Sin presencia permanente del OIEA en Irán: Grossi admite un “punto ciego” y crece la presión internacional
El director general del OIEA, Rafael Grossi, reconoce que la agencia ya no mantiene una presencia permanente de inspectores en Irán y que el trabajo se limita a misiones puntuales. El mensaje reabre el debate sobre cuánto puede verificar hoy el organismo en un momento de máxima sensibilidad, tras meses de restricciones, tensiones y dudas sobre inventarios de material nuclear.
Un reconocimiento incómodo: “no hay presencia permanente”
Que el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) no tenga una presencia permanente de inspectores en Irán no es un matiz burocrático: es una señal de alarma sobre la capacidad real de verificación en uno de los expedientes más delicados del planeta. Rafael Grossi, director general del organismo, lo ha descrito con claridad al explicar que la agencia no está “instalada” de forma continua y que, en su lugar, envía equipos cuando hay una misión específica, tras lo cual regresan.
En la práctica, este modelo reduce la continuidad operativa y eleva el riesgo de que existan períodos en los que el OIEA no pueda confirmar de primera mano información crítica sobre instalaciones, contabilidad de materiales y cambios técnicos. Para el organismo, la supervisión no es una foto fija: es una película. Cuando se corta el metraje, la película se vuelve incompleta.
Por qué importa: la verificación depende de continuidad, acceso y datos
El corazón del sistema del OIEA se apoya en tres pilares: acceso físico a instalaciones, informes regulares (contabilidad de material nuclear, diseños y modificaciones) y continuidad de conocimiento mediante inspecciones y medidas de vigilancia. Si una de esas patas se debilita, el resultado no es simplemente “menos información”, sino una incertidumbre acumulativa que complica cualquier conclusión técnica robusta.
En el caso iraní, la discusión ya no se limita a “cuánto enriquece” o “qué centrifugadoras instala”, sino a algo más básico: qué puede confirmar hoy el OIEA con estándares de verificación y qué queda, de facto, en el terreno de las afirmaciones, las estimaciones o la inferencia indirecta.
El contexto: cooperación degradada y acceso limitado
La ausencia de una presencia permanente llega después de meses en los que la cooperación con el OIEA se ha visto recortada y politizada. Tras un período de escalada militar y legislativa, Teherán condicionó el retorno a una “normalidad” inspectora a la definición de un nuevo marco, alineado con su legislación interna y con aval del Consejo Supremo de Seguridad Nacional. Es decir: la supervisión se convierte también en un instrumento de negociación.
Para el OIEA, el punto crítico es que las obligaciones de salvaguardias no son opcionales. El organismo insiste en que la verificación no puede quedar reducida a un esquema “a demanda”, donde la inspección sea un evento puntual y no un mecanismo estable de control.
El “punto ciego” y el efecto dominó diplomático
En diplomacia nuclear, la palabra que nadie quiere pronunciar es incertidumbre. Cuando el OIEA reconoce límites operativos, se activa un efecto dominó: aumenta la presión en juntas de gobernadores, sube el tono de los socios europeos, se endurecen posiciones en Washington y se multiplica la narrativa de riesgo en la región.
El problema es doble. Por un lado, una supervisión intermitente complica “certificar” cumplimiento. Por otro, alimenta la sospecha de que la falta de continuidad puede ocultar actividades sensibles o, como mínimo, impedir que el organismo descarte escenarios de desvío de material. Y, en un entorno de tensiones, lo que no se puede verificar se politiza.
Qué puede pasar ahora: tres escenarios plausibles
El primer escenario es una normalización gradual: más misiones, más acceso y un retorno progresivo a rutinas de inspección, si cuaja un marco operativo aceptable para ambas partes. El segundo es el estancamiento: visitas puntuales, cooperación limitada y una supervisión que nunca recupera la continuidad necesaria, con el consiguiente desgaste de confianza. El tercero es el peor: una nueva escalada política o militar que reduzca aún más el acceso, consolidando un déficit de verificación de largo plazo.
Para 2026, la clave no será solo el ritmo de la inflación geopolítica, sino la calidad del “dato duro” nuclear: sin presencia permanente, la verificación se vuelve más frágil y la gestión del riesgo, más política que técnica.
Lectura final: cuando la inspección deja de ser rutina, el riesgo deja de ser teórico
El mensaje de Grossi tiene un trasfondo simple: la estabilidad no se sostiene con declaraciones, sino con mecanismos verificables. Si la inspección deja de ser una rutina permanente y pasa a ser una excepción logística, el mundo entra en un territorio donde el riesgo no necesariamente aumenta… pero sí aumenta la incapacidad de demostrar que no aumenta. Y esa diferencia, en asuntos nucleares, lo cambia todo.
