Japón rompe el hechizo del dinero gratis
Análisis profundo sobre cómo la subida de tipos en Japón ha desencadenado una tormenta financiera global que impacta criptomonedas, mercados occidentales y geopolítica. Con las voces expertas de José Luis Moreno y José Basagoiti, este reportaje conecta las piezas del rompecabezas que define el próximo ciclo económico y político mundial.
En un contexto cada vez más incierto, Japón se ha convertido en el epicentro de un movimiento sísmico financiero que amenaza con reconfigurar el mapa de riesgos global. Durante décadas, el Banco de Japón fue el gran proveedor de liquidez barata del sistema: tipos ultrabajos, incluso negativos, y un yen débil que hacía muy atractivo endeudarse en moneda japonesa para invertir en activos de mayor rentabilidad fuera del país. Ese mecanismo —el famoso carry trade— ha lubricado silenciosamente buena parte de las apuestas de riesgo en Occidente.
Ese mundo se ha terminado. La subida de tipos por parte del Banco de Japón no es un ajuste técnico más: es el giro de guion que obliga a deshacer posiciones construidas durante años. Como recuerda José Basagoiti, «la era del dinero gratis japonés ha llegado a su fin», y ese cambio, lejos de ser un asunto doméstico, se parece más a “la aguja que pinchará la burbuja de crédito de Occidente”. Si el coste de financiación en yenes deja de ser casi cero, todo el entramado de operaciones apalancadas basadas en esa premisa empieza a tambalearse.
El resultado inmediato es la aceleración de un proceso de destrucción de liquidez: quienes estaban largos de activos de riesgo financiados en yen necesitan vender para cerrar posiciones, devolver préstamos y limitar pérdidas. Es un efecto dominó que no distingue fronteras y que amplifica cualquier debilidad latente en los mercados globales.
El colapso del carry trade y la venta masiva de activos de riesgo
El primer síntoma visible de este colapso del carry trade ha sido la venta simultánea de criptomonedas, tecnología y bonos occidentales. Lo que a simple vista puede parecer una corrección más, en realidad revela un patrón muy claro: se están desmontando posiciones de riesgo que compartían la misma fuente de financiación y la misma lógica de “liquidez infinita”.
José Luis Moreno subraya cómo esta salida abrupta de capital de los activos más volátiles se ve amplificada por unas condiciones monetarias ya de por sí restrictivas en Estados Unidos y Europa. La Reserva Federal y otros bancos centrales llevaban tiempo drenando liquidez —subiendo tipos y reduciendo balances—, y la jugada de Japón llega como la pieza que faltaba para configurar la tormenta perfecta. Allí donde había exceso de confianza y apalancamiento, ahora hay margin calls, ventas forzadas y una búsqueda desesperada de activos refugio.
La reacción en criptomonedas y en grandes nombres tecnológicos es especialmente elocuente: cuando el coste del dinero sube, los flujos se repliegan desde las promesas de crecimiento lejano hacia negocios con caja hoy y balances más sólidos. En paralelo, los bonos de gobiernos occidentales sufren por partida doble: por la subida de tipos locales y por el cierre del grifo japonés, tradicionalmente un gran comprador de deuda soberana extranjera. Menos demanda y más tipos significan caídas en precio y repunte de las rentabilidades.
¿Fin de ciclo o pausa antes de nuevos estímulos?
La gran pregunta es si este shock marca el inicio de un ciclo prolongado de volatilidad o si, por el contrario, forzará a las autoridades monetarias a volver a políticas ultraexpansivas. Moreno y Basagoiti coinciden en un punto clave: si el daño sobre la economía real y los mercados se vuelve sistémico, la reacción de manual será una vuelta a los estímulos masivos.
El problema es que el margen de maniobra es mucho menor que en crisis anteriores. Tras años de tipos bajos, expansión cuantitativa y deuda creciente, revertir otra vez hacia políticas “todo vale” implicaría profundizar aún más la fragilidad institucional y financiera. Sería, en la práctica, patear la lata hacia adelante a costa de inflar una burbuja de crédito todavía mayor.
En el corto plazo, sin embargo, lo más probable es un escenario de “stop and go”: bancos centrales forzados a elegir entre controlar la inflación y evitar un daño excesivo al sistema financiero; mercados que alternan fases de pánico y alivio; y una liquidez que, lejos de fluir de forma homogénea, se concentra en pocos activos considerados refugio.
La Reserva Federal, en la frontera entre independencia y presión política
El temblor no viene solo de Tokio. En Washington, la Reserva Federal se encuentra en el centro de un fuego cruzado político y económico. La posible llegada de Kevin Hassett como sucesor de Jerome Powell añade una capa adicional de incertidumbre. Basagoiti califica el relevo potencial como un “asalto directo a la independencia del organismo”, al interpretar que el objetivo de fondo sería garantizar tipos reales cercanos a cero, especialmente en un contexto electoral.
Al mismo tiempo, Moreno recuerda que Donald Trump, de volver al poder, «pondrá toda la carne en el asador» para sostener la actividad económica y el empleo, aunque eso suponga tensar al máximo las costuras institucionales. En otras palabras, la Fed podría verse empujada a priorizar el crecimiento y los mercados por encima del control disciplinado de la inflación y de la estabilidad a largo plazo.
Esta tensión abre un escenario peligroso: una Reserva Federal percibida como brazo político más que como autoridad independiente, lo que podría erosionar la confianza en el dólar como ancla del sistema financiero global. Si a eso se suma el impacto de las decisiones del Banco de Japón y la fragilidad de Europa, el resultado es un cóctel en el que las monedas, los tipos de interés y los flujos de capital pueden volverse mucho más erráticos de lo que los inversores han asumido en la última década.
Europa y el “Brexit 2.0”: del relato de soberanía al coste económico real
Mientras Estados Unidos y Japón reordenan las reglas monetarias del juego, Europa lidia con sus propias sombras. En el Reino Unido, el llamado “Brexit 2.0” no tiene ya nada de épica nacionalista. Se ha pasado de los grandes discursos sobre soberanía y control de fronteras a la fría constatación de pérdidas en competitividad, integración y talento.
Moreno insiste en la factura económica de la salida de la UE: menor atractivo para profesionales altamente cualificados, trabas a la movilidad, fricciones en las cadenas de valor y un deterioro de las capacidades en ámbitos críticos como la defensa y la seguridad. Basagoiti añade otro matiz: la ejecución caótica del proceso ha destruido cualquier beneficio potencial que el proyecto original del Brexit pudiera haber tenido. El país se ha quedado con lo peor de ambos mundos: menos anclaje europeo y ninguna alternativa sólida que compense el aislamiento.
Ese “Brexit 2.0” es, en realidad, una metáfora del dilema europeo: atrapada entre el poder financiero y militar de Estados Unidos, el músculo productivo de Asia y la dependencia energética y de materias primas, la UE tiene cada vez menos margen para imponer su agenda. En un mundo donde la liquidez se encarece y la geopolítica se militariza, la cohesión interna y la pragmática cooperación con Londres dejarán de ser una opción y serán una necesidad.
Ucrania: la guerra como disputa por recursos estratégicos
La última pieza de este puzzle es quizás la más inquietante. La guerra en Ucrania ha dejado de ser únicamente una cuestión de fronteras y soberanía nacional para convertirse en un conflicto por recursos estratégicos. Tierras raras, gas, uranio y otros minerales críticos para la industria tecnológica y energética global están en el centro de la disputa.
Los expertos señalan que, mientras Rusia avanza en el terreno militar y consolida posiciones, Ucrania sufre una combinación letal de debilidad financiera, fractura política y desgaste moral. El apoyo occidental, aunque todavía significativo, es menos sólido y automático que en los primeros compases de la guerra. En este contexto, la promesa de una paz rápida, al estilo “yo arreglo esto en 24 horas” atribuida a Trump, suena profundamente irreal. Moscú no está dispuesta a ceder ni un milímetro de los avances logrados y sabe que el tiempo juega a su favor si Occidente se fragmenta política y económicamente.
Esta prolongación del conflicto tiene implicaciones directas para la inflación, la transición energética y la seguridad de suministros. Cada interrupción en el flujo de gas, cada sanción adicional, cada amenaza sobre las rutas de exportación de materias primas se traduce en mayor volatilidad de precios y en más incertidumbre para los proyectos industriales a largo plazo.
Un nuevo régimen de mercado: menos liquidez, más política y mayores riesgos estructurales
Si se conectan todos estos elementos —el fin del dinero gratis japonés, el colapso parcial del carry trade, la presión política sobre la Fed, el coste del Brexit para el Reino Unido, y la guerra de recursos en Ucrania— el resultado se parece poco al entorno de mercados que ha dominado desde 2008. Estamos pasando, de forma acelerada, de un régimen de liquidez abundante, tipos cero y globalización relativamente estable, a otro de dinero más caro, bloques políticos enfrentados y cadenas de suministro permanentemente tensionadas.
Para los inversores, esto implica aceptar que la volatilidad no será un accidente, sino una característica estructural del nuevo ciclo. Las estrategias apalancadas y dependientes de tipos ultrabajos serán las más expuestas. En cambio, ganarán peso los activos con flujos de caja predecibles, las coberturas frente a riesgo geopolítico y las políticas de gestión de liquidez mucho más conservadoras.
El gran desafío para gobiernos, bancos centrales y empresas será navegar este entorno sin caer ni en el pánico ni en la complacencia. Si la corrección actual se aborda con reformas de fondo, disciplina fiscal y una reconfiguración realista de las relaciones geopolíticas, el sistema podrá absorber el golpe. Si se responde únicamente con más deuda y más dinero barato, la tormenta perfecta que hoy se percibe en los mercados financieros podría convertirse, mañana, en una crisis de confianza mucho más profunda.

