
Se abre una nueva página en la historia de la Iglesia Católica: comienza el cónclave que elegirá al sucesor del papa Francisco. En medio de tensiones internas y una Iglesia profundamente polarizada, las especulaciones se multiplican, con nombres de posibles papas que representan una diversidad geográfica sin precedentes.
Se barajan candidaturas de un estadounidense, tres italianos, un español en misión en Marruecos, un filipino, un francés, un congoleño e incluso un sueco de raíces monásticas. Sin embargo, los observadores más experimentados advierten: nadie sabe realmente quién será el próximo Pontífice.
A partir de las 16:30 hora local, los cardenales menores de 80 años —procedentes de casi dos docenas de países sin representación previa en cónclaves— quedarán completamente aislados para deliberar. Bajo los frescos de Miguel Ángel, sin intérpretes ni discursos públicos, el proceso estará marcado por el voto secreto, la oración y discretas conversaciones.
La posibilidad de una elección en la primera jornada es baja, ya que solo se lleva a cabo una votación inicial este día. Pero si se produjera el milagro del consenso temprano, podría tratarse de un cardenal con gran peso moral entre sus pares o de alguien cuya intervención haya impactado profundamente en las reuniones previas al cónclave.
Aunque, en teoría, cualquier hombre bautizado puede ser elegido papa, en la práctica la elección recaerá casi con certeza entre los cardenales presentes. Se espera la participación de 133 electores, quienes se alojan en la residencia Domus Sanctae Marthae, dentro del Vaticano. La Capilla Sixtina ha sido minuciosamente revisada para impedir cualquier filtración y las ventanas han sido selladas para garantizar la privacidad del proceso.
Durante las votaciones, los cardenales se sentarán a ambos lados de la capilla. Tres de ellos custodiarán las urnas donde se depositan las papeletas. Para mantener el anonimato, los electores son instruidos a disimular su caligrafía. Al final de cada votación, las papeletas se queman junto a sustancias químicas que generan humo: negro si no hay decisión; blanco si se ha alcanzado la mayoría de dos tercios requerida.
Si no se elige a un nuevo papa en tres días, los cardenales podrán hacer una pausa para reflexionar y dialogar informalmente. Si tras 33 votaciones no se logra una mayoría, el reglamento permite una votación final entre los dos candidatos con más apoyos.
Los dos últimos pontífices, Benedicto XVI y Francisco, fueron elegidos en el segundo día de votación, lo que genera expectativas sobre una posible resolución rápida. Sin embargo, la situación actual es distinta: la Iglesia enfrenta divisiones internas, debates sobre el futuro del celibato, el papel de la mujer y la inclusión LGBTQ+, además de la creciente presión externa por reformas estructurales.
El papa Francisco deja tras de sí un legado reformista que ha ampliado el horizonte geográfico de la Iglesia. A lo largo de sus 12 años de pontificado, creó 163 cardenales de casi 80 países, muchos de ellos sin representación previa en el Colegio Cardenalicio. Su visión incluyó a países como Haití, Myanmar, Timor Oriental, Laos, Bangladesh, Lesoto y Suecia, reflejando un esfuerzo por descentralizar el poder eclesiástico.
Mientras tanto, las miradas del mundo se posan sobre la chimenea de la Capilla Sixtina, esperando el momento en que una columna de humo blanco anuncie el “Habemus Papam”. Hasta entonces, lo único cierto es que el futuro de la Iglesia dependerá no solo del nombre que se anuncie desde el balcón de San Pedro, sino del rumbo que ese nuevo pontífice decida tomar en tiempos de incertidumbre global.