Trump y Zelenski en Mar-a-Lago: negociación directa que margina a Europa
Estados Unidos asume el papel de árbitro único mientras Europa queda orillada y Kiev afronta la presión de aceptar pérdidas territoriales a cambio de garantías de seguridad
En un momento especialmente delicado para la geopolítica mundial, Mar-a-Lago se ha convertido esta semana en el kilómetro cero del futuro de Ucrania. Donald Trump y Volodímir Zelenski se han reunido allí para discutir un plan de salida a casi tres años de guerra, en un formato que deja a Europa y a Rusia fuera de la foto, aunque no de la ecuación. Sobre la mesa, según distintas fuentes diplomáticas, está la aceptación ucraniana de cesiones territoriales en el Donbass a cambio de garantías de seguridad lideradas por Estados Unidos y no por la Unión Europea.
No es solo un intercambio de territorio por promesas: entran en juego equilibrios estratégicos, intereses económicos y símbolos de poder. La exclusión práctica de la UE de las conversaciones de primer nivel ha abierto un debate áspero en capitales europeas sobre el peso real del bloque en el conflicto más grave del continente desde 1945. A juicio de varios expertos, el movimiento puede ser la confirmación de un desplazamiento del centro de gravedad geopolítico lejos del “viejo continente”. La gran incógnita es si el precio será una paz duradera o una tregua frágil que siembre las bases de la próxima crisis.
Mar-a-Lago como nuevo centro de gravedad diplomático
El encuentro en la residencia privada de Trump no es un gesto protocolario, sino un cambio de escenario con mensaje político. En vez de Bruselas, Berlín o Ginebra, la foto que recorre el mundo es la de Zelenski en Florida, recibiendo al presidente estadounidense en un formato casi personalista.
Según fuentes próximas a la negociación, el plan discutido gira en torno a un esquema de unos 20 puntos, que incluye:
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Definición del estatus del Donbass y de otras zonas ocupadas.
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Compromisos de seguridad a largo plazo para Ucrania con fuerte sello estadounidense.
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Un paquete de ayuda financiera y de reconstrucción que podría equivaler a entre el 30% y el 40% del PIB ucraniano repartido en varios años.
Trump se presenta como árbitro principal y subraya que hablará con Putin después de ver a Zelenski, pero la ausencia física de Rusia y de la UE en la mesa principal alimenta la sensación de que el verdadero diseño del acuerdo se está cocinando en un formato “Estados Unidos–Ucrania con Rusia al teléfono y Europa en la banda”.
Europa, invitada de piedra en su propia guerra
La exclusión práctica de la UE del núcleo duro de la negociación ha encendido todas las alarmas en el continente. Bruselas y varias capitales llevaban meses defendiendo un plan de alto el fuego escalonado, con supervisión internacional y una arquitectura de seguridad donde Europa tendría un papel protagonista. La escena de Mar-a-Lago transmite lo contrario: Washington decide, Kiev asiente y Europa asume la factura.
Para el analista Julio Bartman, la fotografía sintetiza una realidad incómoda: “Las naciones europeas son las más afectadas por la guerra y las que más han comprometido en apoyo financiero y militar, pero han quedado fuera del diálogo central”. Se calcula que más del 60% del apoyo económico directo a Ucrania desde 2022 ha salido de presupuestos europeos, mientras Estados Unidos ha aportado la mayor parte del material militar pesado.
El contraste resulta demoledor: Europa paga, sufre el impacto energético y soporta el flujo de refugiados, pero el formato de negociación la reduce a actor de segunda fila. El riesgo, advierten diplomáticos consultados, es que la UE termine respaldando un acuerdo que no ha diseñado y que podría consolidar fracturas territoriales que chocan con sus propios principios de integridad y derecho internacional.
Donbass, Odesa y el Mar Negro: el precio de la paz
Las claves de la negociación son tan territoriales como estratégicas. El borrador que se discute en Mar-a-Lago tocaría tres puntos extremadamente sensibles:
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El estatus del Donbass, donde Rusia controla de facto buena parte de las regiones de Donetsk y Lugansk, en torno a un 15% del territorio ucraniano.
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La situación en Odesa, puerto clave para la economía del país y para el comercio de cereales, cuya seguridad condiciona el acceso al Mar Negro.
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La presencia militar y las rutas marítimas en la zona, con impacto directo en seguros, fletes y precios de materias primas.
Según fuentes conocedoras de las conversaciones, la lógica que se impone en Washington es de realpolitik pragmática: consolidar algunas ganancias territoriales rusas en el este, blindar el acceso ucraniano a Odesa y al mar, y ofrecer a cambio garantías de seguridad equiparables a una especie de “OTAN por la puerta de atrás”, con presencia rotatoria, sistemas antiaéreos avanzados y compromiso de respuesta rápida.
El problema es que, tal y como recuerdan varios expertos, cualquier concesión territorial formalizada hoy será muy difícil de revertir mañana. Y en Ucrania, una parte significativa de la población sigue viendo cualquier renuncia a Donbass u otras regiones como una línea roja emocional y política.
Las advertencias de Adrián Zelaia: avances irreversibles y paz frágil
El analista de relaciones internacionales Adrián Zelaia subraya que Moscú considera muchos de sus avances actuales como “irreversibles”. Según su lectura, Rusia siente que ha consolidado posiciones estratégicas que no está dispuesta a abandonar, salvo a cambio de contrapartidas de seguridad muy robustas y de un reconocimiento explícito, aunque sea indirecto, de su control sobre partes del este de Ucrania.
Zelaia advierte de que “cualquier solución que no vaya acompañada de un marco sólido de seguridad corre el riesgo de ser solo un respiro temporal”. En otras palabras: un mal acuerdo podría congelar el conflicto durante unos años, pero dejar las condiciones intactas para una futura reactivación cuando cambien los equilibrios políticos o militares.
El experto también llama la atención sobre la asimetría temporal del pacto: mientras las concesiones territoriales serían inmediatas y tangibles, muchas de las garantías de seguridad y financiación se extenderían a plazos de diez o quince años, vulnerables a cambios de gobierno en Washington, Bruselas o Kiev. La pregunta es obvia: ¿qué ocurrirá si dentro de cinco años una nueva administración estadounidense decide recortar compromisos?
La mirada de Bartman: EEUU arbitra, la UE paga
Desde el prisma de Julio Bartman, el reposicionamiento de Estados Unidos tiene una doble cara. “Washington se presenta como actor integrador, pero en la práctica asume un rol claramente controlador sobre las fuerzas que se disputan la región”, sostiene. El diseño que se perfila en Mar-a-Lago refuerza la idea de una Ucrania profundamente dependiente del apoyo militar, financiero y de inteligencia norteamericano durante al menos una década.
Mientras tanto, la UE queda relegada a financiar buena parte de la reconstrucción civil, reforzar su propio gasto en defensa —varios países planean alcanzar o superar el 2,5% del PIB en los próximos años— y gestionar las secuelas económicas del conflicto en energía e inflación. Bartman resume la paradoja de forma mordaz: “Si esto sale bien, el mérito será de Washington; si sale mal, la factura será sobre todo europea”.
Este desplazamiento de centro de gravedad puede tener efectos de largo alcance: reforzar la dependencia estratégica europea de Estados Unidos justo cuando Bruselas intentaba avanzar en una agenda de “autonomía estratégica”, y dar argumentos a quienes, dentro y fuera de la UE, dudan de su capacidad de actuar como potencia geopolítica autónoma.
Trump y Putin, un mensaje coordinado contra el plan europeo
Las señales que llegan desde Moscú refuerzan la idea de un guion compartido entre Trump y Putin. Según el asesor de política exterior del Kremlin, ambos presidentes consideran que el plan de la UE para un alto el fuego temporal solo serviría para “prolongar la guerra”. En paralelo, insisten en que Ucrania debe tomar una decisión “sin demora” sobre el futuro del Donbass.
Ese doble mensaje tiene implicaciones claras:
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Deslegitima la propuesta europea de pausa humanitaria como mera táctica dilatoria.
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Traslada a Kiev el peso de la responsabilidad: si el conflicto continúa, será porque “no acepta la paz” que se le ofrece.
Varios observadores ven en esta estrategia una forma de encerrar a Zelenski en un dilema imposible: aceptar concesiones que pueden ser impopulares en casa o cargar con el estigma de haber bloqueado un acuerdo “razonable”. El resultado es un clima negociador donde la asimetría de poder se traduce en asimetría narrativa.
Repercusiones económicas: energía, defensa y la factura europea
Las decisiones que se tomen en Mar-a-Lago no solo reordenarán fronteras de facto, sino también flujos de gas, petróleo, capital y gasto militar. Si el acuerdo reduce la intensidad bélica y estabiliza las líneas de frente, los analistas esperan:
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Una moderación de la prima de riesgo geopolítico sobre el gas y el crudo, con alivio para la industria europea intensiva en energía.
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Una posible reactivación gradual de proyectos de infraestructura energética y de transporte en Europa del Este y el Mar Negro.
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Un desplazamiento del gasto público hacia reconstrucción y defensa, con presupuestos de seguridad que podrían consolidarse por encima del 2% del PIB en la mayoría de socios de la OTAN.
Si, por el contrario, la negociación desemboca en una paz inestable o una guerra congelada, el escenario más probable es el de una Europa atrapada entre costes permanentes de contención y un clima de incertidumbre que desincentiva la inversión a largo plazo en Ucrania y su entorno.
Un tablero que ya salpica a América Latina
El impacto del conflicto y de la nueva arquitectura de seguridad no se limita a Europa del Este. Como recuerdan varios analistas, el fortalecimiento del eje Moscú–Pekín y la búsqueda de espacios de influencia alternativos han reactivado la presencia rusa en regiones como América Latina, especialmente en países como Venezuela, Cuba o Nicaragua.
Cualquier acuerdo que consolide a Rusia como actor aún relevante en el Este de Europa puede interpretarse, en clave latinoamericana, como una confirmación de que el coste de desafiar a Occidente es asumible. Al mismo tiempo, Estados Unidos tratará previsiblemente de blindar su patio trasero con nuevos acuerdos energéticos, inversiones estratégicas y cooperación en seguridad, en un contexto en el que China ya ha ganado terreno.
En ese sentido, la negociación de Mar-a-Lago es algo más que un capítulo más de la guerra de Ucrania: es un episodio central en la disputa por esferas de influencia global, cuyo eco se escuchará tanto en Bruselas y Moscú como en Caracas, Brasilia o Ciudad de México.