3i/ATLAS: Trump firma histórica orden ejecutiva para garantizar el dominio espacial estadounidense

Trump reescribe la carrera espacial: base lunar nuclear para 2030 y 50.000 millones para dominar la órbita

Fotografía que muestra la superficie lunar con un fondo estrellado, ilustrando la apuesta estadounidense por la exploración lunar y bases permanentes.<br>                        <br>                        <br>                        <br>
Superficie lunar

En un movimiento que ha captado la atención a nivel global, el presidente Donald Trump ha firmado una orden ejecutiva que redefine la estrategia espacial estadounidense. La iniciativa no solo marca un giro en la política de exploración y utilización del espacio, sino que también busca consolidar a Estados Unidos como actor indiscutible en la órbita terrestre, la Luna y más allá. Las implicaciones geopolíticas, tecnológicas y económicas son profundas y abren un nuevo capítulo en la competencia por el dominio del espacio.

Una apuesta sin precedentes por la supremacía espacial

La orden fija objetivos ambiciosos y con fechas muy concretas. Por un lado, regresar astronautas a la Luna antes de 2028, dentro del marco del programa Artemis, que ya concentraba enormes expectativas. Por otro, dar un salto cualitativo: desplegar una base lunar permanente para el año 2030, equipada con sistemas de energía nuclear en la superficie.

Este último punto es especialmente relevante. Apostar por energía nuclear en la Luna implica dotar a la futura base de autonomía y potencia de larga duración en un entorno extremadamente hostil, lo que supondría una ventaja estratégica y operativa frente a cualquier otro actor espacial. No se trata solo de explorar, sino de asentarse con vocación de permanencia.

En paralelo, la Casa Blanca enmarca todo este despliegue en clave de seguridad nacional. El espacio deja de ser únicamente un laboratorio científico o un símbolo de prestigio para convertirse en un dominio crítico, equiparable al ciberespacio o a los grandes océanos, donde la superioridad tecnológica y operativa se considera vital para la defensa y la economía estadounidense.

El empuje del sector privado y el relevo de la Estación Espacial Internacional

La orden ejecutiva también pone el foco en el músculo privado. Se prevé movilizar 50.000 millones de dólares para atraer inversión y acelerar el desarrollo de estaciones espaciales comerciales que tomen el relevo de la Estación Espacial Internacional (ISS). La lógica es clara: si el futuro del espacio pasa por una presencia sostenida, las empresas deben ser protagonistas tanto en la infraestructura como en los servicios en órbita.

Este giro abre interrogantes sobre el futuro de la cooperación internacional en el espacio. La ISS ha sido durante décadas el gran símbolo del trabajo conjunto entre potencias. El modelo que impulsa Trump, en cambio, se orienta más hacia una “constelación” de activos comerciales bajo liderazgo estadounidense, donde lo estratégico y lo empresarial se entrelazan como nunca.

Implicaciones geopolíticas y retos de la nueva doctrina espacial

El despliegue de bases lunares y sistemas de energía nuclear fuera de la Tierra plantea, inevitablemente, preguntas sobre seguridad, regulación internacional y gobernanza del espacio. ¿Cómo se encaja esta estrategia en los tratados vigentes? ¿Hasta qué punto puede tensar las relaciones con otras potencias que también aspiran a una presencia estable en la Luna, como China o Rusia?

A ello se suman los desafíos tecnológicos y económicos. Alcanzar una base operativa para 2030 exige avances rápidos en propulsión, habitabilidad, protección frente a la radiación, logística de suministros y gestión de residuos, todo ello con un calendario muy exigente. El coste político de retrasos o contratiempos también podría ser elevado.

Trump, sin embargo, defiende la orden como una apuesta imprescindible para proteger los “intereses económicos y de seguridad vitales” de Estados Unidos y cimentar lo que denomina “una nueva era espacial”, en la que la Luna funcione como plataforma para futuras misiones más allá, incluida Marte.

¿Nueva era de cooperación… o nueva carrera espacial?

La gran incógnita es cómo responderán el resto de potencias. Mientras Estados Unidos refuerza su dominio con una hoja de ruta explícitamente ambiciosa, China, Rusia y la Unión Europea también avanzan en sus propios programas de exploración y presencia lunar. La balanza entre cooperación multilateral y carrera competitiva vuelve a inclinarse peligrosamente hacia la segunda.

En el corto plazo, la orden ejecutiva reaviva el entusiasmo por la exploración espacial y alimenta una narrativa de liderazgo tecnológico estadounidense. En el largo plazo, obliga a plantear debates de fondo: quién controla qué en el espacio, bajo qué reglas y con qué límites éticos. Lo que hoy se presenta como un gran salto hacia la Luna podría ser, con el tiempo, el punto de partida de una reconfiguración profunda del orden espacial internacional.

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