Nueva “Ruta de la Seda”

Irastorza analiza el Ártico, Venezuela y la rivalidad EEUU-China en geopolítica global

Groenlandia como nueva “Ruta de la Seda”, un bloqueo sin invasión en Venezuela y una guerra en Ucrania que amenaza con crear un Estado fallido: el profesor Eduardo Irastorza (OBS Business School) dibuja un mundo cada vez más fragmentado en el que Washington y Pekín consolidan esferas de influencia enfrentadas.

 

Miniatura del video donde Eduardo Irastorza analiza temas geopolíticos clave vinculados al Ártico, Venezuela, Ucrania y la rivalidad entre EE.UU. y China<br>                        <br>                        <br>                        <br>
Irastorza analiza el Ártico, Venezuela y la rivalidad EEUU-China en geopolítica global

Para Irastorza, el norte helado ha dejado de ser un escenario remoto para convertirse en uno de los centros de gravedad del siglo XXI. El deshielo abre rutas marítimas que acortan tiempos de transporte entre Asia, Europa y América, una especie de nueva “Ruta de la Seda” polar. Quien controle esos pasos y sus puertos de apoyo controlará buena parte del comercio del hemisferio norte.

En ese contexto, Groenlandia adquiere un peso estratégico que va mucho más allá de su tamaño. Estados Unidos la ve como plataforma de proyección militar, escudo frente a Rusia y China y punto de apoyo logístico para esa futura autopista marítima. De ahí la presencia reforzada de bases y despliegues en el área, y el interés de Washington en mantener bajo su órbita a la isla autónoma vinculada a Dinamarca.

Presión máxima sobre Venezuela, sin pisar el terreno

El análisis de Irastorza sobre América Latina gira en torno a una idea: Estados Unidos sigue ejerciendo el papel de “sheriff regional”. En el caso venezolano, eso se traduce en una estrategia de asfixia económica y marítima más que en la preparación de una invasión al uso.

El cierre de rutas petroleras, las sanciones financieras y el control de las vías de comunicación marítimas buscan aislar al Gobierno de Caracas y limitar sus ingresos sin desplegar marines sobre el terreno. El coste político de una operación terrestre sería demasiado alto, tanto dentro de Estados Unidos como en una opinión pública latinoamericana muy sensible a cualquier gesto que recuerde a las viejas intervenciones del siglo XX.

Washington, sostiene Irastorza, prefiere crear “escenarios controlados desde el mar”: espacios donde puede estrangular el comercio y condicionar la estabilidad interna del país objetivo, pero manteniendo un perfil formalmente defensivo.

En Europa, el foco se sitúa en Ucrania. El profesor es tajante al señalar que Rusia no aceptará la entrada de Kiev en la OTAN y que el paso del tiempo juega, por ahora, a favor del Kremlin. El territorio bajo control ruso se ha consolidado y ampliado, y cualquier acuerdo de paz, si llega, probablemente no hará sino reconocer líneas de frente ya establecidas.

El riesgo, advierte Irastorza, es que Ucrania acabe convertida en un Estado fallido si pierde su acceso al mar y ve destruida buena parte de su tejido económico. Sin puertos operativos ni control efectivo sobre sus regiones más industrializadas, el país dependería aún más de la ayuda exterior, lo que prolonga su fragilidad.

La figura de Volodímir Zelenski complica ese escenario. Su capital político está ligado a la defensa cerrada de la integridad territorial; aceptar cesiones amplias equivaldría a admitir una derrota. Esa tensión entre la realidad militar en el terreno y los límites políticos internos dificulta cualquier negociación creíble a corto plazo.

Una rivalidad EE.UU.–China que ya no admite vuelta atrás

Por encima de estos focos, Irastorza sitúa un proceso más amplio: la consolidación de un sistema internacional dividido en bloques, con Estados Unidos y China como polos principales. Pekín actúa con una autonomía estratégica creciente, invirtiendo en infraestructuras y tecnología, rehaciendo cadenas de suministro y reforzando su presencia en el mar de China Meridional.

Washington responde con su “superarmada”, alianzas militares reforzadas y controles tecnológicos. El objetivo: contener la proyección china sin llegar a una guerra abierta, pero dejando claro que ciertas áreas —del Pacífico occidental a América Latina— siguen siendo consideradas vitales para la seguridad estadounidense.

En ese marco, el Ártico, Venezuela y Ucrania no son conflictos aislados, sino síntomas de un mismo fenómeno: la lucha por delimitar zonas de influencia en un mundo donde la interdependencia económica ya no garantiza la ausencia de confrontación.

Irastorza concluye que el mapa que se está dibujando es menos cooperativo y más transaccional. Los grandes actores aceptan convivir, pero no renuncian a fijar líneas rojas. Y en esa lógica, el control del mar —del Caribe al Ártico, pasando por el mar Negro y el Indo-Pacífico— vuelve a ser, como en los viejos imperios, la moneda definitiva del poder.

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