Venezuela

Estados Unidos y Venezuela: la guerra que nadie puede permitirse

José Miguel Villarroya analiza las complejidades políticas, militares y geopolíticas que enfrentan Estados Unidos para una posible intervención en Venezuela, además de las reacciones globales y el impacto en los mercados internacionales.

Miniatura del vídeo donde José Miguel Villarroya comenta sobre la guerra en Ucrania y la situación geopolítica relacionada con Venezuela.<br>                        <br>                        <br>                        <br>
José Miguel Villarroya comenta sobre la guerra en Ucrania y la situación geopolítica relacionada con Venezuela.

¿Qué tan cerca está realmente Estados Unidos de lanzar una operación militar contra Venezuela? La pregunta, que durante años se movió entre la especulación y el titular fácil, adquiere nuevos matices a la luz del análisis del historiador José Miguel Villarroya. Su diagnóstico es incómodo para los halcones de Washington: el problema ya no es solo si Trump quiere o no intervenir, sino si puede hacerlo sin provocar una crisis política interna, un desastre militar y un choque frontal con Rusia y China.
Mientras tanto, en los mercados, el telón de fondo es el de un dólar encaminado a su mayor caída anual en ocho años, un euro fortalecido y unos índices de Wall Street moviéndose casi planos —con un Dow corrigiendo en torno a un 0,1%-0,2%— mientras descuentan un 2026 de recortes de tipos y mayor volatilidad. La geopolítica y las finanzas vuelven a cruzarse en un escenario donde Venezuela es mucho más que petróleo barato o un régimen incómodo.
La conclusión de Villarroya es clara: “No estamos ante una invasión inminente, sino ante una estrategia de presión calculada. El riesgo real no es que mañana desembarquen marines en Caracas, sino que una escalada mal gestionada en el Caribe se enrede con Ucrania, Oriente Medio y el Pacífico”. La operación militar total parece lejana, pero el conflicto híbrido y fragmentado está ya en marcha.

Un presidente sin mayoría para ir a la guerra

El primer freno a cualquier aventura militar en Venezuela es político. Villarroya recuerda un dato que se suele obviar en el ruido mediático: Donald Trump no dispone de una mayoría sólida ni en su bancada ni en el Congreso para avalar una intervención directa. La War Powers Resolution y la práctica política reciente obligan, de facto, a buscar al menos un consenso de más del 60% en ambas cámaras para sostener una operación prolongada.

En un contexto de polarización extrema, con un Capitolio dividido y una opinión pública cansada de guerras sin final —Afganistán, Irak, Siria—, el margen para aprobar una operación anfibia a miles de kilómetros del territorio nacional es muy reducido. Incluso dentro del Partido Republicano, una parte significativa del ala “America First” rechaza aventuras exteriores que puedan poner en riesgo vidas y recursos sin un beneficio inmediato y tangible.

Este hecho revela una realidad incómoda: la retórica de mano dura contra Maduro, útil para consumo interno, choca con un Congreso que ve más costes que beneficios en una intervención directa. “Trump tiene discurso, pero no tiene votos suficientes para una guerra clásica”, resume Villarroya.

La pesadilla logística de un desembarco en el Caribe

En el plano estrictamente militar, los obstáculos se multiplican. Washington carece hoy del apoyo formal de países vecinos para utilizar sus territorios como plataformas de ataque. Sin bases abiertas en Colombia, Brasil o el Caribe para operaciones ofensivas, la opción se reduciría a una operación anfibia a gran escala, apoyada desde portaaviones y grupos de combate navales.

Una operación de esa magnitud requeriría movilizar decenas de miles de soldados, asegurar rutas marítimas, garantizar la superioridad aérea total y sostener un esfuerzo logístico diario cifrado por algunos analistas en varios cientos de millones de dólares. Todo ello en un entorno donde las fuerzas armadas venezolanas, pese a sus carencias, conocen el terreno, cuentan con sistemas antiaéreos de origen ruso y podrían recurrir a guerra irregular urbana.

Lo más grave para Washington no sería solo el coste económico, sino el riesgo de fracaso parcial: un desembarco complicado, un alto número de bajas o un conflicto enquistado en ciudades petroleras del Orinoco serían un golpe devastador para el prestigio militar e internacional de Estados Unidos, especialmente tras años vendiéndose como potencia que pivotaba hacia Asia y el Indo-Pacífico.

Bombardeos limitados y ataques selectivos: la presión calibrada

Si la invasión total se percibe como inviable, ¿qué explica entonces el aumento de bombardeos limitados, ataques a lanchas o incidentes con petroleros en la zona? Villarroya lo define como una estrategia de presión máxima sin cruzar el Rubicón.

Objetivos puntuales —infraestructura militar, embarcaciones sospechosas, apoyo logístico a grupos aliados de Maduro— permiten a Washington enviar un mensaje claro: “podemos golpear donde y cuando queramos”, sin asumir el coste político y humano de una ocupación prolongada. Al mismo tiempo, estos ataques ensayan capacidades, prueban defensas y envían señales a otros actores regionales.

El objetivo no declarado es forzar al régimen venezolano —y a su entorno— a entrar en un ciclo de negociación bajo presión, con la economía asfixiada por sanciones, la infraestructura militar bajo amenaza y el acceso a ciertos mercados energéticos cada vez más condicionado. “Es la guerra de la ‘media intensidad’: lo suficiente para doblar el brazo, no tanto como para encender una guerra abierta”, explica el historiador.

Rusia y China: hasta dónde están dispuestos a llegar

Cualquier análisis sobre Venezuela que ignore a Rusia y China está incompleto. Moscú y Pekín han convertido al país caribeño en un activo geopolítico: acceso a recursos, contratos energéticos, venta de armamento y, sobre todo, un punto de apoyo en el “patio trasero” histórico de Estados Unidos.

Villarroya distingue dos escenarios:

  • Ante ataques limitados, Rusia y China pueden ofrecer apoyo diplomático, aumentar la cooperación militar y económica, y utilizar el conflicto como moneda de cambio en otros tableros (Ucrania, Taiwán, Oriente Medio).

  • Ante una ofensiva decidida para derrocar a Maduro y controlar el cinturón petrolero del Orinoco, el riesgo se dispara. Moscú podría intensificar su presencia militar “no declarada” —asesores, sistemas de defensa, inteligencia— y China podría utilizar el conflicto para tensionar otros frentes, desde el mar de China Meridional hasta la presión financiera sobre el dólar.

El resultado sería una guerra por delegación en pleno hemisferio occidental, con Venezuela como escenario principal pero con repercusiones globales. “Latinoamérica dejaría de ser un problema regional para convertirse en una pieza abierta del gran tablero”, advierte el historiador.

Un conflicto que ya se siente en los mercados

La tensión no se limita a lo militar. El clima geopolítico, con frentes activos en Ucrania, Oriente Medio y ahora el Caribe, se mezcla con un contexto financiero delicado: el dólar se encamina a su mayor caída anual en ocho años, el índice DXY retrocede en torno a un 9%-10% en el año, y el euro se ha revalorizado cerca de un 14% apoyado en las expectativas de recortes de tipos de la Reserva Federal en 2026.

En Wall Street, la lectura es prudente. Las últimas sesiones han dejado un Dow Jones corrigiendo alrededor de un 0,12%, con un S&P 500 y un Nasdaq prácticamente planos, en un final de año de volúmenes bajos y volatilidad contenida. Los inversores siguen apostando por la renta variable —el S&P acumula un avance del 17% en 2025—, pero protegen posiciones ante cualquier sobresalto geopolítico adicional.

Los mercados de materias primas miran con especial atención a Venezuela. Cualquier señal de interrupción de suministros o de bloqueo de rutas marítimas en el Caribe puede reactivar el riesgo de repunte en los precios del crudo, justo cuando el petróleo se ha estabilizado alrededor de los 60 dólares el barril y las economías avanzadas tratan de consolidar la desinflación.

El eje Moscú-Teherán y su sombra sobre Latinoamérica

El análisis de Villarroya subraya otro vector decisivo: la alianza creciente entre Rusia e Irán. Lo que a primera vista parece un problema circunscrito a Oriente Medio —programa nuclear iraní, apoyo a milicias regionales, guerra en Siria— tiene derivadas directas sobre América Latina.

Teherán ha buscado en los últimos años acuerdos energéticos y de cooperación militar con Caracas, mientras Moscú coordina con Irán en Ucrania, en el suministro de drones y misiles, y en la construcción de un frente de resistencia a la influencia occidental. En este triángulo, Venezuela puede convertirse en pieza de negociación y plataforma de proyección, un lugar donde se cruzan intereses energéticos, logísticos y militares.

El debate sobre el programa nuclear iraní demuestra que los movimientos no son solo militares, sino estratégicos y económicos: sanciones, acuerdos paralelos, rutas alternativas. Cada sanción a Irán o Rusia, cada giro en su relación con China, se traduce en ajustes en la apuesta por Venezuela.

Con todos estos elementos sobre la mesa, Villarroya es tajante: una invasión a gran escala de Venezuela por parte de Estados Unidos es hoy poco probable, pero el escenario de presión híbrida prolongada es ya un hecho.

Los escenarios que dibuja son tres:

  1. Presión sin ruptura: ataques limitados, sanciones reforzadas, negociaciones intermitentes y un Maduro que resiste a costa de una economía cada vez más debilitada.

  2. Desbordamiento regional: incidentes mayores en el Caribe, choque directo con intereses rusos o chinos y extensión de la inestabilidad a países vecinos, con impacto en flujos migratorios y seguridad energética.

  3. Salida pactada bajo presión: una combinación de asfixia económica, garantías a ciertos sectores del régimen y mediación internacional que desemboque en una transición controlada, con Washington, Moscú y Pekín aceptando un mal menor.

Ninguno de estos desenlaces está garantizado. Lo único claro, concluye el historiador, es que “Venezuela ha dejado de ser un asunto exclusivo de América Latina. Es una casilla más en una partida en la que se deciden el peso del dólar, el equilibrio energético y la credibilidad militar de las grandes potencias”.

Mientras tanto, los gráficos de Wall Street, las curvas de tipos de la Fed y las cotizaciones del crudo seguirán leyendo, en tiempo real, cada gesto en Caracas, Washington, Moscú, Pekín y Teherán. La guerra que nadie puede permitirse puede no estallar nunca en forma de invasión, pero ya está encareciendo el precio de la estabilidad global.

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