En Chequers, Keir Starmer busca aprovechar la visita de Donald Trump para reforzar alianzas estratégicas
El lunes 18 de septiembre de 2025 será recordado en el Reino Unido como el día en que la pompa del protocolo y la magnitud de la política internacional convergieron en la residencia de Chequers. Tras un recibimiento real cargado de simbolismo, el primer ministro Keir Starmer dio la bienvenida al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en su residencia campestre con la mirada puesta en la inversión, la seguridad global y la necesidad de proyectar estabilidad frente a un electorado global cada vez más polarizado.
La visita de Estado de Donald Trump al Reino Unido —la segunda que concede la monarquía británica a un presidente estadounidense— ha resultado ser mucho más que una cuestión de protocolo. En Chequers, residencia oficial del Primer Ministro en el corazón de Buckinghamshire, Keir Starmer ha asumido el reto de convertir este momento de brillo diplomático en una plataforma para avanzar en objetivos estratégicos al mismo tiempo que responde a críticas domésticas.
El trasfondo de esta jornada política incluye, en primer lugar, un compromiso de inversión récord: £150 mil millones provenientes de empresas estadounidenses como Blackstone, Prologis y Palantir, destinados principalmente a los sectores de ciencia de la vida, tecnologías limpias e infraestructuras clave. Starmer ha destacado que estos fondos no son sólo un impulso económico, sino parte de una estrategia más amplia de regeneración y proyección del Reino Unido como destino seguro para capital extranjero.
Pero este encuentro no se reduce al terreno económico. Bajo la apariencia de ornamentos reales y honores protocolarios celebrados en Windsor con la familia real —el rey Carlos III y la reina Camila— Trump y Starmer se preparan para diálogos difíciles en Chequers. En el centro de ellos: la guerra en Ucrania, la política hacia Israel y los retos que plantean los conflictos internacionales actuales, incluidos los efectos diplomáticos que resurgen del caso Jeffrey Epstein, un tema que previamente costó el puesto al embajador británico Peter Mandelson.
Las protestas han sido inevitables: miles de personas se han manifestado en Londres y en torno a los actos oficiales, denunciando lo que consideran una acogida demasiado favorable hacia Trump, cuestionadas asociaciones pasadas y políticas exteriores polémicas.Frente a ello, el Gobierno de Starmer se esfuerza por equilibrar. Su apuesta es clara: presentar esta visita no como un espectáculo, sino como un punto de inflexión que refuerza la “relación especial” anglo-estadounidense, actualiza compromisos, y al mismo tiempo le permite al Reino Unido demostrar autonomía, coherencia ética y diplomática, especialmente en asuntos donde hay discrepancias con la administración estadounidense.
El gran desafío para Starmer será conservar el apoyo interno cuando estas negociaciones revelen concesiones o compromisos difíciles. Mantener el equilibrio entre los simbolismos —como la hospitalidad real— y los contenidos concretos de política exterior, sin descuidar el escrutinio ciudadano, será fundamental para que el legado de esta visita no quede solamente en desfile militar o banquete palaciego, sino en resultados tangibles para la seguridad, la economía y el posicionamiento internacional del Reino Unido.