Sin concesiones en la hoja de ruta regional

Israel no cederá en el desarme de Hamás, afirma el ministro Gideon Saar

El ministro de Asuntos Exteriores israelí, Gideon Saar, dejó este martes una advertencia clara: Israel mantendrá su exigencia de desarme de Hamás y no hará concesiones sobre la desmilitarización de Gaza. Saar trasladó ese mensaje en Nueva Delhi durante una reunión con su homólogo indio, Subrahmanyam Jaishankar, en la que subrayó además que Hezbolá y los hutíes también deben ser erradicados para garantizar la estabilidad en Oriente Medio.

 

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La declaración de Saar llega en un momento de alta tensión regional y de certidumbre limitada sobre los objetivos políticos y militares tras años de conflicto. Al situar el desarme de Hamás como “pilar fundamental” del plan apoyado por el presidente estadounidense, según sus palabras, Israel marca una línea roja que condicionará cualquier negociación futura y la naturaleza de su presión militar y diplomática en Gaza.

Saar vinculó su postura con una visión más amplia de seguridad regional: no solo Hamás, dijo, sino también Hezbolá en el Líbano y los hutíes en Yemen deben ser tratados como amenazas que requieren una respuesta firme. Al plantearlo así, Israel articula una estrategia que va más allá del frente palestino y proyecta presión sobre actores armados que operan con distinto grado de implicación e influencia en la región. El mensaje es doble: por un lado, la exigencia de eliminación de capacidades militares a grupos no estatales; por otro, la búsqueda de respaldo internacional que legitime y acompañe esas demandas.

En la práctica, la insistencia en la “erradicación” de organizaciones consideradas terroristas plantea múltiples retos. Primero, la componente militar: desarmar a una organización asentada en una población urbana implica operaciones de gran complejidad, alto coste humanitario y riesgo de escalada, como ya han demostrado los años recientes de enfrentamientos. Segundo, la componente política: cualquier solución duradera exige no solo la supresión de arsenales, sino alternativas que aborden las causas profundas del apoyo popular a estos grupos, incluidas condiciones económicas, falta de gobernanza y ausencia de vías políticas creíbles. Tercero, la dimensión diplomática: lograr consenso internacional para una acción sostenida contra estas organizaciones requiere maniobras delicadas en foros multilaterales y con socios que a menudo tienen agendas divergentes en Oriente Medio.

La referencia de Saar al respaldo indirecto de Estados Unidos —al mencionar el plan del presidente estadounidense— apunta a la importancia de la coordinación transatlántica en materia de seguridad. Sin embargo, la letra pequeña de cualquier plan internacional será determinante: quién supervisa el desarme, qué mecanismos de verificación se imponen, cómo se protege la población civil y qué se ofrece como alternativa institucional y humanitaria. Sin garantías sobre esos puntos, la exigencia del desarme puede quedar reducida a una declaración de intención difícil de ejecutar sin costos colaterales altos.

Además, la ampliación de la lista de objetivos —Hezbolá y los hutíes— convierte una cuestión bilateral en un desafío regional. Hezbolá, con capacidad militar significativa en el sur del Líbano, y los hutíes, con alcance sobre rutas marítimas clave en el Mar Rojo, interactúan con dinámicas que involucran a potencias como Irán. Cualquier intento de “erradicación” de estas organizaciones no puede considerarse en aislamiento: requiere calibrar riesgos de escalada y efectos en infraestructuras críticas y comercio internacional.

Mientras tanto, en el terreno, la población civil sigue siendo la principal víctima de la inestabilidad. La retórica de dureza y “no ceder” marca una hoja de ruta que, si se traduce en acciones militares sostenidas, puede perpetuar ciclos de violencia. Por eso, cualquier avance hacia la desmilitarización real exigirá, además de presión bélica, planes robustos de reconstrucción, seguridad y gobernanza que ofrezcan una alternativa viable a la lógica de las armas.

En definitiva, la postura de Saar perfila la línea política de Israel para el próximo periodo: firmeza máxima en demandas de desarme y una visión ampliada de amenazas regionales. La pregunta abierta es si esa estrategia encontrará aliados suficientes y herramientas eficaces —militares, diplomáticas y civiles— para convertir el objetivo ambicioso del desarme en una realidad sostenible sin agravar aún más la crisis humanitaria en la región.

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