Una nueva ofensiva aérea multiplica la escala del conflicto en Ucrania

Rusia lanza 176 drones en una ofensiva nocturna a Ucrania

Durante la noche del 24 al 25 de septiembre, las Fuerzas Armadas de Ucrania denunciaron que Rusia desplegó 176 drones de ataque desde diversas direcciones: Kursk, Orel, Millerovo, Primorsko-Akhtarsk y Chauda (Crimea ocupada). En un esfuerzo intensivo de defensa aérea, las autoridades ucranianas aseguran haber derribado o neutralizado 150 de esas aeronaves, mientras que 13 lograron impactar en ocho objetivos. El episodio marca otro pico en el uso masivo de drones en el conflicto —una táctica que ya ha ido escalando en los últimos meses— con implicaciones estratégicas y operativas profundas.

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Rusia lanza 176 drones en una ofensiva nocturna a Ucrania EPA/SERGEY KOZLOV

A lo largo de la pasada madrugada, el cielo ucraniano volvió a convertirse en escenario de guerra tecnológica. Según un comunicado del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas ucranianas recogido por Ukrinform, Rusia lanzó 176 drones —en su mayoría modelos Shahed y Gerbera, según fuentes locales— movilizados desde posiciones en el territorio ruso y la península de Crimea ocupada. 

La defensa ucraniana respondió con intensidad: unidades de aviación, misiles antiaéreos, sistemas de guerra electrónica y grupos móviles de fuego concentraron esfuerzos para abordar la oleada. Como resultado, 150 drones fueron abatidos o anulados antes de causar daños significativos. Sin embargo, 13 drones alcanzaron sus objetivos en ocho localidades, y fragmentos de otros derribados cayeron en al menos un sitio adicional, causando daños colaterales. En la región de Járkiv (Kharkiv), se reporta una víctima mortal por el impacto de uno de esos drones en una construcción comunal.

El uso masivo de drones ha sido una constante en esta fase del conflicto: en semanas recientes, otros ataques a gran escala han registrado centenas de UAVs lanzados en una sola noche, en combinación con misiles u otras armas. En ese contexto, este episodio es particularmente significativo por el volumen y la coordinación desde múltiples frentes, lo que evidencia una estrategia rusa de saturación con medios no tripulados.

Pero el dato más llamativo quizá sea la tasa de éxito ucraniana: neutralizar cerca del 85 % de los drones desplegados en una sola ofensiva requiere no solo una defensa aérea bien equipada, sino integración entre radares, inteligencia aérea, sistemas de intercepción y contra-drones. Esa sinergia resultó decisiva para mitigar el daño.

Quizás lo más preocupante es que, pese al éxito defensivo, los drones que lograron impactar demuestran que la amenaza aún tiene vulnerabilidades explotables. Los blancos alcanzados, según fuentes locales, abarcan infraestructuras críticas, áreas urbanas y zonas de interés militar o logístico. Esa combinación hace que la guerra de drones evolucione hacia un desafío continuo de vigilancia, anticipación y adaptabilidad.

Para Ucrania, cada incursión implica desgaste, riesgo civil y la necesidad de innovar en defensa. Para Rusia, cuanto más recurra a lanzamientos masivos sin lograr frenar la defensa, más evidente será la pérdida de eficiencia y más recursos invertirá para sortear los sistemas anti-UAV. En el ámbito internacional, estos episodios intensifican las voces que llaman a regular el uso militar de drones autónomos, a reforzar la cooperación en inteligencia europea y a elevar el nivel de asistencia técnica a los países bajo amenaza.

En el plano empresarial y logístico, la devastación sobre infraestructuras vitales —energía, transporte, comunicaciones— se refleja en disrupciones de cadena de suministro, incertidumbres operativas y mayores costos para quienes operan incluso fuera del frente bélico. El conflicto ya no es sólo territorial: es un laboratorio acelerado de guerra tecnológica donde dominan el control del espacio aéreo, la información y la resiliencia estructural.

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