Trump enfría el envío de misiles Tomahawk a Ucrania y marca distancia con el Pentágono
El presidente estadounidense aseguró que, por el momento, no considera entregar misiles de largo alcance Tomahawk a Ucrania, pese a que el Pentágono habría dado luz verde a la operación. Trump, que habló con periodistas a bordo del Air Force One, subrayó que la decisión “podría cambiar”, pero insistió en que el conflicto con Rusia “debe pelearse hasta que se agote”.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha descartado —al menos por ahora— autorizar el envío de misiles de crucero Tomahawk a Ucrania, una decisión que vuelve a poner de manifiesto las tensiones internas entre la Casa Blanca y el Departamento de Defensa sobre el papel de Washington en la guerra. “No, no realmente”, respondió Trump al ser preguntado por un posible acuerdo de suministro. “Eso podría cambiar, pero en este momento no lo estoy considerando”, añadió desde el Air Force One, durante una conversación informal con periodistas.
Sus declaraciones llegan horas después de que CNN publicara que el Pentágono había dado su visto bueno para transferir misiles de largo alcance a Kiev, dejando la decisión final en manos del presidente. Los Tomahawk, con un alcance superior a los 1.500 kilómetros, permitirían a Ucrania atacar objetivos profundos dentro del territorio ruso, una posibilidad que genera inquietud entre aliados europeos por el riesgo de una escalada directa con Moscú.
La ambigüedad de Trump refleja una estrategia cada vez más personalista en materia de seguridad internacional. El mandatario, que en los últimos meses ha oscilado entre el apoyo retórico a Kiev y los llamados a la negociación con el Kremlin, parece buscar un equilibrio entre la presión militar y la cautela electoral. “A veces tienes que dejar que se peleen”, declaró en relación con la guerra. “Ha sido una guerra dura para Putin, ha perdido muchos soldados, y también ha sido dura para Ucrania”, añadió, dejando entrever una visión pragmática que contrasta con la postura de confrontación directa de la administración anterior.
El mensaje es doble: por un lado, Trump quiere demostrar que mantiene el control sobre la escalada militar, y por otro, que su política exterior no estará dictada por los mandos del Pentágono ni por la línea dura republicana que reclama aumentar la ayuda bélica. Fuentes próximas al Departamento de Defensa, citadas por medios estadounidenses, señalan que existe frustración interna ante la falta de dirección clara en la Casa Blanca, mientras que diplomáticos europeos temen que la indecisión estadounidense debilite la moral de las fuerzas ucranianas.
En Kiev, las declaraciones han sido recibidas con cierta preocupación. Aunque el Gobierno de Volodímir Zelenski ha evitado pronunciarse directamente, analistas ucranianos interpretan el gesto como una señal de repliegue estratégico. “Los Tomahawk no solo simbolizan poder militar, sino compromiso político. Si Washington duda, Moscú lo leerá como una oportunidad”, explicó un experto militar citado por el medio Ukrainska Pravda.
La realidad sobre el terreno sigue siendo devastadora. El frente oriental permanece estancado, con miles de bajas en ambos bandos y una economía ucraniana cada vez más dependiente del apoyo occidental. Mientras tanto, Rusia mantiene la presión sobre infraestructuras críticas y redobla su campaña de desinformación en Europa y Estados Unidos, donde el cansancio social con la guerra crece de manera sostenida.
Al afirmar que “no hay una última gota que pruebe que Putin no quiere terminar la guerra”, Trump parece resignarse a una prolongación del conflicto, o al menos a una fase de congelamiento que reduzca los costes políticos internos. En un momento de creciente aislamiento diplomático y divisiones en la OTAN sobre el ritmo de la ayuda, sus palabras reafirman una tendencia: la política exterior de Washington se mueve entre el cálculo electoral y la incertidumbre estratégica.