Trump alerta del “gran peligro” nuclear y fija su línea roja: Irán no puede tener el arma atómica
En su discurso ante la Asamblea General, Donald Trump señaló que las armas nucleares son “una de las mayores amenazas de la historia” y reafirmó que Irán —al que definió como “principal patrocinador del terror”— “nunca” debe obtener un arma nuclear. Sus palabras llegan en plena presión europea para reactivar sanciones de la ONU si Teherán no coopera con el OIEA y en el debate abierto por los ataques de junio a instalaciones atómicas iraníes, cuyo alcance real sigue siendo objeto de escrutinio independiente.
En Nueva York, Donald Trump utilizó el atril de la ONU para colocar el riesgo nuclear en el centro de la agenda, con un mensaje simple y de fuerte impacto: “Irán no puede tener un arma nuclear”. El presidente, que volvió a calificar a la República Islámica como “patrocinador número uno del terrorismo”, enmarcó ese mensaje en su promesa de seguridad y en la necesidad de cortar de raíz una amenaza que desestabiliza Oriente Medio y, por extensión, los precios de la energía y la confianza inversora.
El contexto explica por qué el tono fue tan contundente. A 23 de septiembre de 2025, Reino Unido, Francia y Alemania han activado el procedimiento de “snapback” que puede reimponer sanciones de la ONU si Irán no restablece la cooperación plena con los inspectores del OIEA y no revierte sus avances de enriquecimiento. En paralelo, el ministro de Exteriores iraní se ha reunido en Nueva York con Rafael Grossi para tratar de frenar esa reactivación de sanciones, un movimiento que tendría un impacto inmediato sobre las finanzas y el comercio del país.
Trump vinculó además su mensaje a los episodios bélicos de junio. La Casa Blanca sostiene que los ataques conjuntos contra objetivos nucleares iraníes “obliteraron” la capacidad de enriquecimiento de Teherán y contribuyeron a detener una escalada de doce días con Israel. Sin embargo, los verificadores independientes y diversos analistas rebajan ese término: hablan de daños significativos y retrasos, pero no de destrucción total del programa. Varios complejos clave —como Arak o la planta civil de Bushehr— no quedaron inutilizados, y el propio debate técnico sigue abierto a la espera de inspecciones y de datos públicos contrastables. Para los inversores, la diferencia no es semántica: de ella dependen los escenarios de riesgo y la prima geopolítica en petróleo y gas.
Más allá de Irán, el discurso de Trump mantuvo su sello: críticas a la eficacia de la ONU y exhortaciones a frenar conflictos activos, con menciones a Gaza y a la necesidad de liberar rehenes. El impacto de estas declaraciones en precio de la energía y defensa suele llegar por dos canales: expectativas sobre sanciones (que tensionan cadenas de suministro) y percepción de riesgo en rutas estratégicas. En 2024–2025, cada pico de tensión en el estrecho de Ormuz se tradujo en repuntes intradía del Brent y del WTI, y una comunicación dura desde Washington reaviva ese patrón si va acompañada de hechos (inspecciones, embargos o incidentes marítimos).
En la otra parte del tablero, Teherán mantiene que no responderá a “lenguajes de presión” y que la salida es diplomática. Esa señal importa a Europa, hoy más coordinada en energía tras el corte ruso de 2022 y con el objetivo declarado de reducir volatilidad. Si el “snapback” prospera esta misma semana y no hay avances con el OIEA, el mercado descontará un Irán más aislado, menos crudo disponible y, previsiblemente, más prima de riesgo en la región. Si, por el contrario, hay margen para un compromiso técnico —accesos, clarificaciones y límites verificables—, el discurso duro de Trump podría convertirse en palanca negociadora y no en anticipo de nuevas sanciones. En un mundo de bancos centrales aún vigilantes con la inflación, ese matiz será clave para carteras expuestas a energía, aerolíneas, químicas y transporte.