Gustavo de Arístegui analiza el futuro geopolítico del 8 al 10 de noviembre de 2025

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El estado del mundo en estas 72 horas deja una sensación de vértigo estratégico: Occidente exhibe grietas de credibilidad en sus instituciones mediáticas y políticas, Estados Unidos opera bajo la sombra de un cierre federal más largo de lo imaginable y las potencias revisionistas consolidan su posición con pasos metódicos que no esperan a que nadie resuelva sus crisis internas. La dimisión fulminante en la BBC por manipulación editorial, el atisbo de acuerdo en el Senado de EE. UU. para reabrir la Administración y la puesta en servicio del portaviones chino Fujian son tres vectores que, juntos, describen un desplazamiento del centro de gravedad del orden internacional. En paralelo, Europa ensaya respuestas a amenazas híbridas que ya no son teóricas, México combate a cárteles con un mix de músculo y programas sociales, Moscú despliega diplomacia de relato y el Pacífico occidental vuelve a tensarse, mientras la naturaleza recuerda su poder con el supertifón Fung-wong.

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La crisis en la BBC es más que una tormenta mediática: erosiona la autoridad simbólica del servicio público occidental por excelencia. La edición sesgada del discurso de Trump del 6 de enero —fundida en una narrativa que omitió la apelación a protestas pacíficas— ha forzado la salida del director general Tim Davie y de la máxima responsable de noticias, Deborah Turness. El golpe es doble: alimenta el argumento de los populismos contra los “medios mainstream” y ofrece munición a gobiernos que desean recortar o condicionar el mandato y la financiación de sus radiotelevisiones públicas. El hueco reputacional será explotado por plataformas estatales de corte autoritario, que presentarán este episodio como prueba de una supuesta decadencia moral de la prensa occidental. La comparación duele: en Reino Unido aún operan anticuerpos —investigación periodística y rendición de cuentas—; en otros entornos europeos, la captura partidista de los medios públicos se ha normalizado hasta la anestesia social.

En Washington, el preacuerdo del Senado para poner fin al shutdown y financiar el Gobierno hasta enero de 2026 estabiliza el cortoplacismo institucional, pero certifica la fragilidad estructural: minorías intensas capaces de bloquear el Estado, costes económicos palpables —desde vuelos cancelados hasta retrasos en ayudas— y una Reserva Federal obligada a navegar con “visibilidad limitada” por la ausencia de datos oficiales. Los mercados ya habían descontado gran parte del riesgo político; por eso, al disiparse el ruido, cayó la volatilidad del dólar. Para emergentes y Asia, sin embargo, un billete verde más estable y firme no es un bálsamo: encarece servicio de deuda, condiciona flujos y puede enfriar exportaciones que venían beneficiándose de su debilidad.

El Fujian chino, primer portaviones nacional con catapultas electromagnéticas, no pretende vencer globalmente a la US Navy; busca hacer inviable, costosa e incierta cualquier intervención estadounidense en el Estrecho de Taiwán y afianzar un dominio operativo en el Mar de China Meridional. Es un salto cualitativo: no por tonelaje, sino por el tipo de aviación que puede proyectar y la cadencia de salidas. Fuerza a AUKUS y aliados regionales a acelerar despliegues, revisar doctrinas y aceptar que el riesgo de escalada por incidente aumenta. Es, además, un mensaje político interno y externo: Pekín ya no solo “alcanzó”, ahora quiere “superar” en teatros clave.

En México, el asesinato del alcalde de Uruapan durante el Día de Muertos ha obligado a la presidenta Sheinbaum a reforzar con mil tropas federales una región ya saturada de fuerza pública. Se suma inversión social por 3.000 millones de dólares, reconocimiento implícito de que “balas sin abrazos” o “abrazos sin balas” han fracasado por separado. La violencia del narco no es solo un drama interno: salpica cadenas agroalimentarias —el aguacate como emblema—, empuja migraciones y tensiona la cooperación con EE. UU., que aumenta la presión por resultados tangibles. Sin saneamiento institucional profundo y combate real a la corrupción, la sierra seguirá sangrando y la tentación de acciones unilaterales al norte del Río Bravo crecerá.

Europa continental ha recibido un baño de realidad con incursiones de drones sobre Bruselas, cerca de infraestructuras críticas e incluso de instalaciones militares sensibles. La respuesta técnica británica —rápida, post-Brexit— evidencia una verdad incómoda: Londres continúa siendo esencial en el ecosistema de seguridad europeo y la UE aún no ha dotado a su capital de un paraguas efectivo frente a amenazas baratas, anónimas y de alto impacto. Es la anatomía de la guerra híbrida: coste marginal para el atacante, coste sistémico para el atacado, atribución difusa y rédito propagandístico garantizado.

La cumbre CELAC-UE ha destapado otra fractura: Kaja Kallas, alta representante europea, reprocha a EE. UU. acciones letales contra narco-boats; Colombia habla de “ejecuciones extrajudiciales”. El reclamo jurídico de Bruselas colisiona con la lógica de seguridad de Washington, que asimila a los cárteles con actores terroristas y se reserva el derecho de negarles santuario marítimo. Alinear principios y realidades requiere algo más que comunicados: si Europa quiere credibilidad en la defensa del orden internacional, debe mostrar capacidad operativa, no solo normativismo. La incoherencia —tolerancia conceptual con mafias que ejercen violencia de estado de facto— mina el frente común y regala narrativa a enemigos de ambos lados del Atlántico.

Moscú, por su parte, ensaya diplomacia de manual: Lavrov “se declara listo” para reunirse con el secretario de Estado, Marco Rubio, mientras fija como condiciones innegociables la aceptación rusa de regiones anexionadas y el veto a la OTAN para Ucrania. No es oferta de paz, es messaging hacia audiencias occidentales cansadas, con el objetivo de sembrar fisuras y ganar tiempo táctico en el frente. Cualquier ventana útil para Washington solo existe si se negocia desde fuerza inequívoca y con deliverables verificables, no con marcos que conviertan la agresión en statu quo.

En paralelo, el supertifón Fung-wong ha golpeado Luzón con vientos de 200 km/h, obligando a evacuar a más de un millón de personas. Filipinas muestra avances en resiliencia y alerta temprana, pero la recurrencia y violencia de los ciclones en el Pacífico occidental es ya una variable geopolítica: interrumpe rutas marítimas, altera cadenas de suministro y desborda capacidades de respuesta, obligando a Taiwán y Japón a activar contingencias. El clima extremo no es trasfondo, es multiplicador de riesgos.

El rack mediático internacional confirma que no hay hechos “puros”: cada bloque reencuadra lo ocurrido según su gramática política. En EE. UU., el shutdown y la caída de la cúpula de la BBC son munición para narrativas opuestas; en Reino Unido, Telegraph capitaliza el escándalo y Guardian desplaza foco a derecho internacional y crisis humanitaria; en Europa continental mandan seguridad híbrida y fatiga transatlántica; en Rusia y China, la tesis de “Occidente en declive” convive con la glorificación del Fujian; en Latinoamérica, la soberanía se impone como lente para leer tanto Michoacán como la controversia por las narco-boats.

Si hubiera que traducir el análisis en semáforo de riesgos para decisión ejecutiva inmediata, el rojo se concentra en cuatro cuadrantes: la credibilidad mediática occidental (por su efecto sistémico en la confianza), el equilibrio militar del Indo-Pacífico (por su potencial de escalada), la vulnerabilidad híbrida europea (por su facilidad de réplica) y la gestión del shutdown estadounidense en su transición a normalidad (por el riesgo de recaídas). En amarillo, la negociación política en Washington, la coordinación transatlántica frente al narcotráfico y la respuesta estatal mexicana; en verde, una estabilización editorial futura en Reino Unido si se acometen reformas, la cooperación UK-UE ad hoc ante amenazas híbridas y la coordinación internacional para asistencia por el tifón.

Observaciones finales: vivimos una triple prueba de estrés. La primera, de instituciones: medios públicos, parlamentos y agencias deben reconectar con su razón de ser —servicio, eficacia, veracidad— o perderán el monopolio de la legitimidad. La segunda, de poder: China acelera su proyección naval regional; Rusia convierte la diplomacia en storytelling; los cárteles latinoamericanos actúan como actores paraestatales con capacidad de desestabilización. La tercera, de coherencia: Europa no puede pretender liderar el multilateralismo si confunde legalismo con seguridad; EE. UU. no puede permitirse la autolesión periódica del shutdown; y las democracias no pueden seguir flirteando con el control partidista de los medios públicos sin pagar el precio en cohesión social.

El diagnóstico no invita al derrotismo, sino al realismo estratégico: reforzar cortafuegos legales y editoriales, coordinar capacidades militares y tecnológicas, y abandonar la ingenuidad ante amenazas que ya no tocan a la puerta: están dentro de casa, sobre nuestras ciudades y a lo largo de nuestras rutas marítimas.

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