Tres golpes militares en Navidad agitan el tablero global
Estados Unidos, Rusia y China convierten la Nochebuena en un ensayo de confrontación abierta mientras crece el riesgo de error de cálculo
La jornada de Navidad no ha traído calma, sino movimientos tácticos de alto voltaje entre las grandes potencias. Estados Unidos ha lanzado misiles Tomahawk contra posiciones del Estado Islámico en el noroeste de Nigeria, en una operación presentada como “poderosa y letal” por la administración Trump.
Casi al mismo tiempo, bombarderos estratégicos rusos Tu-95MS surcaban el Mar del Norte, obligando a despegar a cazas de la OTAN en alerta máxima.
Y desde Pekín, China advertía con dureza contra el aumento de la presencia nuclear estadounidense y el despliegue de misiles balísticos, alertando de un riesgo real para la estabilidad global.
Tres movimientos, tres mensajes y una misma conclusión: el mundo entra en 2026 con menos margen para la diplomacia y más espacio para la escalada.
Navidad sin tregua en el mapa de riesgos
Lejos de la imagen de pausa y tregua, la Navidad se ha convertido en un día más de presión geopolítica. Washington, Moscú y Pekín han elegido, de facto, mantener su pulso estratégico incluso en pleno calendario festivo, un detalle que no es menor.
La simultaneidad de las operaciones —ataque estadounidense en África, vuelos rusos en Europa, denuncia china contra la presencia nuclear— dibuja un patrón inquietante: las tres potencias actúan sobre teatros distintos, pero bajo una lógica común de demostración de fuerza y test de límites.
Este hecho revela una realidad incómoda: el sistema internacional funciona cada vez más como un conjunto de frentes conectados, donde lo que ocurre en el Sahel, el Mar del Norte o el Indo-Pacífico forma parte de una misma disputa de poder. La Navidad no ha sido excepción, sino un recordatorio de que la dinámica de confrontación ya no descansa.
El diagnóstico es inequívoco: el margen para errores, malentendidos o incidentes no deseados aumenta cuando las grandes capitales asumen que la mejor forma de negociar es mover ficha incluso cuando el resto del mundo espera una tregua simbólica.
Tomahawk sobre Nigeria: el mensaje de Washington
En el noroeste de Nigeria, la respuesta de Estados Unidos ha llegado en forma de misiles de crucero Tomahawk, lanzados desde buques desplegados en la región. Según la versión oficial, el objetivo eran infraestructuras, depósitos y mandos del autodenominado Estado Islámico implicados en atentados contra comunidades cristianas.
La operación, descrita por la Casa Blanca como “poderosa y letal”, cumple varias funciones simultáneas. En primer lugar, proyecta la imagen de una administración que mantiene la capacidad de golpear con precisión a miles de kilómetros, empleando armamento con un alcance superior a los 1.500 kilómetros. En segundo término, envía un mensaje a otros aliados africanos: Washington está dispuesto a intervenir cuando la amenaza yihadista traspasa ciertos límites.
Sin embargo, la lectura va más allá del marco antiterrorista. El uso de Tomahawk en un país clave como Nigeria —primera economía africana y actor central en el mercado energético regional— es también una forma de afianzar influencia en un continente donde China y Rusia han ganado terreno.
La consecuencia es clara: la lucha contra ISIS se entrelaza con la competencia por presencia militar y política en África, y cada ataque sirve tanto para degradar capacidades yihadistas como para marcar territorio frente a otros aspirantes al liderazgo global.
El eco regional de los bombardeos en África
Las repercusiones del ataque en Nigeria no se limitan a la destrucción de objetivos puntuales. La región ya acumula años de fragilidad, con la combinación de insurgencias locales, bandas armadas y presencia yihadista a lo largo de varios países del Sahel y África occidental.
Un bombardeo de alta intensidad de Estados Unidos introduce un nuevo elemento: la percepción, entre gobiernos y poblaciones locales, de que el tablero se internacionaliza aún más. Para algunos aliados africanos, el mensaje es tranquilizador —respaldos concretos frente a amenazas que desbordan a sus propios ejércitos—. Para otros, despierta recelos ante el riesgo de daños colaterales, errores de inteligencia o instrumentalización política de la cooperación militar.
En términos estratégicos, el Pentágono busca frenar la expansión de grupos vinculados a ISIS que podrían coordinar ataques más allá de las fronteras nigerianas. Pero cada Tomahawk también alimenta la narrativa de quienes acusan a Occidente de tratar África como un escenario secundario para ajustar cuentas globales.
El reto, por tanto, será demostrar que estas operaciones no son sólo golpes espectaculares de corto alcance, sino parte de una estrategia coherente de estabilización, algo que hasta ahora ningún actor externo ha logrado consolidar en la región.
Bombarderos rusos sobre el Mar del Norte
Mientras tanto, en Europa, la tensión se trasladaba al aire. Varios bombarderos estratégicos rusos Tu-95MS, capaces de portar armamento nuclear y misiles de crucero de largo alcance, sobrevolaron aguas internacionales sobre el Mar del Norte, en rutas que rozan el espacio de interés de Reino Unido y otros aliados de la OTAN.
Estos vuelos no son inéditos, pero sí significativos en el contexto actual. A cada incursión de este tipo, cazas europeos y británicos despegan en alerta para interceptar y escoltar a los aparatos rusos, en un ritual de guerra fría que ha vuelto a normalizarse. La diferencia es que ahora se produce con el trasfondo de la guerra en Ucrania y de una carrera armamentística renovada en el este de Europa.
El objetivo del Kremlin es claro: demostrar que, pese a las sanciones y al desgaste de la guerra, Rusia mantiene la capacidad de proyectar poder estratégico hasta las puertas mismas de la OTAN. Es, en esencia, un mensaje de resiliencia militar dirigido tanto a sus adversarios como a su propia opinión pública.
Sin embargo, el riesgo no debe infravalorarse. Cada vuelo, cada interceptación, cada maniobra a pocos metros entre aviones armados con misiles de largo alcance aumenta la posibilidad de un incidente accidental con consecuencias desproporcionadas.
La respuesta de la OTAN y el miedo al error
La OTAN ha reaccionado reforzando la vigilancia aérea y marítima en los alrededores del Mar del Norte y el Atlántico Norte. Los sistemas de alerta temprana, radares y centros de mando han activado protocolos que, en muchos casos, recuerdan a los de los años 80. La diferencia es que ahora la densidad de tráfico comercial, civil y militar es mucho mayor, y la ventana de reacción se ha reducido.
Para las capitales europeas, estos episodios suponen un delicado equilibrio: responder con firmeza para no enviar señales de debilidad, pero evitar una escalada que pudiera desencadenar una cadena de represalias. La presencia de bombarderos con potencial nuclear al alcance de pocas horas de vuelo de grandes ciudades europeas reaviva el debate sobre defensa antimisiles, inversión en defensa y dependencia de Estados Unidos.
Lo más grave es que el riesgo ya no es tanto la decisión consciente de atacar, sino el error de cálculo o de interpretación. Un transpondedor apagado, una maniobra imprudente o un fallo de comunicación entre pilotos y centros de mando pueden convertir una demostración de fuerza en una crisis diplomática de primer orden.
El diagnóstico es claro: Europa vuelve a vivir bajo la sombra de los bombarderos estratégicos, pero en un entorno donde los mecanismos de control de armamento y confianza mutua se han debilitado notablemente.
China alza la voz: la dimensión nuclear
Desde Pekín, el Ministerio de Exteriores ha aprovechado el contexto para lanzar una advertencia directa a Washington. La denuncia apunta a la creciente presencia nuclear estadounidense en distintas regiones, así como al despliegue de misiles balísticos y sistemas avanzados de defensa que, en opinión de China, desequilibran la estabilidad estratégica global.
El mensaje chino es doble. Hacia el exterior, se presenta como defensor de un equilibrio nuclear más prudente, alertando de los riesgos de una nueva carrera de misiles y sistemas de primera respuesta. Hacia el interior, refuerza la narrativa de que China se enfrenta a un cerco militar impulsado por Estados Unidos y sus aliados, justificación recurrente para acelerar la modernización de su propio arsenal.
En términos prácticos, Pekín señala que la combinación de bombardeos selectivos, vuelos estratégicos y despliegues nucleares regionales incrementa la probabilidad de incidentes en varios puntos del planeta. La advertencia quiere colocar a China como actor indispensable en cualquier futura discusión sobre control de armas y arquitectura de seguridad, desde el Indo-Pacífico hasta Europa.
La consecuencia es evidente: la crisis no se limita a dos actores. Se consolida un triángulo de potencias, donde cada movimiento en África, Europa o el Pacífico es leído por las otras dos como una pieza más de un pulso a tres bandas.
Un triángulo de potencias y un mundo más frágil
Visto en conjunto, lo sucedido en Navidad no son episodios aislados, sino tres caras de la misma moneda: Estados Unidos bombardea en África, Rusia tensa el aire europeo y China denuncia la presión nuclear. Cada actor elige su escenario, pero todos envían el mismo mensaje: no están dispuestos a ceder terreno en la pugna por el orden global.
Para el resto de países, especialmente los intermedios, el panorama es preocupante. La combinación de ataques puntuales, demostraciones aéreas y advertencias diplomáticas dibuja un entorno en el que cualquier conflicto local puede convertirse en palanca de presión global. Nigeria, el Mar del Norte o el Mar de China Meridional son, al final, piezas de un rompecabezas de seguridad que se vuelve más complejo y menos predecible.
El contraste con la retórica oficial —todos dicen aspirar a la paz y la estabilidad— resulta demoledor. Los hechos indican que las grandes potencias prefieren negociar desde posiciones de fuerza visibles, aunque ello implique elevar el nivel de riesgo de forma sostenida.
La conclusión es clara: el mundo entra en un periodo en el que la línea entre disuasión y provocación se estrecha peligrosamente. Cada misil lanzado, cada bombardero escoltado y cada nota diplomática incendiaria hacen un poco más frágil un equilibrio que ya depende, demasiado, de que el próximo movimiento no sea el que cruce el punto de no retorno.
