Kremlin

Putin tantea a Macron y pone a Europa contra las cuerdas

El Kremlin confirma la oferta de diálogo directo con Francia en plena guerra de Ucrania, mientras Bruselas teme una jugada para fracturar la unidad y comprometer 90.000 millones de ayuda.

EP macron1
EP macron1

90.000 millones de euros: esa es la cifra que la UE acaba de poner sobre la mesa para sostener a Ucrania en 2026-2027. Y es, también, el telón de fondo que explica por qué el movimiento de Vladimir Putin —proponer una negociación directa con Emmanuel Macron— ha activado todas las alarmas en Bruselas. No hay euforia; hay cálculo. Y una sospecha: que Moscú no busca tanto la paz como reordenar el tablero europeo a su favor.

El Kremlin ha confirmado oficialmente la disposición de Putin a hablar con el presidente francés, tras unas declaraciones de Macron en las que se mostraba “preparado” para el diálogo si los esfuerzos actuales no conducen a una paz duradera. El gesto revive recuerdos incómodos —París, 2019, el formato Normandía— y reabre una pregunta que Europa lleva meses evitando: ¿puede el continente sentarse como actor real… o seguirá siendo pagador y espectador?

En una guerra donde cada conversación es un arma, el silencio ya no es neutral. Y la diplomacia, como siempre, se mide en detalles: quién llama a quién, cuándo, y con qué condiciones.

Un gesto calculado desde Moscú

El movimiento ruso llega en un momento especialmente sensible: los contactos con Estados Unidos avanzan “lento pero seguro”, mientras Rusia acusa a capitales europeas de entorpecer cualquier salida. En ese contexto, abrir un canal directo con París no es una cortesía: es una palanca.

La lectura más inmediata es táctica: si Washington lidera el guion, Moscú quiere asegurarse de que Europa no actúe como bloque compacto. Y Francia —por peso político, capacidad militar y aspiración histórica de autonomía estratégica— es el interlocutor perfecto para ensayar una grieta. Este hecho revela un patrón clásico del Kremlin: negociar bilateralmente para debilitar posiciones comunes.

La clave está en el momento. Putin se muestra “abierto al diálogo” justo cuando Europa discute cómo financiar a Ucrania sin dinamitar su cohesión interna y cuando el debate sobre activos rusos congelados vuelve a tensar a los Veintisiete. No se trata solo de Ucrania: se trata de quién marca el marco de seguridad europeo durante la próxima década.

Macron entre la prudencia y el protagonismo

Macron no puede permitirse una respuesta precipitada. Francia ha intentado mantener una posición de liderazgo europeo desde el inicio de la guerra: apoyo a Kiev, presión a Moscú y, al mismo tiempo, un discurso recurrente sobre la necesidad de una arquitectura de seguridad que, tarde o temprano, exija diálogo. El problema es que cada gesto se interpreta: hablar puede parecer debilidad; no hablar puede parecer irrelevancia.

El presidente francés ha defendido que Europa debe estar preparada para conversar si los intentos actuales fracasan, pero insiste en una premisa: cualquier negociación debe ser transparente con Ucrania y coordinada con socios europeos. El objetivo declarado es evitar un “acuerdo rápido” que congele el conflicto y deje a Kiev en tierra de nadie.

“No habrá paz sólida sin garantías verificables, ni diálogo útil si sirve para premiar la agresión”, resumen en privado fuentes cercanas al Elíseo, conscientes de que París ya pagó el coste de apuestas diplomáticas fallidas en el pasado.

El dilema es evidente: Macron aspira a que Europa deje de ser figurante, pero sabe que una conversación mal gestionada podría convertirse en el mayor regalo político para Moscú.

Bruselas teme una cuña en la unidad europea

En Bruselas, el estado de ánimo no es de esperanza, sino de prevención. La oferta rusa coincide con un debate explosivo: cómo sostener a Ucrania en 2026 y 2027 sin abrir una guerra interna entre socios. La UE ha optado por un préstamo de 90.000 millones de euros para financiar la defensa ucraniana dos años más, precisamente para esquivar la división que supondría usar directamente los activos soberanos rusos congelados.

Ahí está el nudo: si Rusia consigue que un gran Estado miembro actúe por libre, la unidad se convierte en decorado. Y sin unidad, las sanciones pierden mordida, la financiación se politiza y Kiev queda expuesta a un desgaste doble: militar y diplomático.

Además, el debate de los activos congelados es una bomba jurídica y política. No solo por el precedente, sino porque ese “colchón” funciona como garantía indirecta de la credibilidad europea. Si el frente se fractura, la incertidumbre financiera se multiplica.

La consecuencia es clara: la propuesta de Putin no se mide por lo que promete, sino por lo que puede romper.

La memoria de París 2019 y el fracaso del “Normandía”

Europa ya vivió este guion. El último gran intento de desbloqueo diplomático con Putin y Zelenski tuvo escenario en París, en diciembre de 2019, bajo el llamado formato Normandía, con Francia y Alemania como mediadores. Fue el momento en que el continente aún creía que podía “gestionar” la crisis del Donbás con negociación y presión limitada.

Aquella cumbre dejó una lección amarga: la diplomacia sin capacidad de imponer cumplimiento se convierte en ritual. Minsk acumuló incumplimientos cruzados, interpretaciones opuestas y un tiempo muerto que no resolvió nada. Y cuando Rusia lanzó la invasión a gran escala en 2022, quedó claro que la arquitectura previa era insuficiente.

Por eso el anuncio actual genera más desconfianza que ilusión. Macron sabe que cualquier reedición del “Normandía” sin Alemania fuerte —y sin Estados Unidos en la ecuación— sería frágil. Y Bruselas teme que Moscú use la nostalgia diplomática como herramienta para reescribir responsabilidades: presentar la guerra como “conflicto negociable” y no como agresión con consecuencias.

El diagnóstico es inequívoco: si no hay garantías, París 2019 es advertencia, no modelo.

La aritmética de la guerra: dinero, munición y fatiga

La diplomacia se acelera cuando las cuentas aprietan. Ucrania ha aprobado un presupuesto para 2026 con un esfuerzo de defensa y seguridad de 57.000 millones de euros, una magnitud que exige un apoyo externo sostenido. Se estima que el presupuesto ucraniano requerirá 43.000 millones de ayuda internacional en 2026, pero a noviembre de 2025 solo estaban “firmemente confirmados” 22.000 millones.

Esa brecha explica por qué Europa ha tenido que mover ficha con el préstamo de 90.000 millones para dos años: no se trata de solidaridad abstracta, sino de evitar un colapso financiero en plena guerra.

Y ahí entra Putin: cuanto más depende Kiev del flujo europeo, más atractivo resulta para Moscú intentar desgastar la voluntad política comunitaria. La fatiga no es solo emocional; es presupuestaria. El rearme europeo, la inflación de defensa y la presión social compiten con la financiación de Ucrania.

Lo más grave es el círculo vicioso: si la ayuda se discute cada seis meses, Ucrania pierde previsibilidad; si Ucrania pierde previsibilidad, la guerra se alarga; si la guerra se alarga, la fatiga crece. Moscú lo sabe y juega a tiempo.

¿Negociación real o maniobra para dividir?

La pregunta central no es si habrá conversación, sino qué tipo de conversación. Una llamada puede servir para tantear posiciones o para lanzar una cuña. Y Rusia tiene incentivos claros para presentar a Macron como “interlocutor razonable” y al resto de Europa como obstáculo. Esa estrategia no busca convencer a Kiev; busca erosionar la cohesión occidental.

Macron, por su parte, exige coordinación con Zelenski y garantías verificables. Pero incluso esa exigencia puede ser utilizada por Moscú para decir que “Francia quiere, pero no puede”. En diplomacia, el relato importa.

El riesgo es conocido: un “alto el fuego” mal diseñado puede congelar líneas, permitir rearmarse y consolidar hechos consumados. Y Europa, que paga gran parte del coste económico y político, teme quedar atrapada entre dos presiones: la de un acuerdo rápido promovido desde fuera y la de una guerra larga que desgasta desde dentro.

“Diálogo sí, pero no a cualquier precio”: esa es la consigna que se repite en Bruselas. El problema es que el precio, en esta guerra, siempre lo pone el más fuerte.

Primer escenario: contacto simbólico. Putin y Macron abren canal, intercambian mensajes y el Kremlin vende imagen de “apertura”, pero sin concesiones reales. Europa gana foto; la guerra sigue.

Segundo escenario: formato ampliado. Francia empuja una mesa más grande —EE.UU., Rusia, Ucrania y europeos— para evitar quedar fuera. Sería un intento de devolver a Europa al centro, pero exige unidad interna y una posición común que hoy no siempre existe.

Tercer escenario: fractura y desgaste. Moscú logra convertir la oferta en debate interno europeo: alienta voces favorables a “negociar ya”, presiona con energía, propaganda y cálculo, y fuerza a Kiev a vivir en incertidumbre financiera. Es el escenario que más teme Bruselas, porque convierte el apoyo a Ucrania en un plebiscito permanente.

En todos, la conclusión es incómoda: la iniciativa rusa no es un gesto de paz, sino una operación política. Y Europa solo saldrá de la encrucijada si entiende una verdad básica del siglo XXI: sin unidad, no hay diplomacia que aguante.

Comentarios