Tech Prosperity Deal: cómo el pacto EE.UU.–Reino Unido redefine la frontera de la innovación global
El reciente acuerdo entre Estados Unidos y Reino Unido, bautizado como Tech Prosperity Deal, marca un hito político y económico: pretende impulsar la cooperación en inteligencia artificial, computación cuántica y energía nuclear civil, con millonarias inversiones de gigantes tecnológicos.
Durante la visita de estado del presidente estadounidense Donald Trump al Reino Unido, el primer ministro británico Keir Starmer y su homólogo firmaron lo que se presenta como uno de los acuerdos más ambiciosos en materia tecnológica entre los dos países: el Tech Prosperity Deal. Más allá de las ceremonias protocolares y los discursos ante líderes empresariales, el pacto apunta a cambios reales en sectores que definen el futuro industrial y económico tanto del Reino Unido como de los Estados Unidos.
Con un valor estimado en 42.000 millones de dólares (unos £31.000 millones), la alianza se articulará en torno a tres ejes clave: la inteligencia artificial, la computación cuántica y la energía nuclear civil avanzada. Por ejemplo, Microsoft se compromete a potenciar significativamente su infraestructura de IA y nube en el Reino Unido, mientras que Nvidia desplegará decenas de miles de procesadores gráficos (GPUs), y Google invertirá en centros de datos y en investigación aplicada.
El punto de la energía nuclear es especialmente interesante: el pacto incluye acelerar la aprobación regulatoria para reactores avanzados y modulares en ambos países, con el objetivo de asegurar cadenas de suministro más resilientes y reducir dependencias externas, especialmente frente a fuentes de combustible nuclear vinculadas a actores geopolíticos cuestionables. También se busca fomentar la innovación en tecnología nuclear, incluyendo reactores modulares pequeños (SMRs) y posiblemente otras tecnologías emergentes.
Para el Reino Unido, este acuerdo llega en un momento en que el país busca recuperar ritmo tras años de tensiones post-Brexit, incertidumbre inflacionaria y críticas por el lento crecimiento. Starmer ve en este tipo de compromisos una vía de “colocar a Gran Bretaña a la vanguardia de la innovación global”, atraer talentos e inversiones, y al tiempo reforzar la seguridad energética. Para EE.UU., es también una oportunidad de afianzar influencias reguladoras y comerciales en Europa, garantizar colaboración estratégica, particularmente en tecnologías duales, y asegurarse de que sus gigantes tecnológicos participen activamente en mercados externos, pero con reglas que les permitan operar con estabilidad.
Figuras como Nick Clegg ya han expresado que existe el riesgo de que el Reino Unido dependa demasiado de empresas tecnológicas estadounidenses, lo que podría limitar la creación de capacidades locales con autonomía. Además, la cuestión regulatoria —cómo equilibrar la innovación rápida con la protección de privacidad, competencia, impacto social y medioambiental— se presenta como un terreno sensible. La rapidez en la aprobación de proyectos nucleares también plantea interrogantes sobre estándares de seguridad, aceptación social y financiación a largo plazo, temas que cualquier país con una ambición nuclear debe abordar con transparencia.