Seguridad y geopolítica en Europa

La Royal Navy lanza la alerta: Rusia reactiva su “guerra bajo el mar” y pone en riesgo cables y tuberías británicas

El jefe de la Royal Navy, Sir Gwyn Jenkins, ha advertido de que Moscú se prepara para desplegar sumergibles de gran profundidad capaces de amenazar la infraestructura crítica del Reino Unido. La señal no es menor: en un continente cada vez más dependiente de cables submarinos y enlaces energéticos, el “frente invisible” del fondo marino se convierte en una nueva línea de presión estratégica.

EPA/SERGEI ILNITSKY
EPA/SERGEI ILNITSKY

Una advertencia desde la cúspide naval: el riesgo ya no es teórico

La advertencia llega desde un cargo que, por definición, mide cada palabra. Sir Gwyn Jenkins, jefe de la Royal Navy, ha señalado que Rusia se prepara para enviar sumergibles de gran profundidad con capacidad de dañar cables submarinos y tuberías en el lecho marino, un mensaje que reabre el debate sobre la vulnerabilidad real de la infraestructura crítica británica y europea. En términos estratégicos, la tesis es clara: si la guerra “gris” busca maximizar incertidumbre y minimizar atribución, el fondo del mar ofrece un escenario ideal.

El problema no es solo el daño físico. Un corte en un cable puede ser un incidente; varios cortes simultáneos, en nodos críticos, pueden convertirse en un shock de conectividad, pagos, logística y servicios esenciales. Y, a diferencia de otros activos, la reparación bajo el mar es compleja, lenta y cara, incluso cuando el fallo es accidental. 

GUGI: la pieza que preocupa a Londres

El foco de la inquietud británica se concentra en la Main Directorate of Deep-Sea Research de Rusia, conocida como GUGI. Se trata de una unidad asociada a misiones especiales y capacidades de operación a grandes profundidades, con potencial para tareas de reconocimiento, manipulación e intervención sobre infraestructura. Una investigación del Financial Times ha descrito cómo determinados activos rusos vinculados a ese ecosistema han intensificado el interés por cables y enlaces energéticos en aguas europeas, elevando el nivel de alerta en gobiernos y marinas occidentales. 

Para entender el salto de riesgo basta con una idea: el mar no es “solo” un espacio de tránsito, es un tablero de infraestructuras. La densidad de cables de comunicaciones y la expansión de interconectores energéticos —además del auge de la eólica offshore— convierten cada nueva instalación en un activo crítico… y en un potencial punto de presión.

Por qué los cables y tuberías son el talón de Aquiles de la economía

Los cables submarinos soportan buena parte del tráfico internacional de datos y, en paralelo, Europa ha multiplicado su dependencia de enlaces energéticos y de transmisión eléctrica entre países. Esto hace que el “ruido” bajo el mar tenga consecuencias en superficie: desde servicios financieros y comunicaciones hasta cadenas de suministro y operación industrial. De hecho, la preocupación se ha disparado tras episodios recientes en el Báltico y el precedente del Nord Stream, porque muestran un patrón: infraestructura crítica + atribución difícil = vulnerabilidad estratégica.

Este clima se alimenta también por los incidentes en el Báltico citados por autoridades y analistas, donde daños a cables y enlaces se han investigado bajo la sospecha de acciones deliberadas o negligencias graves (por ejemplo, arrastre de anclas en zonas sensibles). Aunque no todos los episodios implican necesariamente sabotaje, el resultado es el mismo: la percepción de riesgo se instala y obliga a gastar más en vigilancia, redundancia y resiliencia. 

La respuesta occidental: vigilancia, patrullas y doctrina de “resiliencia”

La reacción no se limita a declaraciones. En el norte de Europa, la Joint Expeditionary Force activó Operation Nordic Warden, un sistema que utiliza inteligencia artificial para evaluar riesgos de buques en áreas sensibles y compartir alertas con socios y aliados. La lógica es anticipatoria: identificar patrones y presencias anómalas antes de que un incidente ocurra, especialmente en corredores marítimos donde confluyen tráfico comercial, flotas “opacas” y proximidad a infraestructura crítica. 

Además, el Reino Unido y Noruega han anunciado planes de patrullas navales conjuntas para proteger infraestructura submarina y seguir actividad submarina rusa en el Atlántico Norte, un paso que sugiere que Londres quiere pasar de la alarma a la disuasión práctica. 

En paralelo, también se consolida el enfoque diplomático: el Reino Unido se sumó a una declaración conjunta en Naciones Unidas sobre seguridad y resiliencia de cables submarinos, reflejando que el debate ya no es solo militar, sino también regulatorio y de gobernanza internacional. 

Rusia niega, el riesgo permanece: el dilema de la atribución

Moscú ha negado en ocasiones que suponga una amenaza para los cables submarinos, y esta negación forma parte del problema: en el dominio marítimo, demostrar intención y autoría es difícil, especialmente si la acción se ejecuta con plataformas discretas, “investigación oceanográfica” de cobertura o incidentes que pueden parecer accidentales. Ese es el núcleo de la guerra híbrida: mantener siempre una salida plausible, incluso cuando el efecto político y económico ya está hecho.

Tras acusaciones y advertencias públicas desde Londres, la postura rusa ha sido la de rechazo a esas afirmaciones, enmarcándolas como infundadas. Pero el debate europeo no se apaga, porque la realidad operativa —más vigilancia, más patrullas, más sistemas de alerta— indica que los gobiernos están actuando como si la amenaza fuese creíble. 

Qué cambia a partir de ahora: del “susto” al coste estructural

Si la advertencia de Jenkins se consolida como tendencia (más despliegues, más presión submarina), el impacto irá más allá de la defensa: crecerán las inversiones en redundancia de rutas, protección física, sensores, inspecciones y capacidad de reparación, y también la tensión entre transparencia y seguridad (qué se publica, qué se oculta, qué se comparte con aliados). El mercado y las empresas, por su parte, tenderán a exigir planes de continuidad más robustos en sectores intensivos en conectividad.

En resumen, la “guerra bajo el mar” no es un titular exótico: es un recordatorio de que la estabilidad económica moderna depende de infraestructuras invisibles. Y cuando lo invisible se convierte en objetivo, el precio se paga en superficie: en confianza, en costes y en incertidumbre estratégica.

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