Japón rompe el hechizo de los tipos cero: el fin del carry trade del yen amenaza con secar la liquidez global
Hay movimientos que parecen técnicos hasta que el mercado los siente en la piel. Japón está viviendo uno de ellos. Tras décadas de tipos ultra bajos, el repunte de sus rentabilidades —con el bono a 10 años rondando el 1,7%–1,8%, máximos desde 2008— marca un cambio histórico para una economía que fue el gran proveedor silencioso de liquidez barata. El problema es que esa liquidez no se quedaba en Tokio: viajaba por el mundo, financiando compras de deuda, crédito corporativo, bolsa y, por supuesto, criptomonedas. Si ese grifo se cierra, el impacto no será local: puede reconfigurar el precio del dinero global.
Durante treinta años Japón funcionó como un ancla extraña del sistema financiero: tipos cercanos a cero, control de la curva, compras masivas de bonos y una moneda usada como herramienta universal de financiación. El Banco de Japón ya salió de los tipos negativos en 2024 y hoy mantiene el tipo oficial cerca del 0,5%, con el mercado descontando nuevas subidas en diciembre o enero. El resultado es doble: por un lado, el coste de financiarse en yenes sube; por otro, los bonos japoneses empiezan a ofrecer una rentabilidad que no se veía desde hace más de una década. Ese “simple” ajuste altera incentivos globales que llevaban años automatizados.
Aquí entra el punto clave: el bono japonés a 10 años no es solo una cifra doméstica. Es una señal de que Japón ya no está dispuesto —o no puede— sostener eternamente el régimen de dinero baratísimo. Un 1,7% en JGBs es poco comparado con EEUU o Europa, pero es enorme para Japón porque cambia la lógica de las carteras. Cuando el activo seguro local vuelve a pagar algo decente, muchos inversores japoneses dejan de necesitar irse fuera a buscar retorno. Esa repatriación potencial presiona la liquidez internacional y puede elevar rendimientos en mercados donde Japón era comprador estructural, especialmente en Treasuries y crédito global. No es una estampida confirmada, pero sí un riesgo que el propio mercado estadounidense ya vigila con lupa.
La causa de fondo del salto en rentabilidades japonesas es una mezcla de inflación más firme, debilidad del yen y, sobre todo, miedo fiscal: el mercado sospecha que el Gobierno tendrá que emitir más deuda para financiar estímulos grandes y sostener una economía envejecida. Ese aumento de oferta, con un banco central que está reduciendo compras gradualmente, empuja los tipos hacia arriba. Y cuando Japón sube tipos, el sistema global oye una palabra que no escuchaba desde hace años: “escasez”.
La segunda onda de choque es el carry trade del yen. Durante años, el yen fue el combustible perfecto: se pedía prestado barato y se invertía en activos con más rentabilidad en Estados Unidos, Europa o emergentes. El tamaño exacto de ese carry trade es difícil de medir y varía según la fuente, pero hablamos de trillones de dólares de posiciones apalancadas. Si el yen deja de ser barato o empieza a apreciarse por el cierre de esas operaciones, la mecánica se invierte: los fondos deshacen posiciones, venden activos de riesgo para cerrar financiación y el efecto dominó se nota primero donde más “aire” había. Eso explica por qué el frenazo de la narrativa IA en Wall Street y la caída de cripto han coincidido con la tensión japonesa: cuando el carry se revierte, el riesgo se encoge.
En los mercados ya se ve la huella. Las bolsas sufren más volatilidad porque una parte de la demanda que sostenía los rallies era liquidez global extra, no solo beneficios empresariales. El crédito internacional se encarece a medida que sube el tipo libre de riesgo. Y las criptomonedas, que viven del exceso de liquidez, reaccionan como un acelerómetro del miedo: cuando se reduce el apalancamiento, el golpe es inmediato. Todo esto ocurre, además, con la Reserva Federal en modo prudente y con Europa creciendo sin brillo, lo que deja menos margen para compensar el shock si Japón aprieta más de lo esperado.
¿Estamos ante una crisis sistémica? Aún no. Pero sí ante un cambio de régimen: la economía global llevaba años apoyada en la idea de que siempre habría un gran banco central dispuesto a sostener el precio del dinero cerca de cero. Japón era el último bastión de ese mundo. Si Tokio normaliza de verdad, el planeta entra en una era donde la liquidez cuesta más, las valoraciones se justifican menos por tipos bajos y los errores de apalancamiento se pagan rápido. La buena noticia es que los mercados pueden adaptarse. La mala es que, durante el ajuste, la volatilidad deja de ser pasajera y se vuelve estructura.