Venezuela

Estados Unidos aprieta el bloqueo y Maduro mueve ficha con 99 excarcelados

La liberación de presos en Caracas se cruza con la mayor presión naval estadounidense en décadas y deja a Rusia y China ante el espejo de sus límites

Captura del vídeo de Negocios TV sobre la presión naval y la situación geopolítica en Venezuela.<br>                        <br>                        <br>                        <br>
Rusia y China: la apuesta naval crucial para evitar la guerra en Venezuela, según expertos

La liberación de 99 detenidos en Venezuela no es solo un gesto humanitario de última hora, sino parte de una partida mucho mayor. Mientras portaaviones y destructores estadounidenses patrullan el Caribe bajo una suerte de Doctrina Monroe 2.0, el régimen de Nicolás Maduro intenta exhibir margen político propio en plena asfixia petrolera.
En paralelo, Rusia y China calibran hasta dónde están dispuestas a llegar para proteger un socio clave sin escalar hacia un choque directo con Washington. Por ahora, su apoyo ha sido más tecnológico y financiero que naval, dejando a Caracas a medio camino entre la disuasión y la vulnerabilidad.
La pregunta es evidente: ¿basta con excarcelar a casi un centenar de personas y desplegar misiles de origen ruso para frenar la combinación de sanciones, bloqueo y presión militar de Estados Unidos, o asistimos al preludio de un conflicto mayor en el Caribe?
Las respuestas, de momento, son más inquietantes que tranquilizadoras: el equilibrio regional se sostiene sobre tres portaaviones, varios sistemas de misiles y una narrativa cruzada de “defensa de la soberanía” en la que todos dicen querer evitar la guerra… mientras se preparan para ella.

La jugada de los 99 excarcelados

La excarcelación de 99 detenidos por parte del gobierno de Maduro llega en el momento de mayor presión militar estadounidense en la región desde principios de los 2000. Lejos de ser un gesto aislado, se interpreta como un movimiento táctico para desactivar parte de la narrativa internacional que presenta a Venezuela como un régimen puramente represivo.
En el plano interno, el mensaje es doble: hacia su base, el chavismo intenta demostrar que todavía controla los tiempos y puede modular la mano dura; hacia la oposición, lanza la idea de que cualquier avance en derechos civiles está condicionado a la supervivencia del Gobierno frente a la amenaza externa.

En clave internacional, Caracas busca erosionar el argumento de quienes, en Washington o en algunas capitales europeas, justifican sanciones y presiones adicionales por la “falta total de garantías”. Tras la liberación, el Gobierno podrá exhibir cifras —cerca de un centenar de excarcelados y una reducción del 20% en el número de presos considerados políticos por ONG locales, según fuentes consultadas por Negocios TV— para reclamar alivio parcial de sanciones.

Este hecho revela la naturaleza de la maniobra: no es una apertura estructural del sistema, sino un ajuste quirúrgico diseñado para mejorar la posición negociadora de Maduro mientras la flota estadounidense sigue incrementando su presencia a pocas millas de las costas venezolanas.

Doctrina Monroe 2.0: bloqueo naval y petróleo en el centro

La administración Trump ha convertido el Caribe en escenario visible de una “Doctrina Monroe 2.0” donde el mensaje es inequívoco: ninguna potencia rival tendrá vía libre para consolidar posiciones estratégicas en el continente americano. El bloqueo naval sobre Venezuela, con al menos un portaaviones nuclear, dos buques anfibios y una quincena de escoltas según estimaciones de analistas militares, tiene como objetivo central estrangular el flujo de crudo.

El cálculo en Washington es frío: si las exportaciones venezolanas caen por debajo de los 400.000 barriles diarios —frente a los más de 2 millones de hace una década—, el margen financiero del régimen para comprar lealtades internas, pagar nóminas militares y proyectar poder en la región se reduce drásticamente.

No se trata solo de sanciones económicas sobre papel, sino de interdicción física de barcos y cargamentos, con episodios de incautaciones que expertos como Christian Lamesa comparan ya abiertamente con “piratería de Estado”. La Casa Blanca, sin embargo, presenta la operación como un esfuerzo legítimo para cortar vías de financiación a lo que considera una combinación de narcoestado y régimen ilegítimo.

La consecuencia es clara: el conflicto ha pasado de los despachos del Tesoro y el Departamento de Estado a la línea de flotación del comercio energético en el Caribe.

Rusia y China: apoyo decisivo pero menos visible

En este tablero, el papel de Rusia y China es tan decisivo como ambiguo. Por un lado, expertos como Aníbal González critican que ninguna de las dos potencias haya realizado un despliegue naval contundente en las aguas cercanas a Venezuela que contrarreste visualmente el poderío estadounidense. La ausencia de grandes buques rusos o chinos en la zona alimenta la percepción de que, en última instancia, Moscú y Pekín no están dispuestos a arriesgar una confrontación directa en el hemisferio occidental.

Por otro lado, analistas como Jesús López Almejo subrayan que el apoyo real no se mide solo en barcos. Entregas de equipamiento militar, asistencia en ciberdefensa, asesoría en inteligencia y líneas de crédito en condiciones preferentes han permitido a Caracas mantener operativa su estructura de defensa y su aparato de control interno incluso con una caída del 40% en los ingresos en divisas en los últimos cinco años.

Este hecho revela la naturaleza del vínculo: Rusia y China han convertido a Venezuela en pieza de un tablero global donde el objetivo es demostrar que pueden proteger socios frente a sanciones estadounidenses… siempre que el coste no implique una guerra abierta. El dilema es si este apoyo, esencial pero discreto, será suficiente para contrarrestar un bloqueo naval sostenido en el tiempo.

El escudo de los misiles rusos como disuasión clave

Si la flota estadounidense domina el mar, el régimen venezolano apuesta por disuadir desde tierra. El analista Marcelo Ramírez destaca que la entrega de sistemas de misiles avanzados de origen ruso, tanto antiaéreos como antibuque, constituye hoy el disuasivo más creíble frente a cualquier tentación de ataque quirúrgico o incursión limitada.

Baterías costeras con alcance superior a los 250 kilómetros, sumadas a sistemas de defensa aérea de largo alcance, convierten cualquier operación ofensiva en una aventura de alto riesgo para la Armada y la Fuerza Aérea de Estados Unidos. No se trata de igualar capacidades globales, sino de hacer que el coste político y militar de un ataque sea inaceptablemente alto en términos de bajas y pérdida de material.

La piedra angular del cálculo en Washington pasa por lograr fracturas dentro de las Fuerzas Armadas venezolanas, no por un desembarco masivo. Mientras los sistemas de misiles sigan intactos y bajo mando leal a Maduro, el escenario de invasión terrestre seguirá siendo, como apunta Ramírez, estratégicamente inviable.

Este hecho revela que buena parte de la estabilidad interna del régimen se sostiene hoy sobre baterías rusas apuntando al mar, más que sobre la fortaleza económica de un país empobrecido.

Descompresión controlada: presos liberados y cohesión interna

La liberación de 99 detenidos tiene también una lectura estrictamente doméstica. El chavismo atraviesa un momento delicado: presión económica extrema, malestar social acumulado —con caídas del más del 80% del poder adquisitivo real en una década— y una base militante que soporta el coste reputacional de la represión.

Al ordenar excarcelaciones selectivas, Maduro intenta descomprimir la olla sin ceder el control de la cocina. Los perfiles liberados mezclan activistas, opositores y figuras menores, evitando tocar a dirigentes que podrían convertirse en polos inmediatos de reorganización política. El mensaje hacia los mandos militares es nítido: “no estamos acorralados, seguimos manejando los tiempos”.

Sin embargo, el riesgo es evidente. Si la sociedad percibe estos gestos como meros movimientos cosméticos destinados a ganar oxígeno frente a Estados Unidos, la legitimidad interna puede erosionarse aún más. Y, sin legitimidad, el peso de sostener el régimen recae casi exclusivamente en la estructura de seguridad y en la red de lealtades clientelares, cada vez más cara de mantener con ingresos menguantes.

La excarcelación, en suma, es una herramienta de gestión de presiones, no una apertura democrática. Su éxito se medirá en la capacidad del régimen de evitar fracturas en la élite y en las Fuerzas Armadas en los próximos meses.

El Caribe como tablero de prueba del orden mundial

Más allá del conflicto puntual, lo que ocurre hoy en Venezuela y su entorno naval es un ensayo general del nuevo orden multipolar. Estados Unidos busca demostrar que puede seguir imponiendo líneas rojas en su “patio trasero”; Rusia y China exploran hasta dónde pueden desafiar esa hegemonía sin desencadenar un choque directo; y el resto de la región asiste con inquietud a un pulso que puede desbordar sus fronteras políticas y económicas.

Países dependientes del comercio marítimo y del turismo ven con preocupación el aumento del tráfico militar en rutas clave, mientras sus economías aún se recuperan de crisis previas. Una escalada que derivase en incidentes directos —un abordaje mal gestionado, un dron abatido, un buque dañado— podría traducirse en cierres temporales de puertos, encarecimiento del seguro marítimo y fuga de capitales hacia activos considerados más seguros.

Este hecho revela que la crisis venezolana ha dejado de ser un problema “local”. Se ha convertido en un laboratorio de la rivalidad estratégica global, donde se cruzan energía, seguridad, rutas marítimas y control de recursos. El desenlace marcará no solo el futuro de Caracas, sino el tipo de reglas no escritas que regirán la interacción entre grandes potencias en escenarios sensibles.

¿Qué puede pasar ahora?

Los escenarios que se abren para los próximos meses combinan continuidad de la presión con episodios de aparente distensión. Es razonable esperar que Estados Unidos mantenga e incluso incremente su presencia naval, mientras explora nuevas sanciones financieras selectivas. A la vez, es probable que se abran canales discretos de negociación para pactar mínimos humanitarios, intercambios de prisioneros o garantías sobre el flujo de crudo hacia terceros países.

Rusia y China, por su parte, deberán decidir si dan un paso más visible —por ejemplo, con visitas de buques insignia o ejercicios conjuntos simbólicos— o si continúan en un perfil bajo de apoyo técnico y económico. Caracas presionará para lo primero; Washington calibrará cada gesto como una prueba de fuerzas en su zona de influencia histórica.

En el interior de Venezuela, la clave será si la combinación de excarcelaciones, misiles rusos y retórica antiimperialista consigue sostener la cohesión de las élites o si, por el contrario, la presión externa y la pobreza interna terminan abriendo grietas en el bloque de poder.

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