“El cierre no valió la pena”: los trabajadores federales de EE.UU. denuncian haber sido usados como fichas políticas tras el shutdown más prolongado
El shutdown más largo de la historia federal estadounidense —iniciado el 1 de octubre y recién concluido tras un acuerdo bipartidista— ha dejado una herida abierta en la fuerza laboral del gobierno. Para los cientos de miles de empleados afectados, la reapertura es un alivio, pero también la confirmación de algo doloroso: que su sacrificio formó parte de un pulso político en el que ellos nunca tuvieron voz.
Durante semanas, historias como la de Jessica Sweet, especialista en reclamaciones del Seguro Social en Nueva York, se multiplicaron en todo el país. Para sobrevivir, Sweet recortó gastos esenciales: redujo comidas, tomó un solo café al día, aplazó facturas y acumuló deuda en su tarjeta de crédito para poder llenar el tanque y llegar al trabajo. “Sacude la confianza que ponemos en nuestras agencias”, lamenta, recordando la sensación de haber sido usada como moneda de cambio.
Las cifras ilustran la magnitud del impacto: al menos 670.000 empleados fueron enviados a casa sin sueldo, mientras otros 730.000 trabajaron sin cobrar. Un escenario insostenible que, sumado a retrasos en vuelos, recortes en ayudas alimentarias y parálisis administrativa, hizo que el país entero sintiera los efectos del cierre.
Un cierre político con un alto coste humano
El shutdown comenzó cuando un grupo de senadores demócratas se negó a apoyar una prórroga presupuestaria que no incluyera la extensión de subsidios sanitarios bajo el Obamacare. La administración de Donald Trump respondió endureciendo el pulso: insinuó que los trabajadores sin sueldo no recibirían pagos retroactivos, amenazó con despidos masivos y llegó a ejecutarlos, hasta que un tribunal bloqueó las destituciones.
Finalmente, ocho senadores demócratas cedieron y apoyaron un acuerdo sin extender los subsidios de salud. Ese giro alimentó la sensación de traición entre trabajadores como Sweet, quienes, aun en medio de las dificultades, creían estar defendiendo un objetivo legítimo. “Hay muchos que sienten que se cruzó una línea y que la confianza se rompió”, señala.
El acuerdo final garantiza la reapertura del gobierno, el restablecimiento de los empleos eliminados durante el cierre y el pago retroactivo que la administración había dejado en duda. También reactiva programas esenciales, como la ayuda alimentaria SNAP.
“Nos usaron como peones”
Ese sentimiento se repite entre trabajadores como Adam Pelletier, del National Labor Relations Board, quien pasó seis semanas sin ingresos. Asegura que se preparó financieramente desde marzo, cuando vio que el Congreso difícilmente alcanzaría un acuerdo presupuestario. Aun así, describe la experiencia como una prueba de impotencia: “Nos hicieron sentir como peones. No teníamos ningún control sobre nuestro propio futuro”.
Pelletier compara el acuerdo con la escena clásica de Charlie Brown intentando patear un balón que siempre le quitan en el último segundo. Una metáfora que captura el hartazgo y la desconfianza que ha dejado el cierre.
Elizabeth McPeak, trabajadora del IRS en Pittsburgh, coincide. En sus dos décadas como empleada federal, dice que nunca vivió un periodo tan duro. Compañeros suyos tuvieron que suplicar prórrogas de alquiler y recurrir a bancos de alimentos. “Esto no debería ser normal en el país más rico del mundo”, lamenta.
¿Y ahora qué?
La reapertura trae alivio, sí, pero también incertidumbre. Muchos empleados temen que este no sea el último shutdown que enfrentarán. La polarización política y las luchas presupuestarias recurrentes hacen que los cierres de gobierno se vuelvan cada vez más frecuentes y, para los trabajadores, cada vez más devastadores.
Al final, todos los entrevistados comparten un mismo sentimiento: están listos para volver al trabajo, pero no para repetir esta experiencia.

