Lacalle 2026: será el año del dopaje del PIB, escenario para mercados (Dow Jones o Nasdaq) y la deuda invisible
Daniel Lacalle, junto a Marcos de Quinto, analizan cómo la economía global enfrentará en 2026 un escenario dominado por la deuda y una política monetaria más acomodaticia de lo esperado. Se destacan riesgos asociados a la inflación persistente y al llamado “dopaje” del PIB mediante gasto público expansivo.
El mensaje de Daniel Lacalle para 2026 es tan incómodo como claro: no habrá giro de guion, sino una prolongación de los desequilibrios que ya se consolidaron en 2025. Más deuda, más liquidez y una inflación menos domada de lo que admiten los discursos oficiales, en un contexto donde las tensiones geopolíticas seguirán siendo ruido de fondo, pero no el corazón del problema.
En su análisis en Money&Markets, acompañado por el exvicepresidente de Coca-Cola Marcos de Quinto, el economista dibuja un escenario en el que las economías avanzadas seguirán recurriendo al mismo recurso de siempre: dopar el PIB con gasto público y crédito barato, confiando en que los mercados financieros aguanten la fachada.
La cuestión de fondo, sin embargo, es otra: ¿cuánto tiempo puede sostenerse un modelo basado en deuda creciente y crecimiento artificial sin que se rompa algo esencial? Y, sobre todo, ¿quién acabará pagando la factura cuando se desplace de los balances públicos al bolsillo privado?
Un 2026 continuista: menos ruido geopolítico, más presión financiera
Lacalle insiste en que 2026 no será el año de la gran crisis inesperada, sino el del desgaste silencioso. La atención mediática se ha ido desplazando de los aranceles, guerras comerciales y titulares bélicos hacia asuntos aparentemente más técnicos: tipos de interés, balances de bancos centrales, deuda soberana.
Sin embargo, ese desplazamiento no significa calma, sino lo contrario. Los niveles de deuda pública en muchas economías desarrolladas se mantienen por encima del 100% del PIB, mientras que la deuda privada —empresarial y de hogares— sigue creciendo a ritmos de entre el 3% y el 5% anual.
Lo que antes se leía como una “respuesta excepcional” a la pandemia se ha convertido en normalidad peligrosa: gobiernos y empresas acostumbrados a refinanciar, no a desapalancarse. El ruido geopolítico baja un punto; la fragilidad financiera, no.
El “dopaje del PIB”: crecimiento a golpe de gasto
El concepto de “dopaje del PIB” que expone Lacalle es demoledor. La idea es sencilla: los gobiernos inflan las cifras de crecimiento a base de gasto público expansivo, financiado con déficit y emisión de deuda, sin que exista un correlato real en productividad o inversión privada.
En la práctica, esto se traduce en:
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Déficits públicos recurrentes por encima del 3% del PIB,
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Programas de gasto que sostienen artificialmente sectores enteros,
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Y una sensación de “crecimiento” que depende de que el grifo fiscal nunca se cierre.
El problema es que ese dopaje no genera músculo, solo hinchazón. Cuando la demanda pública se retira o se congela, aparecen las costuras: menor inversión empresarial, productividad estancada y una economía que avanza a duras penas por encima del 1%-1,5% anual.
En palabras que resumen bien el diagnóstico: no estamos ante un auge, sino ante un mantenimiento caro del statu quo.
La mano blanda de los bancos centrales: liquidez hoy, inflación mañana
Otro de los pilares del análisis es el papel de la política monetaria. Tras el ciclo más agresivo de subidas de tipos en décadas, los bancos centrales se enfrentan al dilema de siempre: relajar demasiado pronto o demasiado tarde.
Lacalle apunta a un escenario en el que, presionados por gobiernos endeudados y mercados inquietos, los bancos centrales opten por una mano más blanda de lo previsto, adelantando bajadas de tipos o frenando la reducción de sus balances.
Este giro supondría:
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Más liquidez en un sistema que aún lidia con inflaciones subyacentes en torno al 3%-3,5%,
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Incentivo renovado para el endeudamiento,
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Y una posible segunda ola inflacionaria en 2026–2027, mucho más difícil de contener.
La inflación, recuerda el economista, no desaparece por decreto. Cuando se tolera una tasa “moderada” durante demasiado tiempo, el resultado es una erosión constante del poder adquisitivo, especialmente para quienes dependen de salarios que apenas crecen un 2% anual.
Deuda visible y deuda oculta: la espada de Damocles
Más allá de los grandes titulares, el verdadero riesgo para el sistema reside en lo que Lacalle denomina la “deuda oculta”: compromisos futuros, garantías, pasivos contingentes y esquemas de financiación que no figuran plenamente en los balances públicos, pero existen y pesan.
Estamos hablando de:
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Avales a empresas públicas y proyectos de infraestructuras,
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Pasivos de sistemas de pensiones y sanidad no financiados,
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Vehículos semipúblicos de inversión que acumulan deuda fuera del perímetro oficial.
Si se sumaran estos elementos a la deuda soberana reconocida, el porcentaje real podría superar con facilidad el 150% del PIB en algunas economías avanzadas.
El diagnóstico es inequívoco: la estabilidad aparente reposa sobre compromisos que se han ido barriendo bajo la alfombra, en la esperanza de que el crecimiento futuro lo arregle todo. Pero ese crecimiento no llega al ritmo esperado.
Mercados resistentes… hasta que dejan de serlo
En conversación con Marcos de Quinto, Lacalle subraya una paradoja: los mercados financieros podrían seguir aguantando mejor de lo que sugiere la macroeconomía.
La combinación de:
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Tipos algo más bajos,
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Liquidez abundante,
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Y ausencia de shocks inmediatos,
podría permitir a los índices bursátiles y de crédito cerrar 2026 con balances razonables, incluso en un entorno de crecimiento mediocre. Es el efecto anestesia: mientras haya liquidez, el dolor tarda en notarse.
El riesgo, no obstante, está ahí: basta con que la confianza se resquebraje —por ejemplo, ante una crisis en la deuda soberana de un país relevante o el pinchazo de un sector “dopado” por estímulos— para que la corrección sea abrupta. Los mercados, recuerda la experiencia reciente, tardan meses en formar un suelo artificial… y horas en desplomarse cuando desaparece la fe.
El ciudadano en el centro: salarios, inflación y ahorro
Para el ciudadano medio, todo este entramado técnico se traduce en algo mucho más simple y doloroso:
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Salarios que suben poco,
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Precios que suben algo más,
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Y ahorros que pierden valor real año tras año.
Si la inflación se mantiene en una horquilla del 3%–4% y las rentas laborales crecen por debajo, el resultado es una pérdida acumulada de poder adquisitivo que puede alcanzar el 10%-15% en un lustro.
Lacalle insiste en que la prioridad del ahorrador debería ser protegerse ante ese escenario, combinando activos reales, diversificación geográfica y una gestión del riesgo más sofisticada que en la década pasada, cuando el dinero barato parecía eterno.
En ese sentido, la idea del “dopaje del PIB” no es solo un concepto macroeconómico: es la explicación de por qué la sensación de bienestar no mejora aunque los titulares hablen de crecimiento.
Bancos centrales en la encrucijada: entre el voto y la inflación
El gran interrogante para 2026 es qué harán los bancos centrales cuando la presión política se intensifique. Gobiernos con ratios de deuda del 110%-120% del PIB difícilmente aceptarán tipos elevados durante mucho tiempo sin alzar la voz.
La disyuntiva será:
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Proteger la moneda y la estabilidad de precios,
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O dar oxígeno a gobiernos y mercados a costa de tolerar más inflación.
Lacalle sugiere que la tentación de lo segundo será muy fuerte. Y ahí reside la alerta central de su análisis: si el precio de mantener la calma en los mercados es aceptar una erosión lenta pero constante del poder adquisitivo, la factura social puede ser devastadora.