Un atentado en Moscú que dinamita la paz en Ucrania

La acción contra el general Sarvarov, que Aníbal González vincula a servicios de inteligencia rivales, amenaza con disparar la escalada en Europa, Oriente Medio y Latinoamérica

Imagen del atentado en Moscú reportado en el vídeo de Negocios TV, con el general Fanil Sarvarov como centro del análisis geopolítico.<br>                        <br>                        <br>                        <br>
Atentado en Moscú reportado en el vídeo de Negocios TV

El atentado en Moscú contra el teniente general Fanil Sarvarov ha abierto una grieta más en un tablero internacional ya saturado de tensiones. Lo que algunos podrían interpretar como un ataque aislado, el analista geopolítico Aníbal González lo define como una operación quirúrgica destinada a hundir las negociaciones de paz en Ucrania y arrastrar a Rusia a una respuesta devastadora.
El ataque se produce cuando las conversaciones previstas en Miami parecían ofrecer, al menos sobre el papel, una vía de salida a un conflicto que ya roza los tres años de duración.
Al mismo tiempo, en Oriente Próximo se juega otra partida crítica, con Netanyahu buscando la “luz verde” de Trump frente a un Irán que acumula miles de misiles hipersónicos.
Y en el Caribe, la presión naval de EEUU sobre Venezuela desliza el conflicto hacia una zona gris entre el derecho internacional y lo que González no duda en llamar “piratería de Estado”.

Un atentado pensado para volar la mesa de negociación

Para Aníbal González, el atentado en Moscú no es una reacción improvisada, sino el resultado de una táctica deliberada. El objetivo no sería sólo Sarvarov, sino el propio proceso de negociación. Si Rusia se siente humillada en su capital, cualquier gesto de flexibilidad en Miami se vuelve políticamente tóxico.

El experto habla de “terrorismo selectivo con vocación estratégica”: atacar a un mando de alto perfil en el corazón de Rusia sirve para enviar un mensaje interno de vulnerabilidad y, al mismo tiempo, un aviso externo a quienes pretenden rebajar la intensidad de la guerra.

Además, el timing no es casual. El atentado llega cuando varias capitales europeas empezaban a reconocer, con la boca pequeña, que una solución negociada podría ser la única vía realista para evitar una guerra congelada durante décadas. La consecuencia es clara: cualquier avance en Miami queda ahora bajo sospecha, condicionado por la necesidad del Kremlin de demostrar fuerza, no concesión.

Mossad, MI6 y la guerra en la sombra

González introduce un elemento especialmente delicado: los paralelismos con operaciones atribuidas al Mossad y el posible encaje de una participación intelectual de servicios como el MI6 británico. No se trata de una acusación directa, sino de una reflexión sobre el modus operandi: operaciones discretas, objetivos muy seleccionados y un impacto político desproporcionado respecto al coste táctico.

El analista recalca que el verdadero campo de batalla ya no es sólo el frente ucraniano, sino el espacio opaco donde se cruzan servicios de inteligencia, operaciones encubiertas y campañas de desinformación. En ese terreno, una acción aparentemente acotada puede tener un efecto multiplicador sobre percepciones, alianzas y líneas rojas.

En palabras de González, “este tipo de atentados no buscan sólo matar a una persona, sino matar un escenario: el de la paz negociada”. La lectura es inequívoca: alguien tiene interés en que la guerra continúe, aunque el desgaste económico y humano ya haya superado todos los umbrales razonables.

Moscú promete represalias y Kiev entra en la zona de máximo riesgo

Tras el atentado, el guion que dibuja González es previsible y, a la vez, inquietante. Rusia, afirma, no se limitará a condenar. El riesgo es que el Kremlin opte por una respuesta “ejemplarizante” contra centros de mando, infraestructuras críticas o nodos de decisión en Kiev, escalando un conflicto que ya ha destruido más del 30% de la capacidad energética ucraniana desde 2022.

Paradójicamente, el analista insiste en que Moscú no tiene intención ni capacidad real de ocupar todo el territorio ucraniano ni, mucho menos, adentrarse en Europa. El objetivo ruso sería más limitado: consolidar posiciones estratégicas y forzar a Kiev a aceptar un acuerdo en términos menos favorables, una vez demostrada su vulnerabilidad.

El problema, advierte González, es que las represalias “quirúrgicas” rara vez lo son en la práctica. Cada ataque sobre infraestructuras civiles o militares clave aumenta la presión sobre Zelenski, endurece posturas internas y reduce el margen de maniobra diplomática. Dicho de otro modo: el atentado en Moscú empuja a todos hacia un escalón más alto de la escalada, pero no necesariamente hacia un desenlace claro.

Europa: retórica belicista sin plan estratégico

En este contexto, el papel europeo aparece, una vez más, como frágil y contradictorio. González critica con dureza la retórica de dirigentes como Ursula von der Leyen o Mark Rutte, a los que acusa de adoptar un tono “casi belicista” sin contar ni con capacidad militar equivalente ni con un consenso social claro.

Europa ha incrementado su apoyo a Ucrania, ha aprobado paquetes de ayuda por decenas de miles de millones y ha reforzado despliegues en el flanco oriental de la OTAN. Pero, según el analista, carece de una estrategia de salida. El resultado es una política que combina grandes declaraciones con una dependencia estructural de la voluntad estadounidense.

González sostiene que la estabilidad europea pasa por un relevo de liderazgo: figuras más pragmáticas, conscientes de los límites reales de la UE y de la capacidad de Rusia para sostener un conflicto prolongado. Sin ese giro, la Unión corre el riesgo de asumir un coste económico y político para el que no está preparada, mientras la opinión pública se fatiga y el conflicto se normaliza como ruido de fondo.

Netanyahu, Trump e Irán: un polvorín con 5.000 misiles

El otro frente que subraya González es Oriente Próximo. A su juicio, la inminente reunión entre Benjamín Netanyahu y Donald Trump no es ceremonial: puede marcar si Israel recibe o no una autorización tácita para golpear de nuevo a Irán.

La advertencia del analista es que la ecuación ha cambiado. Irán no es un actor indefenso: dispone, según estima, de más de 5.000 misiles balísticos e hipersónicos, suficientes para saturar en cuestión de minutos el sistema de defensa israelí y golpear infraestructuras críticas.

Este hecho revela un riesgo que algunos responsables políticos parecen subestimar: una ofensiva israelí mal calibrada podría desencadenar una respuesta masiva iraní, con impacto directo sobre rutas energéticas, precios del crudo y estabilidad regional. González insiste en que “la superioridad tecnológica ya no garantiza una guerra corta ni controlada”. Y el mercado, con un petróleo que puede saltar más de un 15% ante un choque mayor, lo sabe.

Venezuela, “piratería” y guerra económica en el Caribe

El tercer eje del análisis nos lleva al Caribe, donde la flota estadounidense ha intensificado las incautaciones de cargamentos petroleros venezolanos. González califica estas acciones de “piratería moderna”, envuelta en un discurso jurídico que apenas disimula su naturaleza de guerra económica.

Aunque descarta una invasión terrestre —el coste político de ver “ataúdes de soldados estadounidenses” regresando a casa sería insoportable—, no excluye operaciones encubiertas, incluidos ataques selectivos o sabotajes atribuibles a fuerzas especiales o a la propia CIA. Es la misma lógica del atentado selectivo: evitar la guerra abierta, pero mantener al adversario en un estado de fragilidad permanente.

Para Caracas, el riesgo es doble: pérdida directa de ingresos por cada cargamento confiscado —en algunos casos superiores a los 50 millones de dólares— y erosión de la credibilidad de sus rutas comerciales con socios como China o India. Para Washington, el mensaje es claro: quien quiera operar con Venezuela deberá aceptar un riesgo jurídico y operativo creciente.

Un orden internacional que se desliza hacia la zona gris

La conclusión que deja la lectura de Aníbal González es incómoda pero nítida: el sistema internacional se desliza hacia una “zona gris” permanente, donde las guerras declaradas conviven con operaciones encubiertas, bloqueos “legales” y atentados selectivos.

El atentado contra Fanil Sarvarov en Moscú actúa como síntoma y catalizador de esa deriva. Debilita las negociaciones de paz en Ucrania, altera el cálculo de riesgos frente a Irán y refuerza la lógica de presión total sobre Venezuela. Todo ello en un contexto en el que las grandes potencias —EEUU, Rusia, China— se rehúsan a asumir una confrontación frontal, pero multiplican los choques indirectos.

La pregunta de fondo es si la diplomacia será capaz de recomponer algún tipo de reglas mínimas o si, por el contrario, la excepción se convertirá en norma: atentados sin reivindicar, sanciones convertidas en castigo colectivo y bloqueos navales ejecutados a golpe de decreto.

Mientras tanto, los mercados descuentan el riesgo a su manera: primas de seguridad al alza, metales refugio en máximos y un mapa energético que se reconfigura al ritmo de cada explosión.

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