menos romántico se encuentran los riesgos operativos. La radiación incrementada puede afectar a astronautas en la Estación Espacial Internacional y a satélites ubicados en órbita baja, que dependen de sistemas electrónicos sensibles a cambios magnéticos repentinos. Además, las comunicaciones por radio de alta frecuencia pueden experimentar saturación o pérdida temporal, algo que ya ha ocurrido en episodios similares.
Respecto a infraestructuras terrestres, los expertos han reiterado que las redes eléctricas modernas cuentan con sistemas de protección avanzados. Sin embargo, una tormenta G4 no es completamente inocua: si se combinan determinados factores, pueden producirse sobrecargas puntuales. En esta ocasión no se han reportado fallos significativos, pero los operadores eléctricos permanecen en alerta.
La gran incógnita ahora es qué ocurrirá en los próximos días. Aunque los primeros análisis indican que la tormenta está entrando en fase de declive, eso no garantiza una vuelta inmediata a la normalidad. De hecho, la persistencia del óvalo auroral desplazado hacia el este sugiere que la atmósfera superior todavía está ajustándose a la inestabilidad magnética acumulada. Esto abre la posibilidad de nuevas perturbaciones de intensidad moderada.
¿Es motivo de alarma? Los científicos coinciden en que no. Las tormentas geomagnéticas forman parte natural del ciclo solar de 11 años, y aunque algunas puedan resultar más agresivas de lo habitual, el sistema terrestre está diseñado para enfrentar estos embates. Aun así, estos episodios sirven como recordatorio de que el clima espacial es un terreno complejo y, en ocasiones, sorprendente.
Los centros de monitoreo en Estados Unidos, Europa y Asia mantienen una vigilancia constante. Entre sus recomendaciones se incluye que las infraestructuras críticas —telecomunicaciones, navegación aérea y redes eléctricas— permanezcan atentas a cualquier anomalía. Para el resto de la población, la principal recomendación es mucho más amable: mirar al cielo, porque las auroras podrían seguir regalando imágenes espectaculares.
