Trump atribuye el 4,3% del PIB mientras Dow y Nasdaq dudan

El expresidente señala a sus aranceles como motor del crecimiento mientras Wall Street envía señales mixtas y la Reserva Federal se resiste a comprar el relato

EPA/JUSTIN LANE
EPA/JUSTIN LANE

El último dato de crecimiento de Estados Unidos —un PIB al 4,3% en tasa anualizada— ha sido recibido por Donald Trump como una confirmación de su tesis central: los aranceles funcionan. El expresidente se atribuye el mérito de un repunte que, según la Casa Blanca, demostraría que la estrategia proteccionista ha dado un giro estructural a la economía estadounidense.
Sin embargo, mientras el relato político se consolida, Wall Street lanza un mensaje menos eufórico. El Dow Jones avanza con titubeos y el Nasdaq, mucho más expuesto a la tecnología y a las cadenas de suministro globales, muestra episodios de volatilidad que cuestionan la lectura triunfalista.
La brecha entre el tono de la política y el lenguaje de los mercados vuelve a abrir un debate clásico: ¿es el crecimiento atribuible a decisiones comerciales concretas, o estamos ante una combinación de factores cíclicos, estímulos previos y efectos estadísticos?
El diagnóstico es inequívoco: la economía estadounidense se ha convertido, una vez más, en campo de batalla de dos visiones opuestas sobre el papel del Estado y los límites del proteccionismo. Y esta vez, los índices bursátiles están lejos de alinearse dócilmente con el discurso oficial.

La narrativa del 4,3%: datos frente a relato

El 4,3% de crecimiento del PIB es, sobre el papel, una cifra difícil de ignorar. En un contexto global donde muchas economías avanzadas se mueven entre el 1% y el 2%, el dato de Estados Unidos se presenta como prueba de resiliencia. Trump no ha tardado en capitalizarlo, vinculándolo directamente a sus medidas arancelarias del 15%-25% sobre determinadas importaciones industriales y tecnológicas.

La Casa Blanca sostiene que el repunte es síntoma de un cambio estructural: repatriación de capacidad productiva, impulso a la manufactura doméstica y refuerzo del empleo industrial. Sin embargo, parte de los economistas advierten de efectos de calendario y bases comparativas bajas, así como del impacto retardado de estímulos fiscales anteriores. En otras palabras, el 4,3% podría ser menos “nuevo modelo” y más rebote técnico.

Lo más grave es que el debate se está simplificando en exceso: aranceles sí o no, como si se tratara de un interruptor único. La realidad es que el crecimiento estadounidense se apoya aún en un consumo privado que representa cerca del 70% del PIB, en un mercado laboral tensionado y en una política fiscal que sigue siendo expansiva. Aislar el papel de los aranceles en este cóctel es, como mínimo, arriesgado.

La estrategia “America First” puesta a prueba

La doctrina “Estados Unidos primero” ha tenido desde el inicio un objetivo declarado: blindar la industria nacional frente a la competencia extranjera, especialmente la china y, en menor medida, la europea. La subida de impuestos a las importaciones buscaba forzar a las empresas a relocalizar producción y a los consumidores a elegir productos “Made in USA”. Sobre el papel, la ecuación es sencilla; en la práctica, el sistema es mucho más complejo.

Algunas compañías han anunciado planes de inversión doméstica por decenas de miles de millones de dólares, pero buena parte de la producción sigue dependiendo de componentes y materias primas importadas. El efecto inmediato de los aranceles ha sido, en muchos casos, un aumento de costes que las empresas han intentado compensar con subidas de precios o ajustes de margen.

El contraste con el discurso oficial resulta evidente. Mientras Trump habla de un renacimiento manufacturero, los datos sectoriales muestran que solo una parte de la industria ha experimentado un tirón sostenido, y que la productividad en algunos segmentos sigue estancada. La gran incógnita es si el 4,3% actual puede sostenerse cuando el impulso inicial de la política comercial se diluya y entren en juego las represalias de otros socios.

Wall Street no compra el relato completo: Dow Jones y Nasdaq

Si los aranceles fueran un cheque en blanco para la economía, cabría esperar un entusiasmo claro en los mercados. Pero los gráficos cuentan otra historia. El Dow Jones, más expuesto a compañías industriales y financieras tradicionales, ha reaccionado con subidas moderadas y episodios de corrección tras conocerse los datos de PIB. El mensaje es de cautela: la mejora es bienvenida, pero no elimina los riesgos.

Más revelador aún es el comportamiento del Nasdaq, termómetro de la tecnología y el crecimiento a futuro. La guerra comercial y el encarecimiento de componentes clave han presionado los márgenes de empresas intensivas en importaciones asiáticas. Las últimas semanas han dejado sesiones con oscilaciones intradía superiores al 2%, reflejo de un mercado que duda entre celebrar el crecimiento y descontar posibles distorsiones a medio plazo.

La consecuencia es clara: Wall Street está enviando señales mixtas. Parte del capital se reposiciona hacia sectores “ganadores” de la política arancelaria, mientras otra parte busca refugio en compañías menos expuestas al comercio global. Lejos de ofrecer un veredicto unánime, Dow Jones y Nasdaq reflejan la ambivalencia de los inversores: sí al crecimiento, pero no a cualquier precio, y menos si viene acompañado de volatilidad regulatoria y diplomática.

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La trastienda industrial: PCE, costes y márgenes en tensión

Mientras los discursos celebran el 4,3%, muchos directivos miran con preocupación a sus cuentas de resultados. El incremento del coste de materias primas y componentes importados se va filtrando poco a poco a los precios finales. El índice PCE subyacente, referencia clave para la Reserva Federal, se mantiene en torno al 2,5%–2,7%, por encima del objetivo del 2%, lo que matiza el optimismo sobre un crecimiento “no inflacionario”.

Sectores como la automoción, la maquinaria industrial o la electrónica de consumo denuncian que la combinación de aranceles y salarios al alza está comprimiendo los márgenes. En algunos segmentos, el coste de ciertos insumos ha subido entre un 8% y un 12% en apenas un año. No todos pueden trasladar esa presión a precios sin perder competitividad, especialmente en mercados globales donde compiten con productores no sujetos a la misma carga arancelaria.

La brecha entre el dato macro y la microrealidad empresarial es cada vez más visible. Un PIB que crece por encima del 4% puede coexistir con compañías que ven cómo su retorno sobre el capital se erosiona. Ahí se abre un dilema de fondo: ¿hasta qué punto compensa proteger determinadas industrias si el coste agregado para el tejido productivo termina siendo superior al beneficio?

Aranceles, tipos de interés y la presión sobre la Reserva Federal

En paralelo, la Casa Blanca ha aprovechado el buen dato de PIB para intensificar la presión sobre la Reserva Federal. El argumento es claro: si el crecimiento del 4,3% es fruto de un “nuevo equilibrio” estructural, y si la inflación se mantiene contenida en torno al 3% general, habría margen para bajar tipos de interés y reforzar todavía más la expansión económica.

Trump insiste en que sus aranceles son “no inflacionarios”, porque sustituyen importaciones por producción local sin generar un exceso de demanda. La Fed, en cambio, observa un panorama más complejo: cadenas de suministro tensionadas, precios de entrada al alza y expectativas de inflación que podrían desanclarse si el mercado percibe que la institución cede a la presión política.

El diagnóstico es inequívoco: la mezcla de política fiscal expansiva, aranceles selectivos y posibles recortes de tipos sería, por definición, procíclica. En otras palabras, reforzaría un ciclo ya fuerte, aumentando el riesgo de sobrecalentamiento y de burbujas en activos financieros. Para un banco central que aprendió la lección de 2008, la tentación de seguir el guion de la Casa Blanca no es precisamente alta.

Crecimiento coyuntural o giro de modelo: el riesgo de la complacencia

Más allá de la batalla de titulares, el debate de fondo es si el actual 4,3% responde a un cambio de modelo o a una fase particularmente benigna del ciclo. La historia reciente de la economía estadounidense muestra repuntes similares que, sin embargo, se diluyeron en pocos trimestres cuando el impulso de ciertos factores —rebajas fiscales, inversión pública, ciclos de inventarios— perdió fuerza.

Los defensores de la línea actual sostienen que los aranceles han obligado a las empresas a repensar su geografía de producción y que, a medio plazo, eso se traducirá en más empleo de calidad y mayor autonomía estratégica. Los críticos recuerdan que la innovación, la productividad y la apertura comercial han sido precisamente los motores que permitieron a Estados Unidos mantener tasas medias de crecimiento del entorno del 2%–2,5% durante años sin sobrecalentarse.

El riesgo de la complacencia es evidente. Si se interpreta el 4,3% como cheque en blanco para políticas cada vez más intervencionistas y confrontativas, el coste puede aflorar cuando el ciclo gire, el consumo se modere y Dow Jones y Nasdaq reflejen una realidad menos amable. En ese escenario, será difícil seguir atribuyendo a los aranceles solo la parte positiva del relato.

Lo que realmente está en juego

La polémica en torno a los aranceles, el PIB y la reacción de los mercados revela algo más profundo: la economía estadounidense se ha convertido en el campo de batalla de dos visiones de país. De un lado, quienes apuestan por una reindustrialización protegida, aunque a costa de tensar alianzas y encarecer importaciones. Del otro, quienes defienden que la competitividad pasa por innovación, apertura y marcos estables, incluso si ello implica aceptar una mayor exposición a la competencia global.

En medio, los índices bursátiles y los datos macro. El Dow Jones y el Nasdaq seguirán actuando como barómetros imperfectos de expectativas, mientras la Reserva Federal intenta mantener un equilibrio delicado entre crecimiento y estabilidad de precios. Cada nuevo dato de PIB, cada cifra de PCE, cada rueda de prensa de Trump será reinterpretada a través de ese prisma.

La consecuencia es clara: la narrativa de la Casa Blanca solo se sostendrá si los próximos trimestres confirman que el 4,3% no es una excepción, sino una tendencia. Si, por el contrario, el crecimiento se modera, la inflación repunta o los índices corrigen con fuerza, los aranceles dejarán de ser presentados como solución mágica para aparecer como parte del problema. En ese punto, el debate que hoy se libra en titulares volverá a su lugar natural: el de los datos completos, los matices y los efectos secundarios que nunca caben en una sola cifra.

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