Venezuela

Estados Unidos persigue otro petrolero rumbo a Venezuela y tensa aún más el pulso en alta mar

EE. UU. persigue otro petrolero hacia Venezuela y el pulso en alta mar se calienta
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La presión de Washington sobre el comercio petrolero venezolano entra en una fase delicada. La Guardia Costera de Estados Unidos trata ahora de interceptar un tercer petrolero vinculado al crudo de Venezuela, según adelantó Axios. El buque, llamado Bella 1 y que navega bajo bandera de Panamá, se encontraría vacío y en ruta hacia aguas venezolanas para cargar petróleo. La operación reaviva un conflicto que ya ha provocado una respuesta airada de Caracas, que advierte de que el último embargo “no quedará impune”.

Según fuentes citadas en Estados Unidos, la administración Trump habría obtenido permiso expreso del Gobierno panameño para abordar el petrolero, un elemento clave desde el punto de vista jurídico. Aunque el barco no es estadounidense, el hecho de que lleve pabellón panameño otorga a Panamá jurisdicción sobre la nave, algo que Washington intenta usar como base legal para su actuación en aguas internacionales. Para la Casa Blanca, se trata de un movimiento más dentro de su estrategia de perseguir el transporte de crudo sujeto a sanciones.

El contexto inmediato pasa por la incautación previa de otro petrolero, también relacionado con el comercio de petróleo venezolano. Tras ese episodio, la vicepresidenta Delcy Rodríguez lanzó una advertencia contundente: la operación “no quedará sin castigo”. El mensaje no se limita a la retórica: Caracas quiere dejar claro que cualquier intento de interrumpir sus exportaciones se interpretará como una escalada directa contra su soberanía económica.

Detrás de este nuevo movimiento se esconde una batalla más amplia, que va mucho más allá del Bella 1. Washington lleva años utilizando las sanciones energéticas como herramienta de presión política, intentando cortar los canales de financiación del Gobierno venezolano. El foco ya no está solo en las compañías estatales o en los intermediarios financieros, sino en la logística marítima: buques, banderas de conveniencia y aseguradoras. Cada barco interceptado lanza un aviso al resto del sector.

Para la industria naviera internacional, la señal es inequívoca: suben los riesgos de operar con crudo venezolano, incluso cuando se hace a través de terceros países. Navieras, fletadores y aseguradoras deberán calcular con más cuidado las primas de riesgo, las rutas y los puertos de escala, ante la posibilidad de que un petrolero acabe inmovilizado por orden de Washington. El impacto puede traducirse en mayores costes de transporte y en una red de operadores cada vez más reducida y opaca.

Desde el punto de vista del derecho internacional, la operación abre de nuevo el debate sobre hasta dónde llega el alcance extraterritorial de las sanciones estadounidenses. Que Estados Unidos actúe sobre un buque de pabellón panameño, en una ruta que implica a Venezuela, reaviva las críticas sobre la utilización de su poder naval y financiero para imponer su criterio más allá de sus fronteras. Sus defensores lo justifican como lucha contra el incumplimiento de sanciones; sus detractores lo ven como una forma encubierta de embargo.

En Caracas, este tipo de acciones alimenta el discurso de asedio económico y refuerza la narrativa oficial de que cualquier problema interno —desde la inflación a la escasez— responde a la “guerra económica” exterior. En ese marco, cada interceptación de un buque se convierte en munición política para el Gobierno venezolano, que la utiliza para cohesionar a su base y señalar a Estados Unidos como responsable último de las dificultades del país.

La región, mientras tanto, observa con creciente inquietud cómo el Caribe y las aguas cercanas a Venezuela se consolidan como un espacio de fricción. La presencia de la Guardia Costera y del Departamento de Defensa de Estados Unidos en operaciones de este tipo multiplica el riesgo de incidentes, errores de cálculo o respuestas desproporcionadas que podrían escalar rápidamente. La advertencia de Delcy Rodríguez, aunque cargada de retórica, sugiere que Caracas podría buscar respuestas asimétricas, diplomáticas o incluso jurídicas.

En última instancia, la persecución del Bella 1 es algo más que la historia de un petrolero intentando llegar vacío a cargar crudo. Es un episodio más en la guerra silenciosa por el control del flujo energético de un país sancionado, en la que se cruzan intereses geopolíticos, disputas legales y la supervivencia económica de un régimen. Cada abordaje, cada incautación y cada amenaza verbal añaden tensión a un tablero donde el mar se ha convertido, de nuevo, en escenario central de la presión internacional.

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