Un atentado en pleno Moscú que abre una grieta en el sistema ruso
El asesinato del teniente general Fanil Sarvarov mediante una bomba en Moscú provoca una crisis de seguridad que pone en tela de juicio la estabilidad interna del ejército ruso y abre interrogantes en el ámbito político nacional e internacional.
El corazón de Moscú se ha visto sacudido por un atentado que va mucho más allá de la crónica de sucesos. El teniente general Fanil Sarvarov, jefe de la Dirección de Entrenamiento Operativo del Estado Mayor ruso, murió después de que una bomba colocada bajo su vehículo explotara en la mañana del 22 de diciembre en una zona residencial del sur de la capital. La escena —un coche destrozado, varios vehículos dañados alrededor y un amplio despliegue policial y forense— ha sido rápidamente leída como algo más que un ataque aislado: un golpe directo al corazón del aparato militar de Vladimir Putin.
Un atentado que apunta a fisuras y vulnerabilidades
Lo inusual no es solo el método —una bomba lapa en el vehículo de un alto mando— sino el rango del objetivo: Sarvarov era una figura central en la cadena de mando, responsable de la preparación y el adiestramiento de las fuerzas rusas, incluida su implicación en la guerra de Ucrania y en operaciones anteriores como Chechenia y Siria. Que alguien con ese nivel de protección haya sido asesinado en la propia capital sugiere vulnerabilidades serias en los servicios de seguridad y abre la puerta a hipótesis de tensiones internas, filtraciones o luchas de poder dentro del complejo militar y de inteligencia ruso.
Las autoridades han abierto una causa por asesinato y tráfico ilegal de explosivos, mientras el Comité de Investigación ruso reconoce que baraja varias hipótesis, entre ellas la posible implicación de servicios ucranianos. Kiev, de momento, no ha asumido responsabilidad, aunque en el pasado sí ha reivindicado acciones similares contra otros mandos militares rusos. El mensaje, en cualquier caso, es inequívoco: incluso en Moscú, y en posiciones teóricamente blindadas, nadie está completamente a salvo.
Un patrón inquietante: el tercer general asesinado en un año
La muerte de Sarvarov no es un caso aislado, sino el último eslabón de una cadena. En poco más de un año, otros dos generales rusos han sido asesinados con explosivos: Igor Kirillov, jefe de las tropas de defensa nuclear, biológica y química, muerto por una bomba colocada en un patinete eléctrico; y Yaroslav Moskalik, adjunto a la Dirección de Operaciones del Estado Mayor, muerto también por un coche bomba en las afueras de Moscú. Esta secuencia dibuja un patrón de ataques selectivos contra figuras clave del aparato militar, que erosiona la imagen de control absoluto que el Kremlin trata de proyectar.
La repetición del método —explosivos dirigidos a objetivos de alto rango en zonas urbanas— obliga a preguntarse hasta qué punto los servicios de contrainteligencia han logrado adaptarse a una guerra que ya no se libra solo en el frente ucraniano, sino también en las calles y aparcamientos de la propia capital rusa.
Un Estado bajo presión entre la guerra y las sanciones
Todo esto ocurre en un contexto de máxima presión para Moscú: una guerra prolongada en Ucrania, sanciones económicas que se extienden y profundizan, y un clima político interno donde la cohesión del relato oficial es tan importante como la realidad sobre el terreno. El asesinato de Sarvarov, además de un golpe operativo por la pérdida de un alto perfil técnico, supone un revés simbólico: transmite a la opinión pública rusa y a las élites que la guerra “vuelve a casa” y que los responsables de dirigirla son objetivos prioritarios.
Para el Kremlin, sostener la imagen de unidad y fortaleza en estas circunstancias es vital. Cada atentado exitoso debilita esa narrativa y alimenta, dentro y fuera del país, la percepción de que el sistema de seguridad ruso no es impermeable, ni siquiera en su propio territorio. De ahí que las reacciones oficiales combinen condenas enérgicas, promesas de represalia y llamadas a reforzar aún más los dispositivos de seguridad.
Repercusiones regionales y mirada internacional
En el plano internacional, los aliados de Ucrania observan con atención las consecuencias de este nuevo atentado sobre el equilibrio interno de poder en Moscú y sobre la dinámica del conflicto. Los socios occidentales saben que golpes de esta naturaleza pueden tener un doble efecto: debilitar la capacidad militar rusa, pero también empujar al Kremlin a respuestas más duras, tanto en el frente como en el terreno de la represión interna o las operaciones encubiertas en el exterior.
En los servicios de inteligencia de medio mundo flota una misma pregunta: ¿estamos ante un pico puntual de violencia dirigida, o ante el síntoma de una fase nueva, más inestable, en la que las disputas internas, las operaciones encubiertas y las acciones de represalia se conviertan en parte habitual del paisaje ruso? La respuesta dependerá, en buena medida, de cómo gestione el Kremlin este golpe: si logra cerrar filas y reforzar el control, o si el atentado contra el general Fanil Sarvarov termina siendo recordado como la señal visible de una fractura más profunda en el interior del sistema.
