Meta sacude Wall Street con la compra de la china Manus
Meta ha decidido empezar 2026 enseñando músculo. La compañía de Mark Zuckerberg ultima la compra de Manus, una ‘startup’ china especializada en agentes generales de inteligencia artificial capaz de ejecutar de forma autónoma tareas complejas como investigación de mercados, programación o análisis de datos. Aunque el gigante de Menlo Park no ha revelado el precio, distintas filtraciones sitúan la operación entre 2.000 y 3.000 millones de dólares, una cifra que la coloca en la primera línea de las grandes apuestas estratégicas de la compañía.
La jugada llega en un momento en el que los mercados viven una transición delicada: el dólar se encamina a su mayor caída anual en ocho años, el yuan chino rompe niveles psicológicos clave y los bancos centrales siguen reescribiendo el mapa monetario para 2026. En paralelo, la FDA prepara una nueva batería de decisiones en biotecnología tras un año de récord en terapias avanzadas.
El diagnóstico es claro: mientras el dinero barato se agota, las grandes tecnológicas aceleran para asegurarse posiciones dominantes en los segmentos más prometedores de la IA. Y Meta, que llegó tarde al ‘boom’ inicial de los modelos fundacionales, quiere que Manus sea su atajo.
Meta redobla su apuesta por los agentes de IA
En su comunicado, Meta define Manus como uno de los desarrolladores de “agentes generales autónomos líder del mercado”, capaces de ejecutar cadenas de tareas complejas sin supervisión humana continua: desde diseñar una estrategia de marketing hasta construir código funcional o levantar y gestionar entornos de análisis de datos.
Lejos de integrar la tecnología y desmantelar el producto –una práctica habitual en Silicon Valley–, Meta adelanta que seguirá operando y vendiendo el servicio Manus, al tiempo que lo inyecta en su ecosistema de productos, incluida Meta AI, su asistente de nueva generación. El mensaje al mercado es doble: por un lado, reforzar la narrativa de servicio a empresas; por otro, mostrar que la compañía no se resigna a ser un actor secundario frente a OpenAI, Google o Anthropic.
Según la propia compañía, Manus ha lanzado este año su primer Agente General de IA, que ya ha gestionado más de 147 billones de tokens y levantado más de 80 millones de “ordenadores virtuales” para ejecutar procesos. En la práctica, esto significa capacidad para desplegar miles de entornos de trabajo aislados, simultáneos y automatizados. El objetivo declarado de Meta es escalar este servicio “a muchas más empresas” y convertirlo en una pieza clave de su oferta tanto para consumidores como para clientes corporativos.
“Estamos encantados de dar la bienvenida al equipo de Manus y de utilizar su tecnología para mejorar la vida de miles de millones de personas y millones de empresas”, subraya el comunicado. La ambición no puede ser más explícita.
Qué es Manus y por qué vale hasta 3.000 millones
Más allá del titular, la pregunta de fondo es qué justifica una valoración de entre 2.000 y 3.000 millones de dólares para una compañía tan joven. La respuesta está en la arquitectura que Manus ha construido alrededor de sus agentes de IA. No se trata solo de un modelo que responde a preguntas, sino de un sistema que planifica, ejecuta y supervisa cadenas de acciones conectadas a datos reales, herramientas externas y entornos de computación efímeros.
La cifra de 80 millones de “ordenadores virtuales” creados es reveladora: cada uno de ellos puede entenderse como una sesión de trabajo especializada, configurada para una tarea concreta —por ejemplo, analizar un mercado, auditar un código legado o depurar una base de datos— y desechada una vez completada. Este enfoque encaja con la visión de Meta de convertir la IA en una infraestructura horizontal, integrada en todas sus plataformas y productos.
El otro factor clave es el talento. Meta subraya que “el excepcional talento de Manus se incorporará al equipo de Meta”, un eufemismo habitual para describir operaciones en las que el principal activo son los ingenieros y científicos de datos. En un mercado donde los perfiles de alto nivel en IA generativa pueden superar el millón de dólares anuales en coste total, adquirir en bloque un equipo especializado supone un atajo frente a la contratación fragmentada y lenta.
Este hecho revela además la creciente dependencia de Occidente respecto a la innovación en IA procedente de Asia, especialmente en ámbitos como la automatización de procesos complejos y la optimización del uso de recursos computacionales.
La guerra de los gigantes: presión sobre Google, OpenAI y el resto
La compra de Manus se enmarca en una batalla cada vez más agresiva entre los grandes actores de la IA. Microsoft sigue apoyando a OpenAI con inversiones multimillonarias, Google consolida Gemini como núcleo de su estrategia y Apple prepara movimientos más discretos pero no menos relevantes en la integración de la IA en sus dispositivos.
Meta se juega mucho más que una mejora incremental de sus productos. Con esta operación, la compañía envía una señal clara a inversores y reguladores: quiere liderar la transición hacia agentes generales capaces de operar de extremo a extremo, no quedarse en chatbots conversacionales. Si estos agentes demuestran ser capaces de asumir tareas completas de consultoría, programación o análisis, la disrupción para sectores intensivos en talento cualificado puede ser profunda.
Lo más grave, desde la óptica de la competencia, es el riesgo de concentración extrema de capacidades en un puñado de plataformas globales. Cada gran adquisición reduce el espacio para que actores independientes construyan alternativas, y aumenta la probabilidad de que los datos, los modelos y los canales de distribución queden bajo control de tres o cuatro compañías. La consecuencia es clara: la próxima batalla regulatoria en Bruselas y Washington no será solo por la privacidad o la moderación de contenidos, sino por el control de la infraestructura de agentes de IA que operarán en empresas y administraciones.
Un dólar en su peor año desde 2017 y un yuan al alza
Mientras Meta mueve ficha, el telón de fondo financiero también cambia de forma significativa. El índice dólar (DXY) se encamina a una caída anual del 9,6%, su peor registro desde 2017, lastrado por las expectativas de más recortes de tipos por parte de la Reserva Federal en 2026, el estrechamiento de diferenciales frente a otras divisas y las dudas sobre el déficit y la estabilidad política en Estados Unidos.
El euro se mueve en torno a 1,1767 dólares, con una revalorización anual cercana al 14%, mientras la libra roza los 1,3508 dólares, tras ganar alrededor de un 8% en 2025. La consecuencia inmediata es una presión adicional sobre los márgenes de las multinacionales estadounidenses con ingresos en otras divisas y costes en dólares, pero también un alivio relativo para los países endeudados en moneda estadounidense.
El contraste con China resulta demoledor. El yuan onshore ha roto a la baja el umbral psicológico de 7 por dólar, para situarse en torno a 6,9951, su nivel más fuerte desde mayo de 2023. En lo que va de año, se ha apreciado alrededor de un 5% frente a un billete verde debilitado. Pese a los intentos del Banco Popular de China por moderar el movimiento —con guías diarias más débiles y advertencias en prensa oficial—, los flujos de fin de año y las ventas de dólares por parte de exportadores han consolidado la tendencia.
Para tecnológicas como Meta, que monetizan en múltiples divisas pero informan en dólares, este escenario supone un doble reto: gestionar la volatilidad cambiaria y, al mismo tiempo, justificar grandes desembolsos en adquisiciones estratégicas.
Mercados en modo prudente: banca irlandesa y operaciones tácticas
En paralelo a los grandes titulares tecnológicos, la microcirugía diaria de los mercados sigue su curso. El último ejemplo lo proporciona Permanent TSB Group Holdings, el banco irlandés que protagoniza un formulario 38.5(a) ante el Panel de Adquisiciones de Irlanda, desvelado por la London Stock Exchange.
El documento detalla las operaciones de Goldman Sachs International como operador principal exento, actuando en calidad de intermediario reconocido. Entre las transacciones figuran pequeñas compras de 876 acciones a un precio de 2,8593 euros, así como distintas maniobras con CFD (contratos por diferencias) que abren o aumentan posiciones largas y cortas sobre el valor, con rangos de precios entre 2,8668 y 2,88 euros.
A primera vista puede parecer un mero apunte técnico. Sin embargo, ilustra bien el nivel de prudencia y tácticas de cobertura que domina la operativa de final de año. En un entorno donde los bancos europeos siguen bajo vigilancia regulatoria y las operaciones corporativas pueden reactivarse en 2026, las grandes casas como Goldman Sachs ajustan al milímetro su exposición. El diagnóstico es inequívoco: la liquidez existe, pero se dosifica y se protege, especialmente en entidades de tamaño medio y mercados periféricos como el irlandés.
Biotecnología y FDA: un comienzo de 2026 cargado de riesgos
Otro frente clave para los inversores en 2026 será la biotecnología. Tras un diciembre plagado de “primeras veces” regulatorias en Estados Unidos, la FDA encara enero con una agenda cargada de decisiones que pueden disparar o hundir compañías en cuestión de horas.
En las últimas semanas, el regulador estadounidense ha dado luz verde a terapias tan disruptivas como Breyanzi (Bristol Myers Squibb), primer tratamiento CAR-T para linfoma de zona marginal; Omisirge (Gamida Cell), pionera en trasplante de células madre hematopoyéticas para anemia aplásica severa; y Waskyra, la primera terapia génica celular para el síndrome de Wiskott-Aldrich presentada por una entidad sin ánimo de lucro.
En lo que va de 2025, 44 nuevos medicamentos han recibido aprobación, frente a 50 del año anterior, una ligera moderación que no impide que el sector siga siendo uno de los más volátiles. “El calendario de enero será determinante para valorar si el ritmo de aprobaciones se normaliza o si estamos ante un nuevo ciclo de aceleración en terapias avanzadas”, señalan analistas del sector.
Para fondos especializados y pequeños inversores, la combinación de tipos de interés aún relativamente altos, plazos largos de desarrollo y alto riesgo regulatorio dibuja un escenario en el que elegir bien el ‘timing’ puede marcar la diferencia entre multiplicar por dos una inversión o perderla casi por completo.
Con todos estos vectores en juego, el movimiento de Meta sobre Manus es algo más que una gran operación corporativa. Es un síntoma de hacia dónde se dirige el capital en un año en el que el dólar se debilita, el yuan gana peso y los reguladores, desde la Fed hasta la FDA, pasando por los supervisores europeos de competencia, empiezan a calibrar el impacto de la IA en la economía real.
A corto plazo, los analistas valorarán tres factores: el precio final de la operación, el grado de integración de Manus en la arquitectura de Meta AI y la respuesta del resto de gigantes tecnológicos. Si la adquisición se cierra en la parte alta del rango estimado —cerca de los 3.000 millones de dólares—, el listón quedará aún más alto para futuras compras de talento y tecnología en IA.
A medio plazo, la cuestión es quién pagará la factura de esta carrera. Las empresas que adopten agentes generales para automatizar procesos pueden ver mejoras de productividad significativas, pero también asumir riesgos de dependencia tecnológica y vulnerabilidades en seguridad y protección de datos. Los reguladores, por su parte, tendrán que decidir si tratan estas plataformas como simples herramientas de software o como infraestructuras críticas que requieren un nivel de supervisión equiparable al de la banca o la energía.
Lo único seguro es que la combinación de grandes apuestas en IA, divisas en movimiento y decisiones regulatorias de alto impacto convertirá el arranque de 2026 en un terreno especialmente exigente para inversores, empresas y gobiernos. En ese tablero, la compra de Manus por Meta es solo la primera ficha en caer.
