Maduro se aferra al cargo mientras crece el cerco internacional y la tensión interna

Maduro se mantiene firme ante Trump: ¿por qué renunciar no es una opción?

Mientras Estados Unidos endurece su discurso y mantiene acusaciones por narcotráfico, corrupción y violaciones de derechos humanos, el líder venezolano Nicolás Maduro no muestra la más mínima intención de abandonar el poder. Sin garantías de inmunidad creíbles y sostenido por una cúpula militar profundamente comprometida con el régimen, el chavismo apuesta por resistir a toda costa, incluso a riesgo de prolongar la crisis política, económica y social que arrastra Venezuela desde hace más de una década.

Maduro se mantiene firme ante Trump: ¿por qué renunciar no es una opción?  - EPA/MIGUEL GUTIERREZ
Maduro se mantiene firme ante Trump: ¿por qué renunciar no es una opción? - EPA/MIGUEL GUTIERREZ

Un entorno cercado por acusaciones y sanciones

El actual escenario venezolano está marcado por una combinación explosiva: colapso económico, aislamiento diplomático y una serie de acusaciones penales internacionales que alcanzan de lleno a Nicolás Maduro y a su círculo más cercano. Desde Washington, las autoridades mantienen recompensas millonarias por información que lleve a la captura del mandatario y de altos cargos vinculados al chavismo, en el marco de causas por narcotráfico y corrupción.

En paralelo, organismos internacionales y organizaciones de derechos humanos han denunciado de forma reiterada violaciones sistemáticas de derechos fundamentales, desde la represión de protestas hasta la persecución de opositores y activistas. Todo ello dibuja un entorno en el que una eventual renuncia no se percibe como un simple gesto político, sino como el inicio de un proceso judicial imprevisible para quienes hoy detentan el poder.

 

El miedo a irse sin garantías de inmunidad

Sobre el papel, una salida negociada podría aliviar parte de la presión externa y abrir la puerta a algún tipo de transición. Sin embargo, para Maduro y su entorno, dimitir en estas condiciones equivale a entregarse sin paracaídas.

La ausencia de garantías sólidas de inmunidad —ya sea en forma de amnistía interna, blindaje internacional o refugio seguro en un tercer país— convierte cualquier escenario de retirada en una jugada de altísimo riesgo personal. Desde la óptica del chavismo, abandonar el Palacio de Miraflores sin un acuerdo firme podría desencadenar procesos judiciales, confiscaciones de bienes e incluso extradiciones.

En ese contexto, la lógica interna del régimen es clara: mantenerse en el poder es también una estrategia de supervivencia, más que una apuesta ideológica o de proyecto de país.

La cúpula militar como columna vertebral del régimen

Otro elemento clave es el papel de la cúpula militar, cuyo vínculo con el poder va mucho más allá de la defensa institucional. Sectores de las Fuerzas Armadas han sido señalados por su presunta participación en tramas ilícitas, desde el contrabando y el control de recursos estratégicos hasta el propio narcotráfico.

Esa estructura convierte al aparato militar en un socio que no puede simplemente “salir ileso” de un cambio político abrupto. Para muchos uniformados de alto rango, la continuidad del régimen funciona como un escudo frente a posibles responsabilidades penales y pérdidas patrimoniales.

La consecuencia es un bloque de poder compacto, en el que líderes políticos y mandos militares se encuentran mutuamente atados: si cae uno, es probable que arrastre al otro. Esta interdependencia reduce drásticamente los incentivos para apoyar una transición pactada o cualquier fórmula que implique ceder el control del Estado.

Una crisis que se prolonga y un país atrapado en el bloqueo

Mientras tanto, la sociedad venezolana sigue soportando las consecuencias de este equilibrio frágil. El bloqueo económico, las sanciones internacionales, la hiperinflación moderada pero persistente, la pobreza extendida y la migración masiva han redefinido la vida diaria del país. Sin embargo, estos factores, lejos de quebrar el núcleo duro del poder, han reforzado la lógica defensiva del chavismo.

Los intentos de mediación internacional —desde diálogos auspiciados por distintos países hasta iniciativas multilaterales— chocan una y otra vez con el mismo muro: Maduro no está dispuesto a renunciar sin garantías totales, y sus aliados clave tampoco ven incentivos claros en desmontar un sistema que aún les garantiza protección y recursos.

¿Hay espacio para una salida pacífica?

La gran incógnita es si aún existe margen para una salida pacífica y viable. Sobre el terreno, la respuesta del oficialismo parece nítida: “no renunciar, no entregarse”. Pero esa decisión tiene un coste: prolonga la parálisis institucional y agrava las heridas de una población que no ve una mejora clara en el horizonte.

Entre presiones externas, sanciones y acusaciones penales, el régimen se aferra al poder porque percibe que el precio de irse es, hoy por hoy, más alto que el de quedarse. El problema es que, cuanto más se alargue este cálculo, más profundo será el daño político, económico y social para una Venezuela que sigue esperando, sin fecha, su propio punto de inflexión.

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