Venezuela

Marco Rubio eleva la presión sobre Maduro: más sanciones, cerco financiero y una incógnita sobre el siguiente paso

Washington endurece el tono sobre Caracas en plena tensión regional

 

Marco Rubio durante su rueda de prensa en el Departamento de Estado de Estados Unidos, 19 de diciembre de 2025.<br>                        <br>                        <br>                        <br>
Marco Rubio durante su rueda de prensa en el Departamento de Estado de Estados Unidos, 19 de diciembre de 2025.

En un tablero internacional marcado por fricciones simultáneas —desde la seguridad en el Caribe hasta los equilibrios energéticos—, la administración estadounidense ha reactivado el foco sobre Venezuela y, en particular, sobre Nicolás Maduro y su círculo de confianza. En una comparecencia desde Washington, el secretario de Estado Marco Rubio dejó deliberadamente abierta la puerta a “medidas adicionales” y describió la situación venezolana como crítica, en una formulación que busca enviar un mensaje de disuasión a Caracas y, al mismo tiempo, advertir a terceros actores que faciliten esquemas de elusión.

La clave del momento no está solo en el contenido de las declaraciones, sino en el contexto operativo que las acompaña. Estados Unidos está combinando presión diplomática con instrumentos económicos —sanciones focalizadas, restricciones financieras y señalización sobre riesgos de cumplimiento— para estrechar el margen de maniobra del régimen. Este enfoque, más técnico que retórico, tiende a producir efectos reales en banca, transporte marítimo, aseguradoras y redes de intermediación, incluso cuando no hay un anuncio formal de “bloqueo”.

Rubio, en esa línea, buscó proyectar firmeza sin comprometerse con una opción militar explícita. La ambigüedad estratégica es parte del diseño: permite aumentar la incertidumbre sobre el coste de seguir sosteniendo al gobierno venezolano, sin activar automáticamente un ciclo de escalada que obligue a Washington a demostrar fuerza de forma directa. Dicho de otro modo, el mensaje pretende ser suficientemente severo para disuadir, pero lo bastante flexible para no cerrarle el paso a una salida negociada si se abre una ventana.

Ese equilibrio se entiende mejor cuando se observa el movimiento de la política sancionadora. El mismo día, el Departamento del Tesoro anunció nuevas sanciones contra un grupo de personas vinculadas al entorno de Maduro y de su esposa, en lo que se presentó como un paso adicional para “elevar la presión” sobre las redes de apoyo del régimen. La señal es inequívoca: no se trata únicamente de castigar a figuras visibles, sino de aumentar el coste personal y patrimonial para quienes sostienen la arquitectura de poder, incluidas estructuras que operan como engranajes financieros, logísticos o de testaferro.

La dimensión regional amplifica el impacto. Cada endurecimiento de sanciones tiende a reflejarse en tres vectores: migración, economía fronteriza y seguridad marítima. En el plano migratorio, Washington ha vinculado episodios recientes de presión con la cooperación venezolana en readmisiones y retornos, un elemento sensible porque combina política interior estadounidense con control de flujos. En el económico, el efecto se siente en países vecinos que absorben comercio informal, tránsito de mercancías o remesas. Y en el de seguridad, el Caribe se convierte en escenario de fricción potencial cuando se intensifican controles sobre buques, cargamentos o rutas asociadas a actores sancionados.

Para Caracas, este tipo de mensajes suele resultar funcional en términos de narrativa doméstica. El gobierno de Maduro ha construido durante años un marco de “amenaza externa” e “injerencia” que le permite cohesionar a su base y justificar medidas de control interno. Por eso, cada vez que desde Washington se sugiere un “cerco” o se pronuncian formulaciones de fuerza, el aparato comunicativo venezolano lo utiliza como prueba de que el conflicto no es solo político, sino geoestratégico. El riesgo para Estados Unidos es evidente: una retórica demasiado dura, si no está acompañada de objetivos claros y medibles, puede terminar reforzando el discurso de resistencia del propio régimen.

Ahora bien, conviene diferenciar con precisión entre intervención directa y coerción económica ampliada. No hay indicios públicos de una decisión de ataque o invasión, y ese tipo de operación tendría costes políticos, legales y operativos muy elevados, además de un rechazo previsible en buena parte de América Latina. Lo que sí se ve con claridad es el endurecimiento del “perímetro” financiero y logístico: hacer que operar con el entorno del régimen sea más caro, más arriesgado y más visible para sistemas de cumplimiento internacional. En la práctica, esa estrategia puede parecer un bloqueo por sus efectos, aunque formalmente no lo sea.

El mercado también observa. Venezuela sigue siendo un factor relevante en energía, rutas marítimas y expectativas de estabilidad regional. Cada escalada verbal o sancionadora incrementa la prima de incertidumbre: afecta a pagos, seguros, fletes y decisiones de inversión, y puede generar efectos indirectos sobre países que ya están bajo presión por inflación, tipos de interés o desaceleración. Además, cuando la discusión se traslada al terreno naval —control de tránsito de buques sancionados o advertencias sobre navegación— el margen de accidente o malentendido crece, y con él la posibilidad de un episodio que fuerce reacciones rápidas.

En el corto plazo, la lectura más sólida es que Washington busca dos objetivos simultáneos: asfixiar la capacidad de financiación del círculo de Maduro y elevar el coste de la cooperación externa con el régimen, dejando abierta una puerta a cambios verificables que permitan “alivios” futuros. El problema, como casi siempre en Venezuela, es la credibilidad del intercambio: si Caracas percibe que no hay incentivos reales, se atrinchera; si los aliados de Washington perciben que el enfoque es puramente punitivo, se distancian; y si el mensaje se interpreta como una antesala militar, la región se prepara para lo peor.

Por eso, el elemento decisivo de las próximas semanas no será solo lo que Rubio diga, sino lo que la administración haga: si la presión se traduce en más sanciones selectivas, en medidas de control marítimo más agresivas, en acciones coordinadas con socios regionales o en una estrategia de negociación con condiciones explícitas. En un entorno ya volátil, Venezuela vuelve a ser un termómetro de la política exterior estadounidense: cada paso cuenta, y cada ambigüedad se interpreta.

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