Oro: así comienza un nuevo ciclo para proteger tu patrimonio con fuerza
Gustavo Martínez analiza la inesperada y poderosa recuperación del oro en 2025, explicando por qué este metal sigue siendo un refugio esencial ante la inflación, un sistema monetario presionado y la incertidumbre global. Se profundiza en la escasez estructural del oro, el rol de los ETFs y el inicio del tercer gran ciclo alcista.
El oro ha vuelto al centro del escenario. En un momento en el que muchos daban por hecho que el relato financiero lo dominarían para siempre los criptoactivos, Gustavo Martínez, economista y analista de mercados, advierte de un giro de calado: el capital está saliendo de bitcoin y volviendo al metal precioso. No como un simple rebote táctico, sino como síntoma de algo más profundo: un sistema monetario en crisis y unos inversores que buscan, de nuevo, un refugio que no dependa de la fe en los bancos centrales.
La subida del oro en 2025, en torno al 55 %, puede parecer espectacular, pero Martínez pone el dato en contexto para desmontar la idea de “exageración”: entre 1971 y 1980 el oro se multiplicó por 26, y entre 2000 y 2012 por 7. Si se miran esos precedentes, sostiene, el movimiento actual sería solo el principio de un nuevo gran ciclo alcista. Lo que lo hace distinto, añade, es que ahora confluyen varios factores a la vez: un dólar debilitado, tensiones geopolíticas crecientes y una demanda récord de bancos centrales que acumulan oro como seguro frente a un futuro cada vez más incierto.
En su diagnóstico, la inflación ocupa un lugar central. Martínez la define sin rodeos como “un robo silencioso”: una forma de transferir riqueza desde los ahorradores hacia Estados y deudores a través de la pérdida progresiva de poder adquisitivo. El problema, insiste, no es solo coyuntural, sino de diseño: el sistema monetario actual, basado en dinero fiduciario creado a golpe de deuda, facilita esa erosión constante del ahorro. De ahí que el oro vuelva a verse no solo como una inversión más, sino como un escudo frente a lo que considera una dinámica profundamente desigual.
La perspectiva de oferta futura refuerza ese argumento. Según los cálculos que maneja Martínez, la producción mundial de oro podría tocar techo y empezar a declinar de forma irreversible en un plazo de 12 a 15 años. No significa que el metal “desaparezca”, pero sí que cada nuevo lingote será más difícil y caro de extraer. En un contexto de alta demanda estructural —bancos centrales, inversores institucionales y particulares— esa escasez relativa actúa como una palanca adicional para el precio. “Estamos mucho más cerca del fin del gran ciclo minero del oro de lo que se quiere reconocer”, alerta.
El comportamiento del mercado financiero también está cambiando a gran velocidad. La exposición al oro vía ETFs en Estados Unidos se ha duplicado en apenas doce meses, reflejando una entrada masiva de capital. Sin embargo, menos del 2 % de los gestores profesionales incluyen el metal en sus carteras de forma significativa, un dato que Martínez considera casi incomprensible. Para él, es una de las grandes paradojas del momento: mientras el dinero institucional empieza a girar hacia el oro, una parte importante de la industria de gestión sigue centrada en activos cuya capacidad de protección frente a la inflación y la deuda masiva es mucho menor.
La consecuencia de este divorcio entre realidad y posicionamiento es clara en su lectura: muchos gestores están infraponderando precisamente el activo que podría funcionar como red de seguridad en un escenario de corrección más severa de los mercados financieros. Por eso sostiene que estamos ya inmersos en el “tercer gran ciclo alcista del oro”, heredero directo de los de 1971–1980 y 2000–2012, pero con un telón de fondo de deuda global, déficits crónicos y tensiones geopolíticas sin precedentes en décadas.
En este contexto, la pregunta para el inversor no es tanto si el oro está caro hoy, sino qué papel quiere que juegue en la protección de su patrimonio a largo plazo. Martínez lo formula de manera tajante: en un mundo donde la inflación corroe el ahorro, las divisas se deprecian y los bancos centrales recurren una y otra vez a la expansión monetaria, el oro sigue siendo el único activo que ha protegido riqueza durante siglos sin depender de la promesa de ningún gobierno.
No se trata, insiste, de abandonar otros activos ni de caer en discursos apocalípticos, pero sí de asumir que el ciclo actual no es uno más. El repunte del metal precioso sería la señal de que el sistema ha entrado en una fase en la que la confianza en el dinero fiat ya no se puede dar por sentada. Y para quienes no quieran descubrirlo demasiado tarde, el momento de replantear la estrategia —y de mirar al oro con otros ojos— es ahora.
