3I/ATLAS, el hallazgo que sacude el espacio cercano: oculto tras un velo de polvo
El objeto interestelar muestra jets sincronizados y una enigmática “cortina” de polvo que alimentan la hipótesis de maniobras controladas y dividen a la comunidad científica
El paso del cometa interestelar 3I/ATLAS por las cercanías de la Tierra en diciembre de 2025 ha dejado de ser un hito más en la breve historia de visitantes de fuera del sistema solar. Lo que empezó como una observación rutinaria se ha convertido en un expediente incómodo para la astrofísica clásica: jets de gas que oscilan con una precisión inusual, un posible enjambre de objetos orbitando de forma coordinada el núcleo y una trayectoria hacia Júpiter afinada al milímetro. Sobre esa base, el astrofísico de Harvard Avi Loeb ha dado un paso más: plantea que podríamos estar ante un artefacto tecnológico, una especie de nave nodriza en tránsito hacia el gigante gaseoso. Mientras la mayoría de expertos pide prudencia y recuerda que todo lo observado encaja, con esfuerzo, en la física de los cometas, el caso 3I/ATLAS ya ha abierto un debate incómodo sobre hasta dónde estamos dispuestos a llevar la imaginación… y el método científico.
Un visitante interestelar que no encaja en los manuales
3I/ATLAS es solo el tercer objeto interestelar detectado atravesando nuestro sistema, tras ‘Oumuamua (2017) y 2I/Borisov (2019). Descubierto en julio de 2025 por el programa ATLAS, en Chile, parecía al principio seguir el guion de un cometa “de libro”: núcleo helado, coma, cola y pérdida de masa al acercarse al Sol.
Sin embargo, la historia cambió cuando los telescopios empezaron a resolver detalles finos de su actividad. Las imágenes mostraron una anti-cola —un chorro de material apuntando hacia el Sol, en lugar de alejarse de él—, larga, estrecha y extraordinariamente colimada, algo poco habitual incluso en cometas de la casa. Observaciones continuadas desde Tenerife y otros observatorios revelaron además variaciones periódicas en el brillo y en la orientación de ese jet, asociadas a la rotación del núcleo, que sugerían una geometría especialmente ordenada.
Sobre este escenario se proyectan ahora nuevas capas de anomalía: estructuras puntuales que parecen moverse de forma coordinada alrededor del núcleo y patrones de emisión que no encajan del todo con los modelos de fragmentación natural. Lo que podría haber sido “simplemente” el cometa interestelar mejor estudiado hasta la fecha ha pasado a verse como un posible rompehielos de la frontera entre lo natural y lo artificial.
El enjambre sincronizado y el jet que late cada 17 horas
El momento de máxima aproximación a la Tierra, en diciembre de 2025, permitió observaciones con una resolución sin precedentes. Equipos que trabajan con telescopios de alta precisión —incluidos instrumentos en órbita como NEOSSat y, en fechas posteriores, el Hubble y el James Webb— han descrito la presencia de un conjunto de objetos que giran de forma sincronizada en torno al núcleo y de un chorro que se enciende y apaga con una regularidad difícil de ignorar.
Según estos análisis, el jet principal presenta un comportamiento periódico en torno a las 17 horas, algo que recuerda más a un sistema “reglado” que al caos habitual de la desgasificación cometaria. Los modelos clásicos permiten explicar jets que se encienden y se apagan al rotar un núcleo irregular, salpicado de zonas activas; pero la combinación de periodicidad tan estable, geometría de la anti-cola y posible enjambre de fragmentos coordinados ha llevado a varios equipos a admitir, al menos, que el caso 3I/ATLAS se resiste a la clasificación fácil.
Intentar reducir todo a una simple fragmentación natural del núcleo empieza a sonar corto para algunos investigadores. Cada nueva imagen añade matices: un jet que parece pivotar con precisión, estructuras que persisten donde se esperaría ruido, una coreografía demasiado ordenada para un trozo de hielo sucio vagando al azar desde otra estrella.
La maniobra “quirúrgica” hacia Júpiter
En este contexto irrumpe la hipótesis más polémica: la de una maniobra controlada. Loeb ha defendido en varios ensayos que la trayectoria de 3I/ATLAS hacia la región de influencia de Júpiter no solo es compatible con una órbita natural, sino que presenta un grado de ajuste que califica de “precisión quirúrgica”. Según sus cálculos, el objeto pasará en marzo de 2026 prácticamente por la zona en la que el campo gravitatorio de Júpiter se impone al del Sol, un corredor ideal para desplegar sondas o aprovechar asistencia gravitatoria.
Sobre esa base, Loeb propone un escenario audaz: 3I/ATLAS no sería solo un cometa, sino un artefacto tecnológico, tal vez una nave nodriza interestelar que utiliza el polvo y el gas como sistema de propulsión o camuflaje. En su propia escala de clasificación, concede a la hipótesis artificial un “4 sobre 10”: mayoritariamente natural, con anomalías que merecen atención.
La comunidad, en su mayoría, reacciona con cautela. Varios astrónomos recuerdan que los cometas pueden mostrar aceleraciones no gravitatorias explicables por chorros de gas mal distribuidos, y que las trayectorias aparentemente “afinadas” pueden ser el resultado de millones de años de azar cósmico. Pero incluso quienes discrepan agradecen, en privado, que alguien ponga sobre la mesa un experimento mental tan extremo: ¿y si, alguna vez, un objeto así no fuera natural?
La “cortina” de polvo que oculta el núcleo
En su ensayo más reciente, “3I/ATLAS is Hiding Behind a Veil of Dust”, Loeb centra el foco en la física del polvo. A partir de la longitud del jet y de la velocidad que alcanzan sus partículas, estima que la anti-cola está dominada por granos de alrededor de 10 micras de radio, mucho más grandes que el polvo típico que dispersa la luz solar con máxima eficiencia. Con esa premisa, calcula la densidad de gas necesaria para acelerarlos y deduce una expresión para la probabilidad de que la luz solar sea dispersada antes de llegar al núcleo.
El resultado clave es que la probabilidad de dispersión, P, resulta ser del orden de la unidad en la región cercana al núcleo. Traducido: el objeto se sitúa justo en el borde entre ser ópticamente transparente u opaco a la luz del Sol. Para un cometa natural, eso implicaría un límite mínimo en el radio del núcleo, de aproximadamente 1 kilómetro, por debajo del cual la propia nube de polvo bloquearía la radiación que alimenta la desgasificación.
Lo interesante es el giro especulativo que añade Loeb: si, en lugar de un núcleo helado natural, lo que hubiera bajo esa nube fuese un objeto tecnológico que busca protegerse del Sol, entonces un entorno con P>1 sería precisamente deseable, una “manta protectora” diseñada para absorber y desviar la radiación. En ese caso, el núcleo real podría ser más pequeño —por debajo de 0,7 kilómetros de radio— y aun así permanecer invisible para cualquier cámara externa.
De un modo u otro, la conclusión observacional es la misma: 3I/ATLAS se esconde tras un velo de polvo que hace extremadamente difícil ver qué hay dentro. La frontera entre un “cometa extremo” y un “artefacto camuflado” se vuelve, desde el punto de vista de los datos, peligrosamente difusa.
Lo que dice la mayoría: un cometa raro, pero cometa
Frente a este relato casi de ciencia ficción, la posición mayoritaria en la comunidad científica sigue siendo mucho más sobria. Observatorios terrestres y espaciales han detectado en 3I/ATLAS moléculas típicas de cometas, como agua, metanol o cianuro de hidrógeno, y una relación polvo-gas similar a la que se observa en otros cuerpos helados de nuestra galaxia. Los modelos que combinan rotación rápida, núcleos irregulares y chorros localizados permiten reproducir, con cierta dificultad, buena parte de las características de la anti-cola y de su oscilación.
Voces críticas con Loeb recuerdan que 3I/ATLAS “tiene la coma de un cometa, el polvo de un cometa y ahora también el agua de un cometa”, y se preguntan qué nivel de coincidencia hace falta para aceptar que algo que parece un pato… es un pato, y no un robot disfrazado. Otros alertan de que el foco mediático en la posibilidad de una nave alienígena ha eclipsado el verdadero logro: disponer, por primera vez, de un laboratorio natural para estudiar en detalle la composición de los cuerpos interestelares.
El contraste es inequívoco: mientras la ciencia acumulativa avanza a base de pequeños ajustes de modelos, titulares y redes sociales se quedan con la posibilidad más extrema. Y 3I/ATLAS, en pleno auge del clickbait espacial, se ha convertido en el campo de batalla ideal.
Cuando la ciencia protege preguntas, no respuestas
Más allá de los datos, el caso ha cristalizado en torno a la figura de Loeb. En el propio ensayo sobre el “velo de polvo”, el astrofísico incluye una carta de un lector que le agradece haber demostrado que “la ciencia no va de defender respuestas, sino de proteger preguntas”. La misiva cita a Václav Havel —“mantén la compañía de quienes buscan la verdad; huye de quienes dicen haberla encontrado”— y recuerda una idea atribuida a Anna Freud: “para ser un verdadero científico hay que amar la verdad por encima de la incomodidad de enfrentarse a hechos desagradables”.
Ese enfoque, que muchos jóvenes investigadores encuentran inspirador, tiene también su lado delicado. Llevar al público general hipótesis de tecnologías extraterrestres sin un respaldo estadístico sólido puede alimentar narrativas conspirativas, sobre todo en un entorno dominado por plataformas que premian lo extraordinario frente a lo verificado. El propio recorrido mediático de 3I/ATLAS —con picos de interés disparados por vídeos virales y parones de comunicación institucional durante el cierre de la administración estadounidense— ilustra hasta qué punto la línea entre divulgación valiente y espectáculo puede borrarse con facilidad.
El dilema está servido: ¿es preferible pecar de prudente y arriesgarse a pasar por alto una señal real… o explorar públicamente las posibilidades más extremas asumiendo el coste de alimentar falsas expectativas?
Un banco de pruebas para defensa planetaria y exploración
Al margen del debate sobre lo artificial, 3I/ATLAS está obligando a revisar modelos clave de defensa planetaria y dinámica interplanetaria. Su combinación de órbita hiperbólica, alta velocidad de paso, emisión de jets complejos y aproximación posterior a Júpiter la convierte en un caso de estudio sobre la interacción entre objetos interestelares y grandes cuerpos del sistema solar.
Para las agencias espaciales, el objeto funciona como un simulacro a escala real: ¿qué pasaría si algún día detectáramos un cuerpo mucho más masivo, en trayectoria de impacto con la Tierra, procedente del espacio interestelar? ¿Hasta qué punto se pueden extrapolar a estos visitantes las estrategias de desvío ensayadas con asteroides del cinturón principal? La física de los jets, de la pérdida de masa y de la estructura interna cobra, de pronto, relevancia estratégica.
Además, la posible utilización de la gravedad de Júpiter por parte de 3I/ATLAS —sea azar o diseño— conecta con el propio lenguaje de la exploración humana: desde las Voyager hasta las misiones a Júpiter y Saturno, las asistencias gravitatorias han sido la herramienta básica para ir más allá con menos combustible. Estudiar con precisión cómo un objeto interestelar “negocia” su paso por el pozo gravitatorio del gigante gaseoso no es solo una curiosidad: puede ayudar a optimizar las rutas de futuras sondas hacia el espacio profundo.
Qué puede pasar en marzo de 2026
El próximo gran hito en la trayectoria de 3I/ATLAS está marcado en el calendario: marzo de 2026, cuando el objeto entre en la región dominada por Júpiter. Si, como sugiere Loeb, estamos ante un artefacto con algún tipo de propulsión o maniobra deliberada, este sería un momento lógico para detectar cambios anómalos en su aceleración, liberación de posibles sondas o variaciones estructuradas en los jets. Varias misiones, incluida la sonda Juno y otros instrumentos en órbita solar, se han señalado como posibles testigos indirectos de cualquier comportamiento fuera de lo esperable.
El escenario más probable, según la mayoría de modelos, es mucho más mundano: 3I/ATLAS seguirá comportándose como un cometa exótico, perderá parte de su masa al pasar por el entorno joviano, y acabará desvaneciéndose en la oscuridad interestelar dejando tras de sí una montaña de datos y algunas lecciones sobre cómo comunicar ciencia en la era de la viralidad. Si, además, no se detecta ninguna señal inequívoca de ingeniería, el caso servirá de vacuna frente a futuros entusiasmos desmedidos.
Pero la posibilidad, por pequeña que sea, de que el objeto esconda algo más seguirá flotando en el ambiente. Y quizá ahí resida su legado más duradero: recordarnos que, en el cruce entre rigor y asombro, la ciencia avanza precisamente cuando se atreve a mirar dos veces a aquello que no encaja del todo.