Valdai | Seguridad europea y guerra en Ucrania

Ryabkov ofrece un “pacto legal” de no agresión a OTAN y UE: la letra pequeña que inquieta a Europa

Rusia asegura estar dispuesta a plasmar por escrito que no atacará a la OTAN ni a la Unión Europea, pero advierte que el riesgo de choque sigue vivo por las “acciones hostiles” de Europa. El mensaje llega en un momento de máxima desconfianza estratégica y con el frente ucraniano aún marcando la agenda.

EPA/XINHUA / LIU BIN
EPA/XINHUA / LIU BIN

Un ofrecimiento “formal” que busca cambiar el marco del debate

El viceministro de Exteriores ruso, Serguéi Ryabkov, ha afirmado que Moscú está dispuesta a “garantizar formalmente” —incluso mediante un acuerdo con valor legal— que no tiene intención de atacar a la Unión Europea ni a la OTAN. El mensaje, difundido en el contexto de intervenciones vinculadas al club Valdai, se presenta como un intento de rebajar la presión política y de seguridad que domina la relación entre Rusia y las capitales occidentales desde la invasión de Ucrania, pero también como una maniobra para reposicionar a Moscú en la conversación sobre “garantías de seguridad” en Europa.

En términos diplomáticos, la expresión “legalmente confirmable” no es menor: sugiere pasar del terreno declarativo —comunicados y ruedas de prensa— al de los compromisos registrables, interpretables y, en teoría, exigibles. Sin embargo, el efecto real de un gesto así depende menos de la gramática jurídica y más del capital de confianza entre las partes. Y ese es, precisamente, el bien más escaso en el tablero euroatlántico actual.

La letra pequeña: “no queremos atacar”, pero “el riesgo existe”

La aparente mano tendida llega acompañada de una advertencia que revela la tensión de fondo: Ryabkov sostiene que los riesgos de un choque entre Rusia y la OTAN siguen existiendo por lo que describe como acciones “inadecuadas y hostiles” de países europeos. Es decir, el mensaje combina dos capas: una promesa de no agresión y, al mismo tiempo, una atribución de responsabilidad preventiva a Europa por la escalada y la fricción estratégica. 

Este encuadre no es casual. Para el Kremlin y su diplomacia, la narrativa de “amenaza occidental” y “expansión hostil” ha sido un eje constante. En paralelo, gobiernos europeos y la propia OTAN recuerdan que Rusia negó durante meses que fuera a lanzar una invasión a gran escala antes de febrero de 2022, un precedente que alimenta el escepticismo ante cualquier promesa de no agresión, por formal que se formule. 

¿Qué ganaría Moscú con un compromiso así?

En el corto plazo, un ofrecimiento de no agresión “en papel” puede perseguir tres objetivos simultáneos. Primero, reducir la cohesión política occidental alrededor del gasto en defensa y del refuerzo del flanco oriental, introduciendo la idea de que existe una vía de desescalada “razonable” si Europa acepta negociar un nuevo marco de seguridad. Segundo, trasladar el foco desde la guerra en Ucrania hacia una discusión más amplia —y más favorable a Moscú— sobre arquitectura de seguridad continental. Y tercero, reforzar su posición negociadora en conversaciones indirectas sobre Ucrania, vinculando cualquier “garantía” a concesiones en otros frentes: desde sanciones hasta despliegues militares o presencia aliada cerca de sus fronteras.

Este patrón encaja con otros mensajes recientes de altos cargos rusos en los que se insiste en que Rusia no tendría “planes agresivos” contra la UE o la OTAN y se muestra abierta a formalizar garantías en un documento, siempre bajo condiciones de reciprocidad y en un paquete más amplio. 

Qué teme Europa: la brecha entre el texto y la realidad

Para Europa, el problema central no es redactar un texto, sino verificar conductas y evitar la “zona gris”. La protección de cables submarinos, gasoductos, infraestructuras energéticas y comunicaciones críticas ha escalado en prioridad estratégica en los últimos años. Un compromiso de no agresión clásico suele centrarse en ataque militar directo, pero deja amplios márgenes para acciones híbridas: sabotaje, coerción económica, operaciones encubiertas, desinformación o presión sobre rutas marítimas. La discusión, por tanto, no se limita a “¿atacará Rusia a un país OTAN?”, sino a “¿cómo se define agresión en un entorno híbrido?”

Además, la propia guerra en Ucrania sigue condicionando la lectura europea: mientras Rusia mantenga operaciones militares y ocupe territorio ucraniano, cualquier garantía sobre “no atacar Europa” puede interpretarse como un intento de compartimentar el conflicto (Ucrania como excepción) y congelar el riesgo para el resto del continente sin resolver el núcleo de la crisis. 

La negociación real: condiciones, reciprocidad y verificación

Si la propuesta avanzara, el debate se movería rápidamente hacia los mecanismos: ¿sería un documento bilateral (Rusia-EE. UU.), multilateral (Rusia-OTAN o Rusia-UE) o un conjunto de compromisos paralelos? ¿Qué tipo de verificación incluiría? ¿Cómo se gestionaría una supuesta violación y con qué consecuencias? La experiencia de los acuerdos de control de armas y de confianza militar en Europa muestra que la arquitectura funciona cuando hay transparencia, líneas directas, inspecciones y un mínimo consenso político sobre la interpretación de los hechos. En el clima actual, lograrlo es, como mínimo, complejo.

En ese sentido, la afirmación de Ryabkov puede leerse como un globo sonda: útil para abrir conversación, insuficiente para cerrarla. Europa, por su parte, tenderá a exigir que cualquier garantía se vincule a hechos verificables sobre Ucrania y a límites claros sobre acciones híbridas. Moscú, previsiblemente, intentará ligarlo a un paquete que reduzca presencia aliada, rebaje sanciones o reconozca “líneas rojas” geopolíticas. El choque no está en la frase “no atacaremos”, sino en todo lo que cada parte querrá a cambio de creerla.

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