México

Protestas en Ciudad de México: descontento real en la calle, relato peligroso importado desde EE.UU.

La jefa de Gobierno de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, advierte sobre la instrumentalización de las protestas internas por parte de ciertos actores estadounidenses, en medio de un complejo escenario que vincula movilizaciones sociales con tensiones geopolíticas y la lucha antidrogas en América Latina.

Protestas en Ciudad de México con imágenes de Claudia Sheinbaum y banderas mexicanas en manifestación.<br>                        <br>                        <br>                        <br>
Protestas en Ciudad de México con imágenes de Claudia Sheinbaum y banderas mexicanas en manifestación.

Las calles de Ciudad de México vuelven a llenarse de manifestantes contra el gobierno de Claudia Sheinbaum, en un escenario donde el malestar social se mezcla con intereses políticos internos y externos. Lo preocupante no es solo la protesta en sí, sino el uso que algunos sectores en Estados Unidos están intentando hacer de estas movilizaciones, presentándolas como prueba de un país al borde del colapso.

Las marchas convocadas para este jueves carecen de un liderazgo único y reconocible, lo que dificulta entender con precisión sus reivindicaciones y objetivos. Distintos colectivos han tomado la palabra, desde grupos ciudadanos descontentos hasta sectores más politizados, mientras los medios –dentro y fuera del país– tratan de encajar las imágenes en relatos ya prefabricados. La falta de una voz articulada alimenta teorías, sospechas e interpretaciones interesadas sobre “quién está detrás”, aunque, de momento, la respuesta honesta sigue siendo incómoda: no está del todo claro.

El foco mediático en EE.UU.: de la crítica a la etiqueta de “Estado narcoterrorista”

Mientras en Ciudad de México se corean consignas y se levantan pancartas, figuras mediáticas conservadoras estadounidenses como Steve Bannon o Alex Jones han encontrado un filón discursivo. Desde sus plataformas describen a México con términos como “Estado narcoterrorista”, tratando de asociar las protestas con la idea de un país fuera de control y, de paso, justificar futuros discursos o propuestas de “mano dura” desde Washington.

No es un detalle menor. Ese tipo de etiquetas no solo estigmatizan, sino que sirven como punto de partida para agendas políticas que contemplan la intervención –directa o indirecta– en nombre de la lucha antidrogas. Bajo la retórica de la seguridad y el combate al narcotráfico, se abre la puerta a presiones diplomáticas, operaciones encubiertas o incluso propuestas de acción militar “quirúrgica” que ya han asomado en el debate estadounidense.

En este marco, la narrativa no es inocente: busca moldear la percepción de la opinión pública norteamericana sobre México, presentándolo no como un socio complejo, sino como un problema a “gestionar”.

Guerra contra el narco, geopolítica y soberanía mexicana

Estados Unidos presume la destrucción de más de 20 embarcaciones vinculadas al tráfico de drogas en rutas del Caribe y el Pacífico, con un saldo de al menos 80 muertes relacionadas. Son cifras que muestran una realidad violenta, pero también el tamaño del tablero geopolítico donde se libra esta guerra.

Plantear estas operaciones únicamente como una “lucha contra el crimen” es quedarse corto. Lo que está en juego también es influencia regional, control de rutas estratégicas y capacidad de presión sobre gobiernos considerados poco alineados con los intereses de Washington. México, en ese juego, ocupa una posición delicada: socio indispensable, frontera crítica y, al mismo tiempo, chivo expiatorio recurrente en los debates internos estadounidenses.

De ahí que la advertencia de Claudia Sheinbaum no pueda leerse como una sobrerreacción. Su mensaje, en el fondo, apunta a algo esencial: las crisis internas mexicanas –protestas, violencia, tensiones políticas– no deben convertirse en excusa para que actores externos intenten reescribir la agenda nacional o debilitar su soberanía bajo el paraguas de la “seguridad”.

Protestas legítimas, riesgos de instrumentalización

Las movilizaciones en Ciudad de México reflejan un descontento real de parte de la sociedad: por la inseguridad, por la economía, por la percepción de distancia entre las promesas políticas y la vida cotidiana. Ignorarlo sería un error. Pero otro error igual de grave sería permitir que ese malestar sea secuestrado por intereses ajenos al propio país.

Cuando no hay una dirección política clara ni una plataforma unificada, el espacio para la instrumentalización se multiplica: desde la oposición interna que busca desgastar al gobierno hasta los altavoces extranjeros que quieren usar cada marcha como prueba de un Estado fallido. El riesgo es que las demandas legítimas de los ciudadanos terminen diluidas en una batalla por el relato en la que los protagonistas ya no son los mexicanos de a pie, sino estrategas, consultores y propagandistas a miles de kilómetros de distancia.

La gran incógnita es si México logrará gestionar estas tensiones sin perder el control de su propia historia: atender el descontento, reforzar las instituciones y, al mismo tiempo, poner límites claros a quienes, desde fuera, ven en cada crisis una oportunidad para avanzar su propia agenda.

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