Amazon ejecuta su mayor reestructuración: 30.000 despidos y hasta 75% de tareas robotizadas en sus centros logísticos
La compañía acelera una transformación histórica: automatizar tres de cada cuatro operaciones en sus almacenes y prescindir de 30.000 puestos. El mensaje es inequívoco: la próxima década del empleo industrial estará definida por la IA, la robótica y la reasignación de habilidades humanas hacia lo que las máquinas aún no pueden hacer.
Amazon ha encendido la luz larga y ha pisado el acelerador. La decisión de automatizar hasta el 75% de las tareas en sus centros logísticos, acompañada de 30.000 despidos, marca un antes y un después en el vínculo entre tecnología y empleo. Ya no hablamos de pilotos o proyectos en beta: es producción a escala, con robots, visión por computador y modelos de IA orquestando el flujo de mercancías, desde la recepción hasta el empaquetado y la expedición. El precedente que establece para el resto del sector es contundente y difícil de ignorar: la eficiencia deja de ser una ventaja para convertirse en requisito de supervivencia.
El giro no nace de un capricho. Tras los años de pandemia, cuando el comercio electrónico multiplicó su demanda y las plantillas crecieron a contrarreloj, llega la contracción selectiva: menos mano de obra en tareas repetitivas, más inversión en automatización y software. La tesis que se impone en los comités de dirección es que la volatilidad de la demanda, el coste del capital y la presión por márgenes obligan a rediseñar procesos. En esa ecuación, la IA deja de ser un adorno para presentaciones y se convierte en el motor que decide rutas, asigna trabajo, previene errores y anticipa picos operativos.
El impacto humano es enorme. Treinta mil nóminas menos no son un apunte contable: son familias, economías locales y cadenas de proveedores que deberán reacomodarse. Y aunque el anuncio fija una cifra concreta, algunos analistas advierten de que el alcance real de la automatización podría amenazar a cientos de miles de empleos similares en todo el ecosistema logístico e industrial si los competidores replican el modelo. El cambio rompe inercias del siglo XX: menos capas administrativas, menos tareas manuales, más supervisión algorítmica y más necesidad de perfiles que mezclen mantenimiento avanzado, datos y criterio operativo.
La gran pregunta es qué trabajos sobreviven —y cuáles prosperan— en esta nueva fábrica sin paredes. Los economistas coinciden en que las tareas rutinarias, predecibles y física o cognitivamente mecánicas son las primeras candidatas a ser absorbidas por máquinas. En el lado opuesto están las capacidades que hoy siguen diferenciando a las personas: creatividad aplicada a la mejora continua, liderazgo de equipos en turnos complejos, empatía para resolver incidencias con clientes y proveedores, pensamiento crítico para tomar decisiones cuando el dato es ambiguo, y habilidades técnicas de frontera para integrar robots, sensores e IA en entornos reales. No hay inmunidad garantizada, pero sí hay un patrón: el valor se desplaza hacia donde la automatización tropieza.
La respuesta no puede ser individual únicamente. Gobiernos, universidades, centros de FP y empresas tendrán que reordenar prioridades. Hace falta formación intensiva en competencias técnicas —mecatrónica, mantenimiento predictivo, analítica de datos, seguridad de sistemas— y, en paralelo, en habilidades transversales —comunicación, solución de problemas, gestión del cambio—. Y no dentro de cinco años: ahora. La reconversión exitosa no ocurre por decreto; requiere becas, incentivos fiscales al re-skilling, certificaciones rápidas y aprendizaje dual en planta. También mecanismos de transición: recolocación, puentes laborales y protección focalizada para amortiguar el golpe en regiones dependientes de grandes centros logísticos.
Para los inversores, el movimiento de Amazon es una tesis clara: productividad primero. Automatizar tres cuartas partes de la operación permite reducir costes unitarios, estabilizar la calidad del servicio y liberar capital para crecer en áreas de mayor margen, desde servicios de datos hasta publicidad y suscripciones. Pero hay riesgos de ejecución: el CAPEX en robótica y data centers exige retornos visibles, y cualquier fricción —desde fallos de integración hasta huelgas— puede erosionar parte del ahorro esperado. El premio, si sale bien, es un modelo más resiliente a los ciclos de demanda y menos dependiente de la disponibilidad de mano de obra en picos estacionales.
Al consumidor, de momento, este cambio le promete entregas más predecibles y menos errores. Al trabajador, le exige moverse. La historia del empleo industrial siempre ha sido una historia de adaptación: de artesanos a líneas de montaje; de carretillas a cintas; de cintas a robots. La diferencia de esta ola es la velocidad y el alcance: la IA no solo mueve cajas, también toma decisiones. Por eso, la conversación no puede reducirse a “robots sí o no”, sino a “¿cómo construimos, rápido, las trayectorias de movilidad laboral que impidan que la eficiencia se traduzca en exclusión?”.
Amazon ha señalado la dirección de viaje. Queda por ver quién puede seguir el ritmo, quién se descuelga y, sobre todo, cómo garantizamos que la nueva productividad se traduzca en más oportunidades y no en una brecha más profunda. El reloj ya corre.
