Jalife: “No hay nuevo orden mundial: avanzamos hacia un mundo tripolar con India como cisne negro”
Alfredo Jalife desmonta los cantos de victoria sobre un “nuevo orden mundial” y plantea un escenario tripolar. A su juicio, la Organización de Cooperación de Shanghái acelera una dinámica de dos décadas: BRICS al alza, G7 a la baja y Europa descolocada. La gran novedad no es Moscú ni Pekín, sino Nueva Delhi: India se mueve del juego pendular a un alineamiento táctico con Rusia y un acercamiento pragmático a China, empujada —dice— por los aranceles de EE. UU. y errores de cálculo en Occidente.
La fotografía de Putin, Modi y Xi Jinping cogidos de la mano se ha hecho viral. Para Alfredo Jalife, el símbolo importa, pero la clave es otra: Tianjin “reforma” el mundo, no lo “transforma”. Mantiene instituciones, añade mecanismos y pisa el acelerador de un proceso que arrancó en 2001 con la OCS: combatir terrorismo y balcanización y reivindicar soberanía. Veinticuatro años después, esa agenda cristaliza en un tablero más multipolar, con un matiz decisivo: no es la proclamación de un nuevo orden, sino el ajuste de poder dentro del existente.
Jalife sitúa el momento en su contexto histórico. Desde 2001, sostiene, los BRICS han escalado frente al núcleo geoeconómico occidental (G7) y, en lo militar, Rusia ha ganado ventaja en vectores críticos —como la era de los misiles hipersónicos— mientras China se afianza como primera potencia geoeconómica en paridad de poder adquisitivo. En la lista de PIB por poder de compra, el podio que dibuja el analista es claro: China, Estados Unidos e India, con Rusia consolidándose por delante de varias potencias europeas. Esa composición, argumenta, explica por qué Tianjin “ordena” pero no “inaugura” nada.
La sorpresa —el “cisne negro”— es India. A juicio de Jalife, Washington erró al intentar desgajar a Nueva Delhi de Moscú y, con la ofensiva arancelaria, terminó estimulando un acercamiento a China que parecía improbable. El resultado: dos gigantes demográficos con capacidad nuclear y una creciente complementariedad económica conversando más, no menos. India, tercer PIB por PPA y con una base tecnológica y espacial en ascenso, adquiere peso como tercer polo que obliga a recalibrar estrategias en Washington, Pekín y Moscú.
¿Y Estados Unidos? “No lo saquen de la ecuación”, advierte. Pese a no liderar en algunos vectores concretos, sigue siendo superpotencia nuclear, gran mercado de consumo e impulsor clave en espacio e inteligencia artificial. Con 330 millones de consumidores, conserva palancas de demanda global que condicionan a Asia y a Europa. De ahí que Jalife vea a EE. UU. jugando a largo, buscando márgenes de negociación en control armamentístico y en la competencia tecnológica, mientras gestiona su interdependencia con China en chips, minerales críticos y cadenas de valor: una suerte de “MAD comercial” que desincentiva el choque frontal.
Europa aparece como la gran perdedora coyuntural. El analista dibuja una UE atrapada entre el vasallaje estratégico y la erosión industrial —encarecimiento energético tras el cierre del grifo ruso—, con síntomas de ingobernabilidad política y dudas sobre su autonomía estratégica. Países como Alemania encaran el riesgo de recesión y pérdida de competitividad, Francia navega turbulencias políticas, y el Reino Unido sigue digiriendo los efectos del Brexit. España e Italia resisten mejor en lo estrictamente económico, pero el conjunto europeo no marca el compás del tablero.
En energía, Jalife subraya el impulso del gasoducto Siberia II —Rusia-Mongolia-China— como pieza que reconfigura flujos a 30 años y acelera la “reforma” del sistema. En gobernanza global, lee los mensajes de Tianjin en clave de “soberanía civilizatoria” y respaldo a un alto el fuego y reducción nuclear, más que como ruptura del statu quo institucional. Y pone el foco en un riesgo financiero olvidado: la montaña de derivados en Occidente, potencial epicentro de inestabilidad si el ciclo se tuerce.
El desenlace, para él, no está en un parte de defunción geopolítico, sino en un equilibrio tripolar en formación: Rusia y China profundizan su complementariedad, India eleva su voz desde el pragmatismo, y Estados Unidos conserva herramientas suficientes para seguir influyendo. El “nuevo orden” no nace: se renegocia. La próxima jugada, vaticina, dependerá tanto de decisiones estratégicas en Washington como de la capacidad de Europa para salir del “hoyo” y recuperar autonomía. Mientras tanto, Tianjin marca el ritmo: reforma sin ruptura, poder repartido y un actor inesperado que ya nadie puede ignorar.