Pedro Sánchez, el influencer que impacta sin necesidad de promoción explícita
Pedro Sánchez se ha convertido en un auténtico influencer capaz de generar impacto sin necesidad de promoción explícita descubre cómo logra esta conexión única que sorprende a todos
Pedro Sánchez menciona una óptica, y en cuestión de horas la marca se convierte en tendencia nacional. No hay hashtag #ad, no hay #publi, y tampoco un aviso de colaboración. Pero el resultado es el mismo: la empresa, de la noche a la mañana, ve cómo su nombre circula en redes, cómo las búsquedas en Google se disparan y cómo los medios amplifican el eco. Lo que cualquier influencer sueña conseguir, el presidente del Gobierno lo logra con una simple mención.
Y, sin embargo, nadie dice nada. Ni Autocontrol, ni la CNMC, ni los organismos que regulan la publicidad encubierta en España. Es como si el principio de transparencia —tan exigido a creadores, periodistas o marcas— se disolviera cuando quien influye es un político. Si lo hiciera un creador de contenido, bastaría un par de stories para que cayera una sanción. Pero si lo hace el presidente del Gobierno, se aplaude e incluso se romantiza.
El contraste resulta llamativo, sobre todo cuando se recuerda que fue este mismo Ejecutivo el que impulsó la llamada “Ley de Influencers”, una normativa que busca garantizar la transparencia en la promoción de productos y servicios a través de redes sociales. En teoría, cualquier persona con capacidad de influir en la opinión pública que cobre por publicitar una marca está sujeta a las mismas reglas que la publicidad tradicional. En la práctica, parece que la vara de medir cambia cuando el protagonista lleva traje y corbata.
La cuestión de fondo no es si Sánchez cobró o no por la mención, sino la incoherencia de aplicar las normas según el perfil del emisor. En un entorno mediático donde los políticos se comunican cada vez más como influencers —cuidando la imagen, midiendo los mensajes, jugando con el engagement y la narrativa emocional—, no se puede seguir fingiendo que son inmunes a las dinámicas del marketing. Cuando un líder político menciona una marca y esa marca obtiene un beneficio económico tangible, ¿no estamos ante un acto de promoción?
La línea entre lo público y lo privado, entre lo institucional y lo comercial, se vuelve difusa. Y es ahí donde radica el problema. Porque la influencia de un presidente no es menor que la de un creador digital: es infinitamente mayor. Sus declaraciones no solo impactan en redes, sino también en los medios tradicionales, generando un efecto multiplicador que cualquier agencia de comunicación valoraría en millones de euros.
Además, este episodio abre un debate ético sobre la relación entre poder, visibilidad y responsabilidad. En una época donde la transparencia es una exigencia ciudadana y la confianza en las instituciones está en declive, los líderes políticos deberían ser los primeros en dar ejemplo. No se trata de atacar a Sánchez, sino de recordar que la coherencia también es una forma de liderazgo.
La ironía, por supuesto, no pasa desapercibida: el Gobierno que promulgó una ley para controlar la publicidad en redes sociales es el mismo que permite a su presidente protagonizar lo que, en cualquier otro contexto, se consideraría un ejemplo de publicidad encubierta. Una situación que deja en evidencia la asimetría entre quienes deben rendir cuentas y quienes parecen estar por encima de la norma.
LO DE LAS GAFAS.https://t.co/rwBFv1mZMv
— Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) October 30, 2025
Porque si tener millones de seguidores, influir en la opinión pública y generar valor económico directo para una marca no te convierte en influencer, ¿qué lo hace?
Lo más llamativo es el silencio institucional y mediático que rodea al tema. Ni una declaración, ni un comunicado, ni una pregunta formal. Simplemente, se deja pasar. Y así, el mensaje implícito se consolida: las normas son para los demás.
Esto no va de colores ni de partidos. Va de transparencia, de igualdad ante la ley y de la necesidad de que las reglas del juego sean las mismas para todos. Porque cuando los políticos pueden influir sin etiquetar, y los ciudadanos comunes deben hacerlo hasta en una reseña de una crema facial, algo está profundamente mal en el sistema.
Pedro Sánchez, con su sola mención, acaba de recordarnos que no hace falta usar hashtags para influir. Basta con tener poder. Y esa, quizás, es la forma más efectiva —y más peligrosa— de influencia que existe.