Turquía sacude su esquema de poder: 402 imputados, entre ellos Ekrem İmamoğlu, acusados por la Fiscalía.
La Fiscalía General de Turquía ha presentado una acusación histórica: 402 personas, entre ellas el alcalde suspendido de Estambul, Ekrem İmamoğlu, figuran en un expediente que describe una supuesta “organización criminal lucrativa” liderada por el político opositor. La medida reabre una grieta en el tablero de poder turco, generando alarma por las implicaciones políticas, sociales y de gobernabilidad en el país.
El anuncio de la Fiscalía turca de imputar a más de cuatrocientos implicados —105 de ellos ya detenidos—, bajo cargos que incluyen corrupción, manipulación de contratos y fraude, marca un episodio de extrema tensión en la política de Turquía. Entre los imputados figura İmamoğlu, quien según la acusación estaría al frente de la red acusada de gestionar un entramado que habría generado pérdidas millonarias al Estado.
Desde que fue arrestado en marzo de 2025, İmamoğlu ha estado en el centro de una batalla judicial y mediática sin precedentes: además de esta macrocausa, enfrenta múltiples cargos que van desde soborno hasta presunta financiación irregular, los cuales él niega categóricamente, denunciando persecución política.
El impacto trasciende la esfera judicial: la detención del alcalde generó protestas masivas en todo el país, señal del apoyo popular que le rodea y del feroz desencuentro entre el poder y la oposición.
A nivel institucional, el caso plantea preguntas profundas sobre la independencia del sistema judicial en Turquía. Opositores y organizaciones de prensa denuncian que este tipo de procesos se inscriben en una tendencia de represión hacia voces críticas, en un contexto en que varios periodistas vinculados al caso también han sido investigados por supuesta difusión de desinformación, aspecto que ha encendido alarmas sobre la libertad de prensa y el pluralismo en el país.
La acusación, descrita en más de 4.000 páginas por el fiscal jefe según fuentes citadas, sostiene que se configuró una organización criminal que habría operado durante años mediante contratos públicos, sobornos y amaño de licitaciones, con una facturación estimada en pérdidas para el Estado que se medirían en miles de millones de liras.
İmamoğlu, símbolo de la oposición liderada por el Partido Republicano del Pueblo (CHP), ha sido presentado por sus seguidores como un referente de renovación democrática, lo que añade una dimensión política muy delicada al proceso. Las elecciones presidenciales de 2028 se acercan, y su candidatura ya había sido anunciada previamente, lo que multiplica la tensión sobre cada paso judicial que recae sobre él.
Este giro ha alargado el debate sobre el papel del sistema judicial como instrumento del poder, sobre la polarización política y sobre la línea entre la lucha anticorrupción y las libertades civiles en Turquía. A ojos internacionales, la situación es interpretada tanto como una prueba de fortaleza institucional como una advertencia sobre los límites del equilibrio de fuerzas en una democracia en tensión.
Mientras el proceso judicial se desarrolla, las reacciones no se han hecho esperar: la oposición denuncia un uso selectivo de los mecanismos legales como una estrategia de silenciamiento, mientras el gobierno defiende que la justicia actúa con independencia. El trasfondo económico, con la lira al alza de tensiones, y la presión internacional aumentan la sensibilidad del momento, convirtiendo el caso en uno de los más decisivos del año.
A medida que se conozcan detalles del sumario y se definan los pasos procesales, Turquía se encuentra en un punto de inflexión. La imputación de 402 personas, la magnitud de las acusaciones y la figura de İmamoğlu proyectan un futuro cargado de interrogantes, en el que el resultado judicial podría modelar no solo al Partido Republicano del Pueblo, sino el propio mapa político del país euroasiático.