Deuda, uranio y geopolítica: EEUU busca ampliar su reserva estratégica de uranio ante los riesgos de suministro ruso
La economía global atraviesa un periodo de transformaciones profundas donde las dinámicas financieras, energéticas y diplomáticas se entrecruzan de manera inevitable. En el terreno de la deuda pública, los movimientos de los mercados han vuelto a poner en evidencia una fragilidad que se arrastra desde antes de la pandemia. Según Miguel Ueda, director de inversiones en Welcia Management, los gobiernos ya enfrentaban ratios elevados de deuda sobre el PIB antes de la crisis sanitaria, y estos niveles se dispararon cuando los Estados absorbieron el impacto económico del confinamiento y las ayudas a empresas y familias.
El caso de Francia es un ejemplo ilustrativo: la reciente pérdida de la calificación crediticia de doble A refleja que incluso las economías más avanzadas de Europa no son inmunes a la presión de los mercados y a la necesidad de mantener credibilidad fiscal. La situación francesa anticipa lo que podría convertirse en un patrón más amplio: países con cuentas públicas deterioradas que verán encarecido su acceso al crédito y obligados a aplicar políticas de ajuste que pueden tensionar el crecimiento económico y la estabilidad social.
Mientras tanto, en Estados Unidos el foco se ha desplazado hacia la seguridad energética. El secretario de Energía, Chris Wright, anunció un ambicioso plan para reforzar las reservas estratégicas de uranio, con un objetivo claro: reducir la dependencia del suministro ruso y garantizar el abastecimiento de los reactores nucleares que generan el 20% de la electricidad del país. Hoy, Rusia proporciona el 25% del uranio enriquecido utilizado en estas instalaciones, una cifra que Washington considera insostenible en un contexto de rivalidad geopolítica.
El plan contempla incrementar la producción nacional de uranio y ampliar la capacidad de enriquecimiento, con la meta de abandonar el uso de material ruso en 2028. Más allá de la sustitución de proveedores, el desafío es garantizar que la transición sea viable tanto desde el punto de vista técnico como financiero. Para ello, el gobierno busca atraer inversión privada, impulsar pruebas avanzadas de nuevos reactores y ampliar la capacidad de fabricación de combustible nuclear. La iniciativa, que responde a preocupaciones de seguridad nacional, también abre oportunidades para un sector energético en plena redefinición frente al reto de la descarbonización.
La apuesta por el uranio se inscribe en una estrategia más amplia de independencia energética que Estados Unidos ha intensificado desde la guerra en Ucrania. Reducir vulnerabilidades en el suministro no solo tiene un impacto económico directo, sino que constituye un mensaje político hacia Moscú y hacia los aliados: la seguridad energética se convierte en un pilar inseparable de la política exterior.
En el ámbito europeo, la geopolítica también se ha hecho presente en las últimas horas con la cancelación por parte de España de un acuerdo de armas con Israel valorado en 700 millones de euros. Aunque no se han revelado todos los detalles, el gesto adquiere una fuerte carga simbólica en medio de un contexto de alta tensión en Oriente Medio. El contrato suponía no solo un flujo importante para la industria israelí, sino también un vínculo estratégico entre ambos países en materia de defensa. La decisión del gobierno español refleja las crecientes presiones internas y externas para marcar distancia frente a la política militar israelí, y al mismo tiempo abre interrogantes sobre las repercusiones en las relaciones bilaterales.
La combinación de estos tres factores —deuda, energía y geopolítica— ofrece una fotografía clara del momento actual: los Estados se ven forzados a equilibrar su estabilidad fiscal, garantizar recursos estratégicos y gestionar relaciones internacionales en un entorno de desconfianza y competencia. Los mercados financieros observan con atención las consecuencias de la pérdida de credibilidad crediticia en Europa, mientras el sector energético se prepara para un nuevo ciclo de inversiones en tecnología nuclear que podría cambiar el mapa de la generación eléctrica en Estados Unidos.
En paralelo, Europa redefine sus alianzas y sus límites en el terreno militar, consciente de que cada movimiento diplomático genera efectos inmediatos sobre su posición internacional y su economía.
En definitiva, la agenda global de estos días confirma que los desafíos económicos y geopolíticos ya no se pueden analizar por separado. El deterioro de la deuda pública, la búsqueda de autonomía energética y las decisiones diplomáticas en materia de defensa forman parte de un mismo tablero donde la estabilidad financiera, la seguridad nacional y las alianzas estratégicas están íntimamente conectadas. Lo que ocurra en cada uno de estos frentes marcará el rumbo de la política y de la economía mundial en los próximos años.