Dow Jones

Dow Jones cayó un 22.6% en un día: El aniversario del Crash de 1987 este domingo

El Crash de 1987 es una caída histórica del Dow Jones que perdió un 22,6% en 24 horas. Conoce su impacto en el mercado financiero y cómo cambió su regulación para siempre.
US futures down with focus on inflation, growth
US futures down with focus on inflation, growth

El próximo domingo se cumple un nuevo aniversario del Crash de 1987, también conocido como el Lunes Negro, una fecha grabada a fuego en la historia de Wall Street. El 19 de octubre de 1987, el Dow Jones Industrial Average se desplomó un 22,6% en una sola jornada, la mayor caída porcentual en un día que haya sufrido jamás el mercado bursátil estadounidense. Aquella jornada caótica hizo tambalear la confianza global en los mercados financieros y marcó el inicio de una nueva era en la gestión del riesgo y la regulación bursátil.

Aquel lunes comenzó con un clima de aparente normalidad. Sin embargo, las señales de tensión ya se acumulaban desde días antes. Las bolsas asiáticas y europeas habían cerrado con fuertes descensos, y los inversores estadounidenses despertaron con el temor de que algo grande estaba por suceder. Las órdenes de venta comenzaron a multiplicarse apenas abrió el mercado, y lo que parecía una corrección normal se convirtió rápidamente en un pánico colectivo sin precedentes.

El índice Dow Jones perdió 508 puntos en un solo día, un número que hoy puede parecer pequeño frente a los movimientos actuales, pero que entonces representaba una quinta parte del valor total del índice. En cuestión de horas, se evaporaron más de 500.000 millones de dólares en capitalización bursátil, provocando un efecto dominó que se extendió por todos los mercados del mundo.

 

El colapso no fue fruto de un solo evento, sino de una combinación de factores que crearon una tormenta perfecta. Por un lado, existía un exceso de optimismo e inflación en los precios de las acciones, impulsado por un prolongado periodo alcista durante los años 80. Por otro, la economía estadounidense enfrentaba desequilibrios macroeconómicos, como un déficit comercial creciente y el temor a una subida de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal. Pero el detonante principal fue tecnológico: la irrupción de los programas de trading automatizado, una novedad en aquel momento.

Estos sistemas, diseñados para ejecutar órdenes de venta masivas ante determinadas caídas de precios, actuaron todos al mismo tiempo, generando una reacción en cadena que amplificó el pánico y aceleró el desplome. En pocos minutos, los ordenadores vendían sin control, las cotizaciones caían más rápido de lo que los operadores podían reaccionar y los sistemas de comunicación se saturaban. Fue la primera vez que la automatización mostró su lado más oscuro.

Los medios de comunicación describían escenas de caos en la Bolsa de Nueva York: operadores gritando, teléfonos sonando sin parar y rostros de incredulidad frente a pantallas que solo mostraban números rojos. Los analistas y economistas no tardaron en calificar aquel día como “el fin del capitalismo moderno” o “el Apocalipsis financiero”, aunque la recuperación fue mucho más rápida de lo que muchos anticiparon.

De hecho, apenas dos años después, el mercado ya había recuperado la mayoría de sus pérdidas. Sin embargo, el Lunes Negro dejó una huella indeleble. Los reguladores introdujeron nuevas normas para evitar que un colapso similar volviera a repetirse. La más destacada fue la creación de los “circuit breakers”, mecanismos que suspenden temporalmente la negociación cuando los índices caen demasiado rápido, dando tiempo al mercado para calmarse y evitar ventas impulsivas.

Lo más curioso de todo es cómo ha cambiado la percepción con el tiempo. Aunque la caída del 22,6% sigue siendo la peor pérdida porcentual diaria de la historia, hoy ese descenso equivale apenas a la 130ª caída más grande en puntos absolutos del Dow Jones. La razón es simple: el mercado ha crecido exponencialmente desde entonces. En 1987, el índice rondaba los 2.200 puntos; hoy supera con creces los 38.000. Esto significa que un descenso de más de 800 puntos, que en 1987 habría sido catastrófico, hoy puede considerarse una fluctuación moderada.

Sin embargo, la magnitud simbólica de aquel desplome sigue siendo enorme. El Lunes Negro cambió para siempre la forma en que los inversores, reguladores y economistas entienden el comportamiento del mercado. Fue una lección de humildad para Wall Street, demostrando que incluso los periodos más optimistas pueden terminar en colapsos repentinos cuando la confianza se rompe.

Además, el crash del 87 introdujo un nuevo tipo de miedo: el miedo a la automatización descontrolada. Lo que en su momento eran simples algoritmos de venta hoy se ha transformado en un ecosistema de trading algorítmico y de alta frecuencia, que representa gran parte del volumen diario de operaciones. Las autoridades siguen vigilando con atención que esos sistemas no repitan el error de actuar todos en la misma dirección al mismo tiempo.

El aniversario de este evento, que se cumple este domingo, es una oportunidad para recordar la vulnerabilidad de los mercados y reflexionar sobre los riesgos de la interconexión global. En un mundo donde los rumores pueden viralizarse en segundos y las decisiones de inversión son cada vez más automatizadas, la historia del Crash de 1987 es más relevante que nunca.

Aquel día, una mezcla de miedo, tecnología y psicología colectiva hizo que la bolsa más poderosa del mundo se derrumbara como un castillo de naipes. Pero también mostró la capacidad de los mercados para recomponerse, aprender y evolucionar. Hoy, el Lunes Negro no solo es una página negra en los libros de historia financiera: es una advertencia permanente de que detrás de cada número y algoritmo, sigue habiendo un factor humano capaz de desatar —o detener— el caos.

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