El paripé geopolítico: cuando el discurso va por un lado y la economía por otro
La visita de Scholz a Pekín desnuda la brecha entre la retórica occidental y la realidad industrial europea; el “de-risking” choca con la necesidad de China, el “Informe Letta” acelera una estatalización selectiva y España juega con fuego en Naturgy entre Argelia, Emiratos y Marruecos. En paralelo, Argentina exhibe los límites de liberalizar oligopolios como si fuesen mercados. Una fotografía cruda, pero necesaria para entender lo que realmente mueve la aguja.
Lorenzo Ramírez vuelve de Uruguay con una idea sencilla y poco popular: antes de dar lecciones fuera, Europa debería barrer su propia casa. La foto del canciller Olaf Scholz bajando la escalinata en Pekín es más elocuente que cualquier comunicado. La UE repite el mantra del “de-risking” frente a China, pero la industria alemana —y por extensión la europea— necesita a su primer socio comercial para no despeñarse. Mientras el G7 y la OTAN endurecen el tono, en la economía real hay otra gramática: la del crecimiento del 5,3% en China y la urgencia de un tejido fabril europeo castigado por unos costes energéticos disparados tras romper con Rusia. Xi mira los hechos: Alemania quiere comercio, soporte a su automoción y oxígeno para su industria. El resto es atrezzo.
En ese contexto aterriza en Bruselas la tentación de “hacer como China” pero a la europea. El llamado Informe Letta nace para dar cobertura intelectual a una política industrial de gasto público permanente sobre sectores estratégicos. La intención puede sonar razonable; el mecanismo, no tanto. En China, primero compiten a cara de perro y luego el Estado acelera al ganador; en Europa, rescatamos perdedores para que no pierdan más cuota. Así es imposible crear campeones. Llamar “competitividad” a un entramado de aranceles, subsidios y barreras es un eufemismo que el ciudadano paga tres veces: en el precio final, en impuestos futuros y en inflación importada.
España es el espejo perfecto de esas contradicciones. El avance del eje Criteria-TAQA en Naturgy abre una grieta geopolítica con nombre propio: Argelia. Sonatrach —socia en Medgaz— no quiere saber de un actor íntimamente ligado a Marruecos, su rival estructural. Si Argelia aprieta el grifo, España dependería más del GNL caro, encareciendo la factura energética y tensionando un sistema eléctrico que aún necesita gas como respaldo. El Gobierno da por buenas las puertas giratorias de capitales de teocracias del Golfo en empresas críticas —Telefónica, Iberdrola, ahora Naturgy— mientras demoniza inversiones de chinos, rusos o incluso húngaros. La coherencia brilla por su ausencia y la soberanía, también: se legisla mirando a Bruselas, Washington o Londres antes que al interés propio.
El resultado probable es más Estado en el balance de las grandes cotizadas vía SEPI, al calor de “operaciones defensivas”. Pero confundir seguridad estratégica con dirigismo crónico conduce a la zombificación: empresas que viven de la etiqueta “estratégicas”, no del mercado. Si queremos de verdad autonomía, toca una cirugía más difícil: identificar ventajas competitivas reales, pactar reglas claras y estables y abrir acuerdos comerciales pragmáticos con quien tiene lo que necesitamos —hidrocarburos en MENA, tierras raras y manufactura avanzada en Asia— sin moralinas selectivas.
La otra cara del “paripé” la ilustra Argentina. Javier Milei derogó el control de precios en seguros médicos y, sin una competencia efectiva, las pólizas se dispararon. Volvió la intervención, en contradicción con su credo. La teoría liberal no falla por sí misma; falla al aplicarse sobre mercados cartelizados donde tres o cuatro jugadores pactan condiciones de facto, como ocurre en demasiados sectores regulados —finanzas, energía, construcción— dentro y fuera de Argentina. Liberalizar de golpe un oligopolio es regalar rentas, no crear competencia. Cuando la realidad social aprieta, la política corrige… y la narrativa anti-reformas gana munición.
Entre tanto, la geopolítica marca el paso. Estados Unidos blinda cadenas de suministro y recursos, elabora su propio manual industrial, y ordena el tablero en América Latina. Europa, atrapada entre su discurso y su dependencia, corre el riesgo de quedarse sin estrategia propia: ni mercado abierto de verdad, ni proteccionismo coherente, ni política energética autónoma. Hay una salida menos vistosa pero más eficaz: menos gesticulación, más hechos. Si Europa necesita a China para vender y para comprar, que lo admita y negocie sin complejos. Si precisa gas argelino, que no dinamite Medgaz por una operación de salón. Si quiere campeones, que deje competir de verdad y apoye al ganador, no al protegido de turno.
Porque los mercados, a diferencia de los comunicados, no se impresionan con titulares. Miran los flujos, los costes, las materias primas y la seguridad jurídica. Y en ese idioma, el “paripé” se paga en crecimiento perdido, en facturas energéticas mayores y en un capital que decide irse a donde la música suena menos impostada.